jueves, 20 de noviembre de 2025

Labios sellados

 


Cuando soltar duele, pero retener nos destruye, el alma aprende a hablar en silencio.


Prólogo

Hay despedidas que no ocurren entre dos cuerpos, sino entre dos dimensiones de un mismo sentimiento. Son adioses que no se pronuncian en voz alta, pero resuenan como un latido sordo en la memoria. Esta carta nace allí: en ese territorio donde nada sucedió… y, sin embargo, lo cambió todo. Es un intento de poner en palabras lo que nunca tuvo nombre, de cerrar con ternura aquello que ardió en silencio.


Carta

Quisiera escribir con las más bellas palabras que existan; unas que puedan expresar cuánto significas para mí. Sé que no existen. No las buscaré.
Así como ya no te buscaré más a ti, porque… ¡tampoco existes!
No en este hoy.
No en este tiempo que te diluye y me deshace.

Te he buscado en este hoy como si fueras el del “hoy” de un ayer; ese que reconocí en tu mirada, en tu voz y en tu risa. Aquella chispa que abrió un universo dentro de mí: impreciso, inesperado, maravilloso… y doloroso a la vez. Pero la versión tuya que mi alma recuerda ya no está aquí. O quizás sí, pero fuera de mi orilla.

Quizás en el “hoy” de un mañana —si no te busco— llegue por fin a tiempo.
Quizás allí, en algún doblez del destino, nuestras coincidencias no duelan.

Mientras tanto, con dolor y ternura, desataré los nudos con los que tejí mis sueños. Soltaré la cuerda invisible que me mantiene atada a ti, para que todo lo que te rodea te libere de mí; de este sentimiento que no sé nombrar —porque, como te dije— no hay palabras que lo definan.

Si te pido perdón, ¿me perdonarías?
No por sentir, porque sentirte ha sido una bendición.
Te pido perdón por quedarme más tiempo del que debí en el borde de tu vida.

Hazlo, por favor; necesito de ello, de tu perdón.

A veces deseo desaparecer como si mi alma cayera en un agujero negro: ese abismo cósmico donde el tiempo se curva hasta volverse extraño. Y en esa frontera —donde la teoría imagina puentes que conectan distintos espacios y momentos— quisiera que un pliegue del universo me devolviera a ti en otro tiempo.
Un tiempo sin miedo.
Un tiempo sin silencios heridos.
Un tiempo donde mirarte no doliera.

Hubiese querido que —si había silencio entre nosotros— fuera porque nuestros labios se sellaban a besos. Como no pudo ser, te prometo que morderé los míos para no pronunciar tu nombre.
Serás mi jardín secreto.
Mi constelación oculta.
La historia que solo mi pecho recordará cuando el mundo duerma.

Tu paz es la mía.
Por eso me alejo, sin ruido.
Te suelto, con amor.
Te abrazo mientras escribo, ¡con ternura!,
incluso ahora que lees,
incluso mientras me creas perdida.

Solo prométeme algo:
Prométeme que serás feliz, pero tan feliz que tu alegría resuene como un susurro en mi alma. Y que —sin voltear atrás para verte— pueda sentirte pleno, y así yo pueda decirme, en voz baja y sincera:
“Valió la pena renunciar a ti.”


Epílogo

No toda despedida es una puerta que se cierra; algunas son un pacto silencioso entre dos almas que se reconocieron demasiado tarde. Este adiós no busca olvido, sino paz… ¡la forma más generosa de amar!, aunque se rompa el alma en ese desprendimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario