Cuando soltar duele, pero retener nos destruye, el alma aprende a hablar
en silencio.
Prólogo
Hay despedidas que no ocurren entre dos cuerpos, sino
entre dos dimensiones de un mismo sentimiento. Son adioses que no se pronuncian
en voz alta, pero resuenan como un latido sordo en la memoria. Esta carta nace
allí: en ese territorio donde nada sucedió… y, sin embargo, lo cambió todo. Es
un intento de poner en palabras lo que nunca tuvo nombre, de cerrar con ternura
aquello que ardió en silencio.
Carta
Quisiera escribir con las más bellas palabras que existan;
unas que puedan expresar cuánto significas para mí. Sé que no existen. No las
buscaré.
Así como ya no te buscaré más a ti, porque… ¡tampoco existes!
No en este hoy.
No en este tiempo que te diluye y me deshace.
Te he buscado en este hoy como si fueras el del “hoy” de un
ayer; ese que reconocí en tu mirada, en tu voz y en tu risa. Aquella chispa que
abrió un universo dentro de mí: impreciso, inesperado, maravilloso… y doloroso
a la vez. Pero la versión tuya que mi alma recuerda ya no está aquí. O quizás
sí, pero fuera de mi orilla.
Quizás en el “hoy” de un mañana —si no te busco— llegue por
fin a tiempo.
Quizás allí, en algún doblez del destino, nuestras coincidencias no duelan.
Mientras tanto, con dolor y ternura, desataré los nudos con
los que tejí mis sueños. Soltaré la cuerda invisible que me mantiene atada a
ti, para que todo lo que te rodea te libere de mí; de este sentimiento que no
sé nombrar —porque, como te dije— no hay palabras que lo definan.
Si te pido perdón, ¿me perdonarías?
No por sentir, porque sentirte ha sido una bendición.
Te pido perdón por quedarme más tiempo del que debí en el borde de tu vida.
Hazlo, por favor; necesito de ello, de tu perdón.
A veces deseo desaparecer como si mi alma cayera en un
agujero negro: ese abismo cósmico donde el tiempo se curva hasta volverse
extraño. Y en esa frontera —donde la teoría imagina puentes que conectan
distintos espacios y momentos— quisiera que un pliegue del universo me
devolviera a ti en otro tiempo.
Un tiempo sin miedo.
Un tiempo sin silencios heridos.
Un tiempo donde mirarte no doliera.
Hubiese querido que —si había silencio entre nosotros— fuera
porque nuestros labios se sellaban a besos. Como no pudo ser, te prometo que
morderé los míos para no pronunciar tu nombre.
Serás mi jardín secreto.
Mi constelación oculta.
La historia que solo mi pecho recordará cuando el mundo duerma.
Tu paz es la mía.
Por eso me alejo, sin ruido.
Te suelto, con amor.
Te abrazo mientras escribo, ¡con ternura!,
incluso ahora que lees,
incluso mientras me creas perdida.
Solo prométeme algo:
Prométeme que serás feliz, pero tan feliz que tu alegría resuene como un
susurro en mi alma. Y que —sin voltear atrás para verte— pueda sentirte pleno,
y así yo pueda decirme, en voz baja y sincera:
“Valió la pena renunciar a ti.”
Epílogo
No toda despedida es una puerta que se cierra; algunas
son un pacto silencioso entre dos almas que se reconocieron demasiado tarde.
Este adiós no busca olvido, sino paz… ¡la forma más generosa de amar!, aunque
se rompa el alma en ese desprendimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario