"La libertad no se encuentra buscando sentido, sino entregándose al fluir de la vida."
Dedicatoria: Para quienes olvidan que la vida también puede ser ligera, y la complican sin razón.
Introducción
A veces siento que la vida se me escapa entre los dedos
como hojas arrastradas por el viento. Y en esos momentos descubro que buscar
sentido puede ser un peso innecesario. Esta es mi invitación a existir con
ligereza, a dejar que el flujo del mundo me atraviese, a sentir cada instante
sin exigirle más de lo que puede dar.
Acaba el viento de arrebatar
hojas a las ramas del árbol que me acobija con su sombra. Allá van ellas, como
locas de alegría: ¡saltan, bailan, planean… qué sé yo! Caen con un susurro…,
un crac-crac…, un flap-flap… que agita la tierra húmeda y el
aire. Giran, rebotan, se rozan entre sí con un pof…, un shhh…, un
clic…, formando un pequeño concierto que nadie dirige, solo fluye, como
la vida misma. Cada sonido se prolonga en el aire, se enreda con el murmullo
del viento, y siento cómo su ritmo invita a la calma y a la entrega.
Saben que van en picada, directo
a su muerte, y aun así se entregan —sin resistencia, sin queja, sin exigencia—
a la caída. Así de simple quisiera ser yo: no buscar, no intentar encontrar —ni
en filosofías existencialistas ni en creencias religiosas— un sentido o
propósito que me obligue. Tampoco quiero adornarla con eufemismos que la tornen
más aceptable, más bonita.
Existir sin cuestionamientos; ¡simplemente
existir, eso nada más! Y mientras el viento sigue su danza, escucho primero el susurro…,
luego el crac-crac…, que se hace más vivo con el flap-flap…, se
multiplica con el pof…, se suaviza con el shhh… y remata con un
tenue clic…, formando un crescendo y decrescendo que envuelve todo el
aire. Siento que, tal vez, así debería ser la vida: un caer ligero, un coro de
hojas que suena a libertad, sin miedo, sin relojes que marquen ni presiones que
obliguen con acostumbrados tic-tac. Cada sonido sigue su propio ritmo,
cada pausa me recuerda que existir puede ser tan simple y pleno como dejarse
llevar por el viento, fluyendo con él hasta el final, sin exigir ni adornar
nada más.
Epílogo
Al final, comprendo que
existir no requiere explicaciones ni adornos: basta entregarse al movimiento
natural de las cosas, acompañar su ritmo, y dejar que la vida se despliegue
como un concierto que nadie dirige. Cada caída, cada vuelo, cada susurro del viento
me recuerda que la plenitud reside en la entrega, en la sencillez de estar aquí
y ahora, sin resistencia y sin culpa. Existir, simplemente, es suficiente.
“Fluir es existir; existir
es suficiente… ¡es un milagro!”
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