lunes, 28 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (XII) EL COMUNISTA Y LOS PATIQUINES



LOLA Y SUS ENREDOS: (XII) EL COMUNISTA Y LOS PATIQUINES Don Luis se encontraba tranquilo y relajado, pues su adorada hija estaba completamente feliz al lado de su amado. Se había retirado a fumarse un habano en uno de los corredores del patio, en un lugar poco alumbrado. Allí, repasaba su plan de aleccionar a Don Carlos Domínguez Robaina, hijo de su comadre Matilde. Era un hombre grandulón, muy alto y fornido… pero, era un comunista. En toda su vida no había hecho nada, sino criticar a los que logros alcanzaban, vivir a costilla de los demás y viajar por los países de radical izquierda, financiado –claro está- por el Partido comunísta. Mientras hacía esto, no podía dejar de observar que, Don Mario y Don Federico, le pisaban los talones a Lola y Don Antonio… algo tramaban ese par de pendejos y no les iba a permitir que estropearan el amor de ellos. Estos dos eran unos buenos para nada; estaban allí –en esa fiesta familiar- por puro compromiso. Eran unos burgueses por herencia y no por méritos propios, bien vestidos, de refinados modales… pero, sin nada bueno que aportar: eran -simplemente- unos patiquines! De repente, la sonrisa de Don Luis se amplió de oreja a oreja, habría de modificar el plan inicial que tenía en la cabeza: incluiría a Don Mario y a Don Federico, para que ellos… también la lección aprendieran. Hizo discretos ademanes con las manos, llamando la atención de Doña Matilde, quien acudió de inmediato… desde niños eran cómplices en todas sus travesuras. Se estuvieron susurrando en las orejas, entre risas y carcajadas… acordaron lo definitivo. Doña Ana, quien se ocupaba de que en el festejo todo marchara, estaba sentada en un sillón acomodando, en la cabellera de su nieta menor, un listón. Disimuladamente, observaba a su prima y a su marido… sabía que en algo andaban; más no se preocupaba, solo la intriga la embargaba, pues los conocía bien y maldades no hacían, eran de nobles sentimientos; si algo les entretenía, era impartir buenas lecciones, eran un par de justicieros. Ella sonreía, como siempre –llegado el momento- les seguiría la corriente y los ayudaría a ejecutar el plan de manera consciente. En el gran patio central de la casa, se dispusieron tres grandes mesas. Una, donde se sentaron los hijos de Lola, los nietos de Doña Matilde y los hijos de los empleados, que con ellos vivían y –por supuesto- las nanas. Era la mesa más vistosa y alegre, todos la miraban y admirados de ella estaban. Una segunda, donde se sentaron Don Carlos y sus dos hermanas, Don Mario, Don Federico, Doña Cándida y su marido y el curita Don Francisco, acompañados por las anfitrionas: Irene Margarita y Ana Isabel. Y en la tercera, Lola y Don Antonio, los padres de él y sus dos hermanas, una de ellas con su esposo; el Párroco Don José, Doña Matilde y Don Carlos Emilio, su esposo… y los anfitriones, Doña Ana y Don Luis, quien no podía ocultar su sonrisita de tramposo. Las mesas estaban servidas con finas porcelanas, cristalería y cuchillería de plata. Empezó el movimiento. Desde la cocina los empleados traían las bandejas repletas de exquisitos alimentos. Fueron sirviendo, uno a uno, a todos los comensales en las mesas dispuestos; dejando para lo último a Don Carlos… el comunista, quien ya se estaba impacientando y no disimulaba su descontento. Llegado el momento, dos empleados se le acercaron: uno retiró los finos platos, copas y cubiertos, mientras el otro le servía –en vajilla ordinaria de peltre abollado- frijoles, carne guisada y patatas, con un vaso rústico lleno de vino… preparado en casa. Todos, en esa mesa, se quedaron perplejos, tratando de que las mandíbulas no se les cayeran… ni los ojos de sus órbitas se les salieran. Don Carlos, evidentemente molesto por la discriminación de la que era objeto, reclamó a los sirvientes por tal insolencia. Ellos, totalmente impávidos, manifestaron seguir instrucciones expresas. Era obvio para Don Carlos, que las mismas debían provenir de los anfitriones; por lo que, retirando su silla –con gran estruendo- se dirigió a la mesa de Don Luis, quien lo esperaba… evitando sonreír. Don Carlos se le apostó enfrente, con las manos en la cintura, denotando su arrechera, por lo que él consideraba que era una afrenta. - Qué significa esto tío? – le inquirió muy molesto.


Don Luis –con toda la paciencia que le caracterizaba- se le acercó y le susurró algo al oído e, inmediatamente, dirigió su mirada hacia Don Mario y Don Federico quienes, como buenos chismosos, estaban pendientes de ellos. Don Luis alzó su mano y les saludó... y aquellos, por pendejos, correspondieron.


- Ves? Como te dije… la idea fue de ellos, querían hacerte honores; qué fueras servido según tus ideales… como un proletario, y que no fueras ofendido al ser atendido como un banal burgués- dijo esto muy serio y en bajísima voz, con el entrecejo fruncido… como si se tratase de un murmurio. - Ah! Así es la vaina…de eso se trata? Ya aprenderán, ese par de rufianes, lo que es meterse con un Domínguez Robaina- dijo esto en alta y clara voz, al mismo tiempo que se dirigió - furibundo- a la mesa donde él se encontraba. Agarró su silla y la echó a rodar; de un solo halón tiró del mantel… desparramándose todo por las alfombras y el suelo. Los que allí se encontraban, instintivamente, se pusieron de pie. Don Carlos arremetió –primero- contra Don Federico que se encontraba a su izquierda, metiéndole un derechazo; luego, contra Don Mario, que se encontraba a su derecha, metiéndole un izquierdazo. Fueron tan fuertes los puñetazos, que ambos salieron disparados a varios metros de distancia, quedando inconscientes. Don Carlos se sacudió las manos y se sobó los nudillos, era señal de que le dolían. Con la misma velocidad con la que golpeó a los patiquines, salió del lugar, dando un gran portazo... no sin antes ser alcanzado por unas de sus hermanas. Detrás de ellos solo se oían la gritería y el llanto de los niños... y también de algunas mujeres. Lola y Don antonio, este epectáculo no presenciaron, pues en un descuido de sus padres y del resto de los invitados... para otro lugar escaparon! Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se desconoce autor o propietario.

sábado, 26 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( XI ) DON ANTONIO







LOLA Y SUS ENREDOS: ( XI ) DON ANTONIO

Don Antonio, el amor de Lola, la esperaba al pie de la gran escalera que daba al piso superior… por donde bajaría ella. Había llegado temprano, y a pesar de que la noche era fresca, sudaba como un condenado. La ansiedad era su enemiga; su temor al rechazo… un mal consejero. No se movía de ahí, sabía que Don Mario Landaeta y Don Federico Aristimuño, estaban al acecho de su amada; por nada del mundo cedería –de nuevo- el lugar que deseaba y creía corresponderle: al lado de ella. Pedía a Dios que Lola pronto apareciera, de lo contrario, la tortícolis lo incapacitaría para el resto de su vida.
De repente, los violines empezaron a tocar y todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo; se voltearon hacia las escaleras y miraron hacia arriba, guardando absoluto silencio. Aparecieron los niños-como en un cortejo- seguidos de Lola y su padre, todos sonriendo.
-Oooooh!- se escuchó en todo el salón. Los niños bajaron primero. Los varones estaban vestidos con frac negro, camisas blancas y los fajines y corbatines en azules diferentes; las niñas de tonos pasteles: rosa, salmón y malva… con finas telas bordadas y las faldas esponjadas con tules, dando la sensación que en el aire flotaban, como mágicas hadas. Llevaban fajines –al igual que sus hermanos - pero con lazos a la espalda, en fino y brillante satén. Lola, la cumpleañera, llevaba un vestido largo, muy ceñido a la cintura y a las caderas, ampliándose hacia las piernas. Era de fina seda de la India, azul turquesa; bordado el corpiño con hilos de plata y perlas. El escote era atrevido, dejando sus brazos, hombros y pechos lucirse sin mezquindad alguna. Salvo las perlas, en lágrimas, que pendían de sus orejas y el anillo, también de perlas -formando un corazón- que le regaló Antonio antes de marcharse aquella vez… no usaba ninguna otra prenda. Tenía el cabello peinado con una sola crineja hacia un lado, dejando la espalda descubierta… estaba radiante, como una estrella.
Don Antonio, al verla, quedó hechizado y, sin pensarlo dos veces, subió hacia donde estaba ella. Pero su nerviosismo lo traicionó: peló un escalón y de rodillas cayó.
- Ah? Uy! – la gente exclamó al verlo dar el tropezón. Lola preocupada por su amado, quiso ir donde estaba él, enredándose con la falda… cayendo al piso también! Esta vez, no hubo exclamación alguna; pero se escuchó un extraño silencio, como si la gente contuviera la respiración… como esperando a ver que Lola se levantara. Ella y Antonio, quedaron cerca el uno del otro; se vieron las caras y soltaron la gran carcajada. Estaba destinado que el amor de ellos marchara… de tropiezo en tropiezo. Se levantaron con tranquilidad y elegancia, se tomaron de las manos y se dieron un tierno beso, tan tierno como las miradas que se echaron. Fue entonces cuando los invitados exhalaron el aire que tenían retenido… ya estaban casi morados; se rieron con ellos y también los aplaudieron… salvo Don Mario y Don Federico, que del incidente se alegraron, echándose unas miradas cómplices, como si algo malo tramaran; esta mala vibración no la pasó por alto Don Luis, quien -desde ese momento- la mirada de encima no les quitaba.


Los violines, las flores y el jardín con luces y guirnaldas que los padres de Lola idearon con gran esmero, para crear una atmósfera romántica y propiciar, entre ellos, el encuentro... resultó en vano. Lola y Don Antonio, nada de esto percibían; el amor de ellos nació a primera vista y nada ni nadie -para bien o para mal- lo alteraría! Esto, agradó a los padres, pues si el objetivo se había cumplido, ellos podrían relajarse y disfrutar del festejo. Don Luis, más que nadie, se benefició del asunto, así podría llevar a cabo su plan de joder al comunista infiltrado, en complicidad con Doña Matilde, comadre de él y madre de aquél, quien una lección debería aprender.
Así empezó esta fiesta, mucho aconteció en el transcurso de ella; tanto, que la gente –mucho tiempo después- aún lo comentaba... claro, de la vida de Lola se trataba!

Ana Margarita

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se desconoce autor o propietario.

jueves, 24 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( X ) EN LA VÍSPERA






LOLA Y SUS ENREDOS: ( X ) EN LA VÍSPERA




Lola se quedó pasmada, no podía creer la eficiencia del padrecito. Todo fue rápido y se fue apresurado. Eso la dejó muy tranquila, pues ella libre de remordimientos se encontraba… de lo contrario, la penitencia hubiese sido más pesada. Se quedó en el confesionario arrodillada, rezando el Padre Nuestro y el Ave María que Don Francisco le encargara. Se puso de pie, se enderezó y salió como toda una Santa, libre de culpas y pecados. Ya anochecía; al llegar a la puerta principal, se volteó hacia el altar, se arrodilló y persignó… dándole las gracias a Dios, y a la Santísima Virgen, por haberle dado una vida tan privilegiada.
Camino a la casa de sus padres, la funeraria vio de lejos: estaban velando a Don Clemente… apenas ella se reponía del susto, y a pesar del cariño que le tuvo... ni pintado quería verlo! Allí –sabía ella- se encontraban sus padres, en representación de la familia; no deseaban que Lola fuera, para que no sufriera disgustos o alguna pena.
Al entrar Lola por la puerta, los niños se abalanzaron sobre ella, no la habían visto en todo el día y la extrañaban sobremanera.
- Madre, nos probamos nuestros trajes para tu fiesta, nos quedaron muy bien y nos gustan; parecemos unos príncipes… como tú nos dices! –le dijo Juancito, el mayor, mientras se abrazaba a ella.
- Estoy segura que así es, de cualquier manera… siempre mis príncipes y princesas serán!- dijo ella con entusiasmo y alegría, sentándose en el sofá y dejando que todos se les encimaran, con la acostumbrada algarabía.
- Lola, ven conmigo- le dijo Márgara halándola del brazo- tienes que ver los trajes… Doña Cándida hizo maravillas! – subieron con pasos apresurados a la antigua habitación de Lola. Sobre la inmensa cama y los muebles, se encontraban los trajes de ella y los niños… eran espectaculares. Con razón la Cándida gozaba de prestigio en todo el territorio nacional. Lola no dejaba de ver y manosear los trajes, en especial los de las niñas… todos, una monada. Había acertado en la escogencia de las telas y sus colores, la gente no lo esperaría… jamás. Ese color le resaltaría tanto en sus hijas rubias como en las morenas; estaba muy contenta, el susto y la preocupación… quedaron en el olvido, así lo creía ella.
Márgara le informaba de que todo estaba dispuesto para el festejo de su cumpleaños. Lola y los niños dormirían esa noche allí; mañana sería un día muy agitado… aunque no más que el corazón de Lola, que solo latía por y para Antonio!
Llegó el día tan esperado por la familia: Lola se encontraría con su amado después de largos años. Tenían esperanzas que se casaran… y que éste marido le durara, más de lo que le duraron Juan y Fernando…. que Dios los tenga en su Santa Gloria!
En el hogar de los Díaz Robaina, todo era un ajetreo. De todo había que ocuparse, querían que todo quedara perfecto. Todos andaban de aquí para allá, cada quién estaba encargado de algo… y, aún así, siempre algo estaba pendiente de solventarse. Almorzaron tarde y después… todo quedó en calma; se hizo el silencio, reinó la paz… todos la siesta durmieron.

Poco a poco se fueron despertando, la casa recobró vida y un extraordinario esplendor, se llenó de flores. Los jardines adornados con luces y guirnaldas; las mesas con manteles de hilo y servicio de cristal y plata. Los músicos se alistaban. La cocina expedía las más ricas fragancias. Todos estaban listos y muy acicalados. Lola y sus hijos en sus aposentos se guardaban. Sus padres y hermanas, recibían a los invitados… ya pocos faltaban. Pero los principales, ya estaban allí y desesperados por verla. Don Luis subió a avisarle a Lola que debería alistarse, pronto tendría que hacer su aparición. Al abrir la puerta, encontró a su hija de pie, rodeada de sus hijos; así -listos como estaban- parecía ella una joya en el centro de un mágico ramillete. No pudo disimular su amor y admiración: no solo era bella y amorosa… era una mujer de temple y fervorosa!
- Hija, llegó el momento… haz que tus hijos salgan, tal como lo planeado, y tú detrás de ellos- le dijo su padre, con voz calma, mientras le daba un beso.
- Estoy algo nerviosa… ya llegó él? – le contestó Lola, correspondiéndole.
- Si hija… si te sirve de consuelo, él está peor que tú… es un manojo de nervios; llegó hace rato y se apostó al pie de la escalera, como cuidando que ningún otro… hacia ti se abra paso- esto lo dijo riendo. Se enganchó del brazo de su hija y se dispusieron a salir del aposento, para darle la bienvenida a sus invitados y compartir con ellos ese gran día, ese gran evento: el encuentro de dos amores, perdidos en la distancia... y en el tiempo.

Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se observan letras manuscritas ilegibles. Se desconoce autor o propietario.

miércoles, 23 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( IX ) EL CURA






LOLA Y SUS ENREDOS: ( IX ) EL CURA


Lola estaba realmente preocupada; no podía obviar su intuición; ésta le decía que algo sucedía… no era simple casualidad que tres hombres, bien conocidos y queridos, falleciesen cerca de ella y en similares circunstancias… algo sucedía y lo descubriría. No pasaba por su mente vivir el resto de su vida bajo murmuraciones y con temores innecesarios. Lo dicho por Doña Rosaura, la bruja, le impresionó más de lo que había llegado a imaginar. Era cierto que lo dicho por ella se asemejaba a la realidad, pero no era, necesariamente, la verdad… sería casualidad o coincidencia; pero, no lo aceptaba como una profecía fatal. Sabía que el acudir a echarse las cartas no estuvo bien, para nada… era contrario a sus creencias religiosas, a su fe. Esta era su principal causa de perturbación: las habladurías estaban quebrantando la confianza en si misma y sus convicciones, y eso era… totalmente inaceptable!
Como quiera que Ana Isabel estaba a cargo de los niños, según lo acordado, ella disponía de entera libertad para hacer lo que debió haber hecho desde un principio: Si algo “extraño” sucedía, el más indicado para guiarla y ayudarla era Don José, el Párroco. Se bañó y vistió más rápido de lo que canta un gallo y, en cuestión de minutos, ya estaba en la Iglesia, que quedaba al cruzar la calle.
Vestida apropiadamente y con una mantilla echada sobre la cabeza, Lola entró al sagrado lugar. A esa hora la Iglesia estaba completamente vacía y rodeada de una atmósfera mística. La dorada luz del sol del atardecer, hacía que pareciera estar cubierta de oro; con destellos mágicos por los colores de los hermosos vitrales que adornaban todos los ventanales, donde se reflejaban las llamas de las velas encendidas… como estrellas titilando en el firmamento. Ciertamente, era su lugar preferido, más que la cocina y la alcoba; la paz espiritual que ese recinto le brindaba… no tenía comparación con nada.
Don José la vio nacer, le impartió los sagrados sacramentos del bautismo, confirmación, comunión y matrimonio… también ofició las misas para sus difuntos: sus abuelos y sus maridos. Lo buscó, pero no lo encontró por ningún lado; así que se dirigió a la casa parroquial, anexa a la Iglesia. Lo llamó en voz alta, pero nada que apareció. Se sentó a esperarlo en una de las bancas del patio central; todas ellas eran de mosaicos coloridos. Desde ahí podía ver cuando Don José llegara por la entrada del corredor principal. Piaban las aves, olía a jazmines y también a rosas, estaba fresca la tarde y se sentía maravillosa. Aquél lugar la relajaba y la llenaba de la paz que necesitaba. Distraída como estaba en sus pensamientos, fue sorprendida por un joven muy apuesto.
- Buenas tardes, en que puedo servirla… ah! Es usted Doña Lola?- le dijo con amabilidad Don Francisco, un sacerdote recién ordenado. Le explicó a ella que el Párroco se encontraba en la ciudad Capital, haciéndose unos chequeos médicos, pues no se encontraba bien de salud; en su lugar había quedado él encargado de la Parroquia hasta que regresara.
-Ah! Entiendo, que mala suerte la mía… necesitaba hablar urgente con él, para que me sirviera de guía. Y usted no me puede ayudar, pues para que me pueda asesorar… mi larga historia le tendría que contar- le explicó Lola con cara de lamento.
- Por eso no se debe preocupar, Don José me contó todo lo necesario sobre sus feligreses, para que yo les pudiese ayudar- mientras le hablaba, el joven sacerdote veía extasiado a Lola… como una aparición celestial. Notó –avergonzado- que algo bajo su sotana… se empezó a agitar. En consciencia de la emoción que lo puso indispuesto, hizo corrección inmediata.
- Doña Lola, sus confidencias las oiré en el confesionario, así será un secreto de guardar, le parece?- No le dio chance de contestar a Lola, se puso en marcha, directo al confesionario; necesitaba poner distancia entre ese ángel y él… o sería su perdición! Lola lo siguió sin chistar. Se arrodilló y empezó a hablar. De vez en cuando Lola callaba, pues le parecía escuchar –dentro del confesionario- unos golpeteos, como los que suenan cuando ella a sus hijos les da algunas palmadas, para que se calmen y guarden compostura. Pero como después se hacía de nuevo silencio, ella continuaba con sus cuentos.
- Que te quedes quieto, carajo… que la cosa no es contigo, qué vaina!- exclamó el padrecito todo alterado, sin poder evitar que Lola le escuchara.
- Qué? Qué dijo, padre? Le preguntó Lola toda extrañada, pues no comprendía nada.
- Nada, es que aquí he pillado un ratoncito, que no se queda quieto y ya me tiene nervioso. Mire Doña Lola, no se preocupe –le decía el padrecito algo molesto- Nada sucede sin que lo sepa y quiera Dios. Lo de usted… es pura mala suerte. Si algún pecado tuviere, yo la absuelvo de inmediato; como penitencia le impongo tres Padres Nuestros, un Ave María y una obra de caridad para el orfanato. Dicho esto, la bendijo y salió del confesionario… como alma que lleva el diablo!
Ya en la calle, el cura Don Francisco, con el aire fresco, se sentía más aliviado. Si la sotana fuera de hierro, por todo el pueblo se hubiesen escuchado las campanadas! El viejo Párroco Don José, nunca supo lo afortunado que fue; si él hubiera estado ahí en ese momento -en vez del joven Don Francisco- otro hubiera sido el cuento, y Lola tendría -en su haber- el cuarto muerto.

Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se observa el nombre de M. Cascales. Se presume autor o propietario, a él los méritos y derechos que correspondan.

martes, 22 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( VIII ) LA BRUJA






LOLA Y SUS ENREDOS: ( VIII ) LA BRUJA

Todos se encontraban reunidos esa noche en casa de Lola. Sus padres y hermanas se acercaron hasta allá, luego de enterarse de lo sucedido a Don Clemente. Las hermanas estaban tranquilas y disimulaban la risa que el suceso les provocaba… con todo el respeto debido al difunto. En cambio, los padres si se mortificaban, pensaban que tal hecho podía afectar la estabilidad emocional de su hija; qué equivocados estaban, Lola… como si nada!
- Qué quieres que te diga padre? Yo solo fui a llevarle unos presentes a Don Clemente… de lo más decente! Cómo iba a saber yo que al anciano le iba a dar un infarto de repente? Ni que yo fuera bruja… no faltaba más! - Lola dijo esto indignada, porque el muerto se lo querían adosar… esa deuda no era suya y no la pensaba pagar!
Cuando Su hermana mencionó la palabra “bruja”, Irene Margarita miró a Ana Isabel; ambas se levantaron y se fueron a cuchichear a otro lado.
- Sabes hija –le dijo Don Luis a Lola- pronto los partidos demócratas tendremos una reunión con los de izquierda, algún asunto con nosotros desean tratar. Nos invitaron a un almuerzo… no querrías venir conmigo Lola? – le dijo muy serio.
- Prefiero comer migajas en la mesa de Dios, que darme un banquete en la mesa del diablo! Ni loca voy, no cuentes conmigo padr -le contestó algo indignada Lola. El padre reventó en carcajadas y la tranquilizó.
- Solo es una broma, por nada del mundo llevaría a mi tesoro a la boca del lobo. Solo imaginaba que, de ser cierto lo que dicen de ti, los vería caer muertos a todos de un solo trancazo… qué maravilloso sería eliminar a esos comunistas del carajo! – siguió riendo al tiempo que prendía su habano.
Lola y su madre le recriminaron tal comentario, pero él no les hacía caso; estaba de buen humor. En cierta forma disfrutaba que su hija, siendo tan joven y estando viva, ya fuera una leyenda. Hace rato que los niños se habían acostado y ellos cenado; era tarde y se dispusieron a marcharse muy tranquilos, pues Lola estaba bien. Las hermanas decidieron quedarse a dormir en casa de Lola. Don Luis y Doña Ana estuvieron de acuerdo y se marcharon sin mayor dilación. Márgara se cercioró de que sus padres, efectivamente, se hubiesen marchado y de inmediato haló a Lola por el brazo y la sentó de un empujón en el sofá de la sala. Ana Isabel se les sumó, muerta de la risa.
- Qué les pasa, se volvieron locas?- les preguntó Lola toda intrigada.
- Oye bien hermana lo que te vamos a decir: mañana, muy temprano… antes de que salga el sol, tú y yo nos iremos a Santa Clara, para que te lea las cartas Doña Rosaura; Ana Isabel se quedará aquí y se encargará de los niños, tal como tú siempre lo haces- le dijo con mucha seriedad Márgara a Lola, quien no salía de su asombro ante la propuesta descabellada que le hacía su hermana. Pero no se opuso, ni siquiera protestó… estaba ya cansada de todo este asunto misterioso que a ella le rodeaba.
Sentadas estaban, esperando el turno para que las atendiera Doña Rosaura; Lola estaba como disfrazada, con ropa masculina; el cabello lo tenía recogido y oculto bajo un sombrero y lentes oscuros. No podía permitir que nadie la reconociera, pues mayores serían las habladurías y el párroco… capaz la excomulgaría.
La “Bruja” –así llamaban a Doña Rosaura- la hizo sentar frente suyo sin molestarse a alzar la vista para mirarla. Sin cruzar ni una sola palabra empezó a echar las cartas sobre la mesa… seguida del tres de Espadas, salió la Calavera y luego el cuatro de Espadas, un As de Copas y finalmente, el Rey de Espadas. Doña Rosaura recogió sus cartas, tan lentamente como las había echado y le dictó su sentencia:
- Llevas tres de siete... al final el guerrero vencerá el hechizo y quedará para reinar contigo, beberán las mieles de la felicidad. Deja lo que quieras dejar sobre la mesa y márchate!- le habló a Lola, sin levantar la vista.
Lola, que no creía en “brujas” ésta vez pensó que sí volaban. Estaba tan impresionada, por demás asustada, que no pudo mover un solo músculo de su cuerpo… toda ella era gelatina… estaba que -del susto- se meaba! Márgara se dio cuenta de lo mucho que su hermana temblaba; abrió su bolso, sacó unos billetes y los puso sobre la mesa y, como pudo – casi a rastras- sacó a Lola de donde estaba.
Durante todo el camino de regreso, ninguna de las dos hablaba. Al llegar a casa Lola le ordenó a Márgara:
- De esto… ni una palabra a nadie. Esta misma tarde iré a visitar al párroco, para confesarme… antes de que el diablo se lleve mi alma! Se persignó y se metió a hurtadillas en su casa, para que nadie -de hombre- la viera disfrazada.

Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se presume sea una foto de un dibujo de Goya. Se desconoce propietario.

LOLA Y SUS ENREDOS: ( VII ) DON CLEMENTE




LOLA Y SUS ENREDOS: ( VII ) DON CLEMENTE

El día había amanecido nublado, comenzarían las lluvias. Lola Abrigó bien a los niños y se cercioró que todos llevasen botas. Como de costumbre, salieron en fila india detrás de su madre, por orden de tamaño, los más bajos primero y los más altos detrás, para que pudieran observarse y cuidarse mutuamente durante la marcha; los dos más pequeños caminaban asidos de la mano de la madre. Hoy era un día ajetreado, después de dejar a los niños en la escuela, pasaría por el local de Doña Cándida, para indicarle las telas y colores de los trajes de sus hijos y el de ella.; luego pasaría a visitar a Don Clemente. El día anterior, después de mucho reírse por el cuento de la modista, se fue a casa muy pensativa, pensando en él. Estaba sorprendida de que, a su edad, estuviese lleno de tanta pasión, eso era digno de su admiración; ella despreciaba a la gente apática, sin energía ni entusiasmo por la vida… le resultaba deprimente y una actitud, definitivamente, malagradecida con Dios.
Al salir Lola del Salón de Moda de Doña Cándida, no podía dejar de sonreír… esta era muy pintoresca: siempre estaba muy pintorreteada, con sus labios bulbosos de rojo encendido y los ojos con grandes pestañas postizas, los cachetes muy colorados… toda ella era una visión carnavalesca, era muy divertida. Recordaba la expresión de su rostro -al señalarle ella las telas y el color- con los ojos desorbitados y la boca abierta a más no poder, no cesaba de repetir:
- No, no te lo puedo creer… éstas? De éste color? En serio? Ay Lola… me encanta, me encanta!
Con este pensamiento en mente -que la divertía- pasó por el puesto de flores y dulces de Doña Sofía, para comprarle unas flores y unos chocolates a Don Clemente. Al verla llegar, la florista intentó ponerse de pie para saludarla; pero Lola la atajó con un fuerte y cariñoso abrazo, mucho la quería y siempre estaba pendiente de ella… cuando niña la consentía regalándole caramelos. Al envejecer, Doña Sofía desarrolló una artritis deformante y, sin embargo, ello no le impedía trabajar todos los días para alimentar y educar a los nietos que quedaron a su cargo, después que su hija muriera. Esta era la gente, con bondad y templanza, que Lola amaba y admiraba… los flojos y cobardes no tenían lugar en su vida. Pero Lola no se preocupaba por ella, se ocupaba de ella. Cuando fue Primera Dama, se aseguró que Doña Sofía se beneficiara de una pensión vitalicia por su incapacidad física y que sus nietos obtuvieran una beca hasta finalizar sus estudios, incluyendo la universidad… eran unos chicos estupendos, bien se lo merecían!
- Gracias Lolita, muchas gracias por toda la comida que ayer me enviaste a mi casa, mis nietos se pusieron muy contentos. Y la ropa? Todo nos quedó como hecho a la medida!
- Ah! Qué pasa Sofía? Eso no fue nada… sabrosa es la comida que tú cocinas, cómo quisiera yo darme banquete comiendo en tu mesa todos los días!- esto lo decía Lola sin soltarle las manos a la anciana, manos llenas de nudos, retorcidas… pero que le trasmitían mucho amor y buena energía. Se despidió Lola de su amiga, llevándose bajo su brazo un gran ramo de rosas amarillas y en sus manos, una caja de chocolate… para Don Clemente!
A pocos metros de la entrada a La Funeraria “La Casa Del Señor”, Lola detuvo su paso, inhaló profundo y exhaló lentamente, quería estar muy serena para no cometer ninguna imprudencia si el cuento de Doña Cándida le venía a la mente, sería imperdonable… no sería decente!
- Buenos días Don Clemente, cómo está usted?- le saludó Lola al verlo, y acto seguido extendió en sus manos las flores y los chocolates que había comprado para él. Don Clemente al verla, palideció, su corazón se aceleró descontroladamente y no logró pronunciar ni una palabra… solo balbuceaba! Lola, entendiendo la emoción del anciano dado el relato de la modista, se acercó a él, poniendo en sus manos los obsequios. Y se le acercó para darle un cariñoso abrazo. Ah! La dulce y buena Lola no sabía en lo que se metía…
El anciano se abrazó a ella con una fuerza inusitada, de repente Lola oyó cómo las flores y los chocolates caían al piso; pero no era lo único que se desplomaba… Don Clemente, fuertemente asido a Lola, se resbalaba sobre ella. En su deslizamiento al suelo, le arrancó los botones de la blusa, dejándole los pechos al descubierto. Lola, de inmediato se percató que Don Clemente se desmayaba… pidiéndole a Dios que no fuera un infarto. Lola empezó a gritar pidiendo auxilio para el anciano, mientras éste seguía cayendo a lo largo de su cuerpo , hasta quedar de rodillas –lo que contuvo la caída- quedando su cara entre las piernas de ella. Lola seguía gritando por ayuda, mientras que el peso del bajo -pero corpulento- anciano la derrumbaba. Lola cayó al suelo de espaldas, y él encima, tal como estaba: de rodillas y con la cara metida entre sus piernas… justo ahí, donde el anhelaba morir; allí inhaló su última bocanada de aire y allí exhaló su último aliento, el viejo había muerto contento.
De la gritería histérica de Lola, para que le quitaran de arriba el muerto, se llenó todo el lugar de curiosos, pero nadie hacía nada por socorrer a la Lola, pues pensaban que –en vez de muerto- Don Clemente a ella la abusaba, quedando estupefactos ante la osadía de él. El Prefecto hizo aparición, haciéndose paso entre la gente allí conglomerada y al llegar… quedó paralizado
Don Mario Cáceres rápidamente, y con ayuda de dos agentes de la policía, retiraron -con gran esfuerzo- a Don Clemente de encima de la desvalida Lola. Al quedar él boca arriba, tenía la misma sonrisa que los difuntos maridos de ella, solo que esta vez… no había ningún pene erecto. El prefecto, sin sorpresa alguna, entendió lo que pasaba y solo pudo atinar a expresar en voz alta:
- OH! Doña Lola… otro muerto?

Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se desconoce autor o propietario.

lunes, 21 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (VI) LA MODISTA







LOLA Y SUS ENREDOS: (VI) LA MODISTA

Había llevado a los niños a la escuela y, como sus hermanas los recogerían a la salida, volvió a su casa a preparar unos pastelillos salados y una tarta de ciruelas, para disfrutarlos en la tarde con la modista, en casa de sus padres. La cocina, su lugar preferido después de la alcoba, olía a vainilla y canela, a miel y a frutas… cocinaba con entusiasmo y devoción, como si le estuviera haciendo el amor a Antonio… su primer amor, su amor de siempre. Rellenó las cestitas de masa con queso, jamón y aceitunas y otras de anchoa. Preparó el canasto, al cual le agregó algunas frutas frescas de su jardín, naranjas y clementinas. Se bañó y se vistió para la ocasión.
Camino a casa de sus padres – que quedaba a dos cuadras de la de ella- Lola caminaba lentamente, como si quisiera alargar el sendero… para darse todo el tiempo de pensar en él: Antonio. Era extraño para ella, pero desde que su hermana le enseñó la carta que él le enviara, algo había cambiado en sus sentimientos… sentía como un repentino despego, rechazo hacia él. Tanto que lo había amado y esperado su regreso… y ahora sentía como si se apagara la llama que mantuvo siempre encendida. Sería acaso soberbia y sed de venganza? Querría ella que él sufriera como lo hizo ella en su espera? No le dio tiempo de darse respuesta, ya estaba frente a la casa de sus padres; respiro hondo y exhaló profundamente… no quería que nadie notase la perturbación que Antonio le causaba. Entró directo al salón de té, donde su madre solía reunirse con sus intimas amigas y con aquellas damas –que no eran sus amigas- pero que el protocolo le exigía. Allí estaban sus hermanas con una algarabía con la modista y sus siete hijos, quienes al verla, salieron corriendo hacia ella… rodeándola en tiernos abrazos; ella les prodigo muchos besos y mimos y -de inmediato- los miró con cara de que no entendía lo que allí pasaba… procediendo los niños a sentarse en perfecto orden y en silencio: entendían –sin duda alguna- cada gesto, expresión y palabra de su madre.
Lola abrazó a sus hermanas y luego a Doña Cándida, la modista. Esta mujer era quien les hacía los trajes desde niñas y la que confeccionó sus dos trajes de novia: el primero blanco, el segundo negro… porque era viuda y como viuda se entregaba.. eso fue motivo de muchas habladurías, pero a Lola eso poco le importaba; al final de cuentas todos reconocieron lo bien que le quedaba… más Don Fernando –que Dios lo tenga en su gloria- que le alabó su sobriedad, elegancia y buen gusto… de infinitas maneras; pese a habérselo quitado apenas salían de la recepción ofrecida en ocasión de su matrimonio!
- Lola, cariño, que guapa estás! No has cambiado nada…-le dijo esto mientras la besuqueaba en la cara y la hacía girar en torno de ella para observarla.
- Vamos, Cándida, el tiempo no perdona y yo no soy la excepción! – Lola correspondió el amigable saludo de la modista con una gran sonrisa y un prolongado abrazo. Entregó la canasta a sus hermanas, quienes dispusieron su contenido sobre la ya servida mesa de té; todos los niños ya habían sido atendidos por Cándida, quien les tomó las medidas y la talla. Faltaban su madre, las hermanas y ella. Irene Margarita se llevó a los niños a la cocina para que merendaran emparedados de jamón queso y pavo… y un gran pastel de chocolate, con sus respectivos vasos de leche. Los dejó al cuidado de las nanas. Al regresar ya estaba su madre con el resto de las mujeres y examinaban el muestrario de telas que Cándida había traído para que escogieran. Retazos de finas Seda, Gasa, Tafetán, Shantung, Raso, Muselinas y Organzas se encontraban esparcidos sobre la mesa, el sofá y las alfombras… eran un gran y bello muestrario de telas traídas de Italia, Francia, Inglaterra, Turquía, Marruecos, India, China…y quién sabe de dónde más! Cándida era la mejor modista de la Capital y sus telas eran famosas por su variedad y calidad.
- Les tengo algo que contar… Lola, tienes un admirador muy apasionado! – Lola se ruborizó, pensó que le hablaría de Antonio, pero no, Cándida se refería a Don Clemente Baptista, el dueño de la Funeraria que se encargó de darle cristiana sepultura a sus dos maridos.
- Yo fui a visitarlo -prosiguió Cándida, quién era una mujer mayor, regordeta, extravagante y muy acicalada- para recoger un pedido que él me había hecho, pues, como ustedes saben… yo también visto a los muertos. Como no lo encontré en su despacho, entré a buscarlo por la confianza de años que le tengo… y, aunque no lo veía, le escuchaba con claridad: Lola, Lolita que eres mía… lo decía una y otra vez. Entonces, no aguanté la curiosidad, pensando que Lola estaba con él…. – hizo una pausa y miró la cara de sus interlocutoras, quienes la veían con caras de idiotas y prestaban toda su atención al relato que Cándida les contaba- corrí la cortina del vestidor de un solo tirón y me encontré a Don Clemente con los pantalones y calzones a los tobillos; con una mano en dónde ustedes ya saben y la otra en la pared, creo que para sostenerse en pie. Al principio me asusté y luego, al comprender de lo que se trataba… me ruboricé; al darse cuenta él de que lo había pillado en menudo trance, se avergonzó tanto que se ha desmayado. Entonces la asustada fui yo, creí que mi imprudencia le había provocado un infarto! Pero solo fue un susto… Don Clemente se encuentra bien. Les cuento esto, no por chismosear, sino para que estés pendiente Lola, no vaya a ser que te cases de nuevo y cuando al marido lo vayas a enterrar… el que te “entierre” sea Don Clemente!
Las mujeres ya no podían más aguantar la risa y estallaron en carcajadas, no por burlarse de Don Clemente, a quien tenían en gran estima y fue amigo del abuelo de Lola; sino por la gracia y admiración que les ocasionaba la fogosidad en la mente del anciano, próximo a cumplir los noventa años!
De repente, Ana Isabel, se levantó horrorizada:
- Qué asco! Esta mañana me encontré a Don Clemente y me saludó tomándome de las manos! – dijo esto mientras se restregaba, una y otra vez y frenéticamente, sus manos en la falda de su vestido.
- Pues anda a lavarte, cariño… quien quita y te haya dejado a sus herederos en tus manos! –le dijo muy seria Doña Cándida a la muchacha… mientras las otras mujeres se morían de la risa, incluyendo a Doña Ana, la madre de Lola, quien solía ser muy circunspecta.

Ana Isabel salió corriendo del salón, dejando atrás a sus hermanas muertas de la risa.




Ana Margarita.-

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domingo, 20 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( V ) LA CARTA



LOLA Y SUS ENREDOS: ( V ) LA CARTA










Lola estaba sentada a la mesa con sus hermanas y sus siete hijos. La comida era abundante y deliciosa… a Lola le gustaba cocinar, tanto como hacer el amor; en ambas tareas, le ponía atención a los detalles y gran sazón! Comían en la mesa de la cocina, como siempre… una gran mesa de madera rústica, muy antigua –heredada de sus bisabuelos- y cuadrada, de tres puestos por cada lado… todos podían verse la cara al mismo tiempo y seguir las charlas sin dificultad alguna. La mesa estaba bien servida y todos disfrutaban de ella. Entre bocado y bocado, hacían un descanso y escuchaban las anécdotas de los chicos en su escuela, y reían con ellos o les daban consejos, según el caso. Era un momento glorioso para todos, el momento más esperado del día… en el que todos estaban juntos y compartían. Cuando las tías estaban en casa, los niños eran relevados de su obligación de ayudar a mamá en levantar la mesa, lavar la vajilla y asear la cocina. Esto –a ellos- les encantaba, tan pronto terminaban se levantaban, daban besos a sus tías y solicitaban el permiso de su madre para retirarse, lo cual hacía Lola prodigándoles un abrazo y un beso a cada uno. Hecho esto, salían corriendo al patio a jugar.
Lola se quedó con sus hermanas, haciendo las faenas de limpieza. Preparó un buen café y sacó una deliciosa tarta de manzanas, nueces y miel que había horneado en la mañana. Se sentaron y hablaron de lo que tantas ganas tenían de hablar: de la fiesta de cumpleaños.
- Algunas de ustedes ha visto a Antonio? – le preguntó Lola a sus hermanas, mirándolas con ansiedad, a ver cual de las dos daba la respuesta.
- Yo lo vi Lola… el otro día fue de visitas a la casa, acompañado de Don Mario Macedo, el Presidente del Partido Demócrata Cristiano y de Don Rigoberto Esculpi, Presidente de la Asociación Nacional de Sindicatos. Estuvieron encerrados en el Despacho de papá hablando durante horas; cuando salieron yo estaba en el vestíbulo; todos me saludaron con una inclinación de cabeza… salvo Antonio, que se quedó rezagado y me preguntó por ti.- se apresuró a contarle Irene Margarita, quien era la segunda de las tres hermanas.
- Si? Pero cuenta… cuenta detalles, cómo está él y qué le dijiste tú de mí? – le inquirió Lola a Márgara –así la llamaban en casa- con un nerviosismo sin igual
- Cálmate hermana, sino no te cuento nada… Mira, Antonio está más guapo que nunca; su barba y cabello rubio se ha puesto cano, le queda muy bien… se ve más varonil.- dijo esto haciendo una mueca graciosa con la boca y parpadeando los ojos- y al preguntar por ti lo hizo con la misma ansiedad que tú tienes ahora; es más, me dio esta carta para ti- Márgara metió la mano en su bolso y le entregó un sobre a Lola.
Se hizo un silencio profundo, tanto que podía escucharse el latir del corazón de Lola; ésta se quedó paralizada y le dejó la mano extendida a su hermana. Después de unos segundos que parecían interminables, Lola rompió el silencio.
- No hermana, no recibiré esa carta… no ahora, después de tanto tiempo que esperé por él. No se si lo que dice es para mi bien o para mi mal… y no lo deseo saber. Te pido que se la devuelvas en persona y le digas que, lo que me tenga que decir… que me lo diga a mí, de frente, el día de mi fiesta… ni antes ni después!- le dijo Lola a su hermana con una seriedad terrible, parecía que estaba a punto de llorar… le temblaba la voz, se le estaba por quebrar.
Irene Margarita y Ana Isabel cruzaron miradas; estaban extrañadas de la reacción de su hermana, pero respetaron su decisión. En silencio terminaron de beber el café y de comer la tarta. Se levantaron con prontitud, se abrazaron y despidieron… siempre en silencio.
- Ah! Lola, mañana nosotras recogemos a los niños a la salida de la escuela; la modista va para la casa a tomarle la medida a los niños para hacerle los trajes para la fiesta. Acércate a eso de las cinco de la tarde, para que escojamos las telas de sus atuendos y el de nosotras… no nos podemos dormir con esto! – le dijo Ana Isabel a Lola, quién asintió con la cabeza en señal de conformidad.
Por la ventana de la cocina Lola podía ver a los niños despidiéndose de sus tías… se adoraban recíprocamente. Si algo le pasase a ella… sus hijos quedarían en buenas manos. Lola se quitó el blanco delantal y lo tiró sobre la mesa. Y se dirigió a su cuarto… muy lentamente; cada paso un pensamiento, cada peldaño de la escalera… una reflexión. Se paró frente al espejo de su alcoba y lentamente se desnudó. Observó su cuerpo en detalle; con sus manos tocaba sus senos y las deslizaba hacia las caderas.
- Estoy subida de peso, pero me sienta bien.. Mis senos están más llenos y mis caderas redondeadas… jamás pensé que algún día tendría que agradecer el haber sufrido la inapetencia, las nauseas y los vómitos de mis siete embarazos… y claro, el sexo con mis maridos me sirvió de mucho ejercicio… Dios los tenga en la gloria! –pensó Lola en voz alta, sonrió y se vistió apresurada, no fuese a subir alguno de los niños y la encontrase así… sería bochornoso!


Ana margarita.-

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sábado, 19 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( IV ) EL CUMPLEAÑOS





LOLA Y SUS ENREDOS: ( IV ) EL CUMPLEAÑOS

Se la veía a ella caminar todos los días acompañando a sus hijos a la escuela. Todos en orden y perfecta armonía… a no ser, de vez en cuando, por las paradas que hacían para destornillarse de la risa; Lola y sus hijos se las llevaban muy bien. Ellos ya habían recobrado su compostura y el amor de la madre lo disfrutaban constantemente. Todos, sin excepción, habían sacado esa tendencia a sonreírle a la vida… siempre había un motivo para reír y agradecer a Dios, gozaban de su buen humor! Era imposible, no voltear o detenerse a verlos, era agradable toparse con ellos. Cada vez que la madre daba los buenos días a quien se encontrase en su camino… los hijos –como en eco- repetían el saludo: buenos días, buenos días, buenos días, buenos días, buenos días, buenos días, buenos días… o, en su defecto, lo repetían al unísono, como si de el coro de la iglesia se tratase… y siempre con sonrisas y melodías. Era una familia muy querida y apreciada… hasta, a veces, envidiada. Era un hecho, reconocido por todos los lugareños, la gran belleza y. simpatía de Lola, que sumado a su instrucción y buenos modales, la hacía una dama admirable. Atrás, en el tiempo, quedaron las suspicacias y murmuraciones… Lola había recobrado su estatus.
Al dejar a los niños en la escuela, se dirigió pronta a casa de sus padres, ellos la habían mandado a llamar… había un asunto urgente que tratar! Su padre la esperaba con ansias, adoraba a Lola… era su niña preferida. La veía aproximarse, con ese caminar tan suyo… pasos firmes y seguros, sin dejar de ser femeninos. Don Luis abrió la ventana de su gran biblioteca, donde se encontraba, y con las manos le hacía señas para saludarla; pero tendría que esperar… Lola por el camino siempre se entretenía a todos con amabilidad saludar; además, ella disfrutaba de las caminatas en la mañana… eran frescas y la vigorizaban.
El padre, sin importarle los celos de sus otras hija, salió al encuentro de Lola; la abrazaba con efusividad y la besaba por todo el rostro… la amaba demasiado para poder ocultarlo. Entraron con los brazos entrelazados… él sobre sus hombros, ella por su cintura. Las hermanas, a pesar de sus celos, salieron corriendo a abrazarla y empezaron con ella a cuchichear sobre sus novios, reventaban en risas y solo se oía es “sssssssshe” de la madre, que las llamaba al orden, sin poder evitar alegrarse por la alegría de ellas. Todos se reunieron en la biblioteca, el lugar preferido del padre y éste tomó la palabra solemnemente:
- Lola, todos nosotros, nos hemos puesto de acuerdo para celebrar tu cumpleaños en casa… será una gran fiesta.- dijo el padre fumando su habano acostumbrado.
-Padre, les agradezco su buena intención, pero yo había planeado una comida en casa… con ustedes y mis hijos, solamente.
- Lo siento hija, acotó la madre- en realidad, la fiesta tiene un doble propósito: celebrar tus treintiún años… y presentarte, formalmente… -las palabras de la madre fueron interrumpidas por el padre, quien se puso de pie y se colocó tras su hija, posando sus manos sobre los hombros de ella. Lola sabía perfectamente lo que ese gesto significaba… su padre había tomado una decisión que no aceptaba discusión.
- Hija, sabes cuán importante eres para esta familia; tú y tus adorables hijos, son nuestra alegría. Pero, estamos preocupados… eres una mujer sola, y necesitas compañía.. hemos pensado que debes casarte de nuevo, tener quien vele por tu seguridad y la de tus hijos… alguien que te represente.- Don Luis pronunció estas palabras como lo que era… una sentencia inapelable!
- Padre… por qué? Mírame, soy inmensamente feliz así como estoy… con mis hijos, con ustedes… nada me falta, qué necesito yo de un hombre? –Lola con tristeza recriminaba la decisión de sus padres, no le parecía justo y menos necesario.
- Hija, estás en una etapa en que la crianza de tus hijos tapan la realidad… eres una mujer joven y hermosa, y un hombre necesitarás… tu madre y yo sabemos de lo que hablamos, sabemos lo que te conviene… no se diga más. – el padre se puso frente a su hija, se inclinó hacia ella y la besó en la frente… dio media vuelta y desapareció de su vista.
- Hija, no te desconsueles… si en la presentación no conoces a ningún caballero que te llame la atención… estará bien, a nada serás obligada. Tu padre, tus hermanas y yo nos encargaremos de todo. Tú, ese día, solo ponte bella – la madre, al igual que su marido, se despidió de su hija y abandonó el recinto.
Las hermanas, Irene Margarita y Ana Isabel, no perdieron tiempo y se sentaron al lado de su hermana para consolarla, para sacarla de esa tristeza que le había robado su sonrisa, esa sonrisa que ellas tanto amaban.
- Quita esa cara de pendeja Lola, porque vas a saltar de la alegría cuando te enteres quien es el invitado principal… Antonio Santamaría! – le dijo sin reparos Ana Isabel.
- Si hermana, escuchamos a nuestros padres hablar… él será el invitado especial… será tu regalo de cumpleaños… solo falta que te lo envuelvan en papel celofán! – recalcó Irene Margarita muerta de la risa.
Lola se quedó sorprendida, no esperaba ver a Antonio más nunca en su vida… y estaba aquí… y lo vería. Las hermanas agarraron a Lola por los brazos, y la sacaron de la casa, pues ya era hora de buscar a los sobrinos a la salida de la escuela. Las tres jóvenes mujeres salieron conversando y riéndose, estaban felices por el próximo evento: el cumpleaños de Dolores… la Lola!
Las risas y cuchicheos podían oírse en el piso superior, donde los padres estaban asomados a la ventana, observando ese cuadro de felicidad; se miraron y sonrieron… la complicidad con Ana Isabel e Irene Margarita, había funcionado: Lola tenía –de nuevo- la cabeza llena de pajaritos… dieron en el clavo!

Ana Margarita

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LOLA Y SUS ENREDOS: ( III )LOS HIJOS DE ELLA...




LOLA Y SUS ENREDOS: ( III ) LOS HIJOS DE ELLA...




Lola se estaba volviendo loca. Su marido las mañas no perdía. Tenía que asegurarse que los niños estuviesen atendidos antes de que el llegara. Fernando y ella cumplirían la semana entrante… tres años de casados; ya tenían tres hijos, más los cuatro del difunto Gallardo… eran siete, todos seguiditos! Eran buenos chicos, muy educados y considerados! Los Gallardos eran blanquitos con el cabello lacio y negro como su padre y los ojos azules de ella; los De Sousa eran rubios y ojos verdes… y todos muy guapos. Ella estaba orgullosa de sus hijos… pero entre el marido y ellos, empezaba a cansarse. Sus ojos no brillaban como antes, tenía ojeras y la risa la había perdido. Solo cuando hacía su ronda nocturna, para asegurarse de los mismos estuviesen dormidos, cálidos y seguros… es que se detenía frente a cada uno de ellos, y entre bendiciones y agradecimientos a Dios por su existencia, se sonreía al verlos… dormidos y quietos.
Apenas Lola tocaba la cama, Fernando le brincaba encima… de milagros ella respiraba. La subía, la bajaba, la volteaba… la zarandeaba… ponte aquí… ponte allá… ponte así; la pobre Lola parecía una muñeca de trapo. En una sola noche, la desvestía varias veces y no había lugar de la habitación donde Lola no hubiese estado encaramada. No es que no le gustara… sino que las fuerzas le faltaban!
A duras penas, se levantó por la mañana y eso lo hizo porque los chiquillos entraron al cuarto a despertarla, entre risas y algarabía lograron sacarla de la cama.
- Mamá, mamá de qué se ríe Don Fernando… y que tiene debajo de la sábana? Le preguntó Juancito, el mayor de los Gallardo, señalando con su dedo un bulto que se erguía entre las piernas del marido de su madre.
Don Mario Cáceres, quien antes fungía como Secretario de Don Fernando cuando era el Prefecto, asumió el cargo al ser electo este de Alcalde. Era él, ahora, a quien le correspondía examinar el cadáver y determinar si fue por causa natural o no. Allí estaba- con esa cara de pendejo- viendo lo que de Don Fernando quedaba: tenía esa sonrisa celestial y estaba erecto… igual que Don Gallardo, cuando le tocó su momento. Al Partido de Gobierno no le interesaba una mala publicidad en esos tiempos, ya que pronto serían las nuevas elecciones… las cuales adelantarían por el infortunado evento; así que Don Mario había recibido precisas instrucciones de cómo proceder… hacer el levantamiento sin bulla y darle pronta y cristiana sepultura.
Esta vez las murmuraciones fueron más fuertes y permanentes; todos comentaban, y así lo creían, que la viuda a sus marido mataba… o la tenía envenenada! Durante dos años y medio, Lola tuvo que aguantar el escarnio público al cual había sido expuesta por las malas lenguas…pero, ella –como siempre- caminaba erguida y muy altiva, sin hacerles caso. No sucedía lo mismo con los niños, en la escuela los molestaban y de su madre se burlaban. Esto cambió la conducta de ellos para con Lola… se habían puestos rebeldes y el caos reinaba en la casa. Lola meditó mucho y concluyó que… para grandes males, grandes remedios… la decisión debería ser drástica. Armándose de valor –y con mucho dolor, porque a sus hijos amaba- los reunió a todos en el salón de la casa. Así, con el aspecto de bruja y de loca furibunda que tenía, del agobio que la embargaba, se dirigió a ellos:
- Los he educado bien, con amor y esmero… pero se han vuelto en mi contra por comentarios de la gente de este pueblo. Pues bien, ahora les digo… o se comportan y me obedecen… o los envío a todos a un orfanato y, créanme, no estoy jugando... hablo muy en serio. O lo que es peor, al igual que a sus padres… los mando al cementerio!
Los niños enmudecieron del pánico, se quedaron quietos como si fueran de palo y sin quitarle la vista a su madre… por si acaso.
- Ahora, todos se van a sus cuartos, lo ordenan y ayudan a sus hermanos menores a hacer lo mismo. No quiero ni un grito ni un llanto… solo quiero silencio para mi descanso! – los niños, uno a uno, en perfecta y silente fila india… subieron a sus habitaciones. Lola sonrió… por primera vez en mucho tiempo. Había sido muy dura y cruel con los niños, pero era un mal necesario. Con el tiempo, cuando las cosas se canalizaran, ella recobraría el respeto, el amor y la confianza… de sus amados hijos.
Durante varios noches… Lola durmió profundamente, recuperando su semblante y su sonrisa. Al cabo de unas semanas, Lola volvió a ser la de antes… dando –nuevamente- de qué hablar a la gente



Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se desconoce autor o propietario.

viernes, 18 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( II ) DON FERNANDO Y LA PRIMERA DAMA



LOLA Y SUS ENREDOS: DON FERNANDO Y LA PRIMERA DAMA


El llanto de los niños, clamando por su padre, era lo que se oía a metros de distancia. El funeral de Juan Gallardo fue todo un espectáculo. No faltó nadie del pueblo; la mayoría estaba allí mostrando su cariño y respeto, porque el difunto se lo había ganado. Pero otros tantos solo acudieron por curiosidad; atraídos estaban por la historia de dolor y muerte que sobre la familia Gallardo se cernía… aún más, por la intriga de lo que allí pudiese pasar, pues se murmuraba que la viuda lo había asesinado y que el Prefecto andaba tras de ella y que –en cualquier momento- la haría arrestar. Todo se desenvolvió con la normalidad del caso. Todos dieron el pésame a la viuda y a sus cuatro hijos. Todos bebieron café, té o chocolate y – los que se quedaron para acompañarla en la noche- hasta sopa caliente, muy humeante y la que dejaba un fresco sabor a hierbabuena en la boca. Poco a poco se fueron retirando los curiosos, decepcionados por no producirse lo por ellos esperado. Luego se retiraron los amigos, muy apenados. Lola y sus hijos se quedaron frente al féretro muy desconsolados. Con ellos, los abuelos de los niños y las tías de éstos… y, por supuesto, Don Fernando y su Secretario.
Don Luis, el padre de Lola, se retiró un poco del grupo, buscando un sitio adecuado donde pudiese fumarse un habano y cavilar sobre la situación en la que ahora se encontraba su hija y sus nietos. Encontró una banca en un patio abierto, muy floreado. Lirios y Trinitarias de todos los colores la adornaban. Allí se sentó y las bocanadas del puro impregnaron el ambiente con un fuerte, pero agradable, olor a Tabaco.
Don Fernando lo había seguido en silencio, y se le paró enfrente. Don Luis, sin levantar la mirada, le dijo:
- Era hora, hace rato le estaba esperando… pensaba que usted nunca se me acercaría. Le escucho. Me debe una explicación.- le habló en forma seria y autoritaria, pese que entre los dos hombres había confianza.
- Lo sé Don Luis, esperaba el momento oportuno y, creo, que este lo es – le contestó Don Fernando al tiempo que se sentaba al lado de su interlocutor.
- Las murmuraciones sobre mi hija no solo me molestan, sino que son infundadas. Pensaba yo que usted… en cumplimiento de su deber y en retribución a nuestra amistad, pondría fin a ellas. No obstante, ocurre lo contrario… se comenta que usted las genera, al no dejar a mi hija fuera de observación… qué tiene que decir al respecto? – esto lo decía Don Luis con extrema serenidad, pese a la preocupación que sus palabras implicaban.
- Reconozco que la culpa es mía por no aclarar el asunto y poner fin a las murmuraciones. Pero es que me asisten razones para ello… sigo a su hija para protegerla, porque ahora está indefensa, vulnerable y, porque estoy enamorado de ella. Y es por ésta última razón, es por lo que me acerco a usted esta noche; necesito su consentimiento para cortejarla… deseo casarme con Doña Lola.
- Ah!... con que esas tenemos… - exclamó Don Luis sin mostrar ningún signo de sorpresa, algo así ya se esperaba. Se quedó pensando entre bocanada y bocada de su fino Tabaco.- tiene usted mi consentimiento, pero le quede claro dos cosas: de inmediato deberá usted hacer lo pertinente para que cesen las murmuraciones y mi hija quede libre de cualquier sospecha… así mismo, deberá usted enamorarla bien, pues es ella quien tiene la última palabra. Para nadie es desconocido que Lola es mi hija preferida, siempre estará bajo mi protección y su felicidad es la mía. Así que… ya sabe usted cómo debe proceder. Me gustaría que para el día de las elecciones ya mi hija fuera su consorte, es necesario que haya una Primera Dama, eso le aumentará la simpatía de los votantes. Mañana temprano pasaré por el Partido y haré unas contribuciones para su campaña y algunos arreglos que estimo serán necesarios… el nuevo Alcalde deberá tener una posición sólida ante la oposición… yo me encargaré de ello.- Apenas terminó de hablar, echó lo que quedaba de su Tabaco a la tierra, lo piso fuertemente hasta desbaratarlo… miró a Don Fernando de una manera intimidante, de advertencia: ten cuidado con mi hija, no me la maltrates!Así terminó la conversación de los dos hombres, mientras Lola lloraba sobre el ataúd de su marido, que aún estaba tibio. Recién enviudaba, y ya su próxima nupcias había sido acordada.


Ana Margarita

NOTA: La foto que ilustra este relato corresponde a mi madre, Dolores Martin Chica.

LOLA Y SUS ENREDOS: ( I ) LA VIUDEZ



LOLA Y SUS ENREDOS: ( I ) LA VIUDEZ



Dolores Díaz Robaina, hija de Canarios, era una mujer buena moza y muy altiva, la mayor de tres hermanas; ya contaba veinte y nada que se casaba. Eso, en aquél pueblo y en aquél entonces, significaba que la muchacha quedaría solterona; situación esta que preocupaba a sus padres y tenían desesperadas a las hermanas. No era porque le faltasen pretendientes, no… es que Lola –así la llamaban- de Antonio estaba enamorada, y él… ni bolas le paraba! La presión que ejercían sus hermanitas y la vergüenza de sus padres, hicieron que ella, por Juan, se decidiera. Juan, de apellido Gallardo, era un joven bien compuesto, de buena cuna y sobre todo, loco por ella estaba. El matrimonio se dio –con gran gala- y todo el pueblo asistió.
Lola de Gallardo, no perdió tiempo, a Juan le dio un hijo por año… y ya llevaban cuatro de casados; él estaba encantado con ella y los niños. A todos decía que la amaría por siempre… y ella, con sarcasmo le respondía… que tantos hijos ella no quería.
Un buen día, Lola se levantó de madrugada, como siempre lo hacía para alistar el desayuno de su esposo y de los niños. Estaba cansada, su marido anoche le hizo el amor sin cesar… de seguro saldría de nuevo preñada, pensaba ella a disgusto.
Sentada en la mesa se encontraba, dando el biberón al menor y los otros tres comiendo animosos en sus platos. La cocina olía a compota de manzanas y canela, a leche tibia y a avena, y a pan tostado, huevos fritos y jamón planchado. El rostro de Lola era un poema, adoraba a sus criaturas y ellos a ella. Reinaba cierto desorden en esa mesa… pero la alegría era la recompensa. El plato de su marido estaba servido, pero él no bajaba. Era extraño y ella ya se inquietaba; subió con el bebé en brazos hasta la recámara, puso al niño en la cuna y a su esposo agitó mientras lo llamaba:
- Juan, Juan… despierta, el desayuno se enfría y llegaras tarde al trabajo…
Pero Lola se quedó muda, se echó para atrás… su marido ya con ella no estaba. Entre llantos y sollozos, llamó a la Prefectura para que vinieran a ayudarla, pues su marido había muerto… y tieso estaba.
Don Fernando – así se llamaba el Prefecto- llegó con su Secretario, más rápido que volando! Sacaron a Lola del dormitorio, pues debían examinar al difunto para poder expedir el Acta de Defunción correspondiente, determinando que la muerte era natural y no obedecía a ningún accidente.
Juan permanecía boca arriba en la cama, completamente desnudo y tenía una sonrisa en la boca, de oreja a oreja… y tenía el pene erecto. El secretario al ver esto, conmocionado comentó:
- Prefecto, yo nunca había visto esto… un difunto que haya muerto con esa sonrisa! – dijo esto con los ojos desorbitados y la mandíbula abierta de par en par, sin quitar la mirada del pene del difunto.
- Si a mi se me parara el pene como se le paró a este… yo también tendría esa sonrisa – dijo el Prefecto sarcásticamente – el hombre fue afortunado, murió feliz haciéndole el amor a Lola… ah! Es que esa mujer se las trae…Cubrieron a Juan con la sábana, de pies a cabeza, siendo imposible disimular el bulto que entre sus piernas se asomaba, muy indiscretamente. Desde ese momento en adelante, Don Fernando seguiría de cerca a Doña Lola Gallardo. Se convertiría en su sombra. En el pueblo se murmuraba que, ese seguimiento que le hacía el Prefecto a la viuda, era a causa de que sospechaba que ella era la causante de la muerte de Juan, que su muerte no fue natural y, por ello, empezaron a llamarla –a sus espaldas- La Viuda Negra. Lo que no sabía la gente –ni tampoco Lola- es que Don Fernando la pretendía y quería tener en sus labios la misma sonrisa que ella, a Juan, le había dejado.


Ana Margarita.-


NOTA: La foto que ilustra este relato corresponde a mi madre, Dolores Martin Chica.

jueves, 10 de febrero de 2011

MAL ASUNTO...




MAL ASUNTO...
de Ana Margarita Perez Martin, el jueves, 10 de febrero de 2011 a las 8:01





Por lo general, todos tenemos una rutina, una cotidianidad que llamamos vida: esta se desenvuelve conforme a nuestras necesidades e intereses y, entre ellos, marcamos nuestras prioridades… eso sí, siempre dentro de nuestros principios y valores, que no son otra cosa que aquellos “elementos” intrínsicos que definen nuestras convicciones… moderadoras de nuestro carácter!

Hoy, temprano me dirigí a una empresa de mensajería privada –ubicada en una de las arterias viales de más tránsito en la ciudad- para enviar un documento muy importante a una sobrina residente en un lugar distante; como quiera que era urgente que se lo enviase y considerando una serie de diligencias más que debía realizar ese día…llegué antes de que abrieran al público y así ser la primera en ser atendida
Así fue, al llegar solo estaban los empleados recibiendo encomiendas de otras ciudades. Sacaban los paquetes de los vehículos y los entraban en la oficina… una y otra vez; reinaba en ese equipo de trabajo una camaradería sin igual, todos trabajaban sincronizadamente y con un humor excelente. Me quedé apartada, pero a la vista, para no perder mi lugar. La mañana se sentía ajetreada… todos a mi alrededor iban y venían, cada quien ocupado en lo suyo. Mañana fresca y con el sol tímidamente escondido tras las nubes. Me sentía bien, tranquila y de buen humor…hasta que llegó una joven mujer -muy robusta ella- morena y de unos ojos hermosos, profundamente negros y almendrados, pero con una actitud de pocos amigos

- Cuántos hay en la cola? –se dirigió a mi sin siquiera saludar
.- Buenos días, soy la primera… y, hasta ahora, la única en espera de utilizar los servicios, como puede usted observar –le contesté de manera educada, pero poniendo distancia a quien ya había detectado como una persona mal educada. Me había predispuesto contra ella… y eso me molestaba, me avergonzaba… no tenía derecho a ello, no la conocía… no debía prejuzgarla… pero el sentimiento de rechazo persistía, algo me decía que la mantuviera a raya.
- Ah! Bueno… por aquí ando yo, para que sepa y me guarde mi puesto… por si viene alguno que se la quiera dar de vivo! – dijo esto apartándose de mi unos tres metros –aproximadamente- y sentándose al ras del suelo, en el borde de la acera.

De manera inmediata se instaló a hablar por su celular… un Blackberry última generación, lo cual no me extrañó para nada pese a su apariencia de humilde condición económica, por dos razones: uno no debe juzgar a las personas por su apariencia y, en Venezuela, tanto niños, asalariados e indigentes cargan uno en la mano… como si se tratase de una chupeta barata, como si los regalaran… y solo para hablar paja.
Esta observación mía me causó otro malestar: será envidia? Dudé de mí, de mis razonamientos… de mis buenos sentimientos. Este fue el segundo latigazo que mi conciencia me daría aquella mañana… y no era el último que recibiría.

-Hola mi bella! –empezó la charla por el teléfono, lo cual me era imposible no escuchar por el timbre de voz y la poca distancia que me separaba de aquella mujer que vino a perturbar mi tranquila mañana- te he extrañado mucho… bendito sea Dios que estás bien… bla bla bla... alabado sea el Señor… bla bla bla… Santísima Virgen María… bla bla bla…. Dios Santo, oraré por él y por toda su familia… bla bla bla – y de esta manera, en unos tres minutos, la mujer mencionó a Cristo Jesús y a la Virgen unas cien veces y alabó a Dios cientos de veces más. No puedo mentirles, siempre he sentido desconfianza de las personas que mencionan, repetida e incansablemente, el nombre de Dios y que lo alaben constantemente…. para mi, obras son amores y tanta palabrería es sinónimo de hipocresía o fanatismo; como cristiana acostumbro, siempre, dar gracias y bendecir a Dios y a mis semejantes… y ayudarlos en todo lo que mi humanidad me permita, con humildad y en silencio… sin tanta algarabía, hasta allí llego, así soy yo. Además, como bien dice el proverbio; dime de que alardeas y te diré de lo que careces… Esta reflexión la hacía yo mientras la mujer continuaba su charla. Al concluirla, se despidió muy amorosa… era su madre. Aquí vino otro latigazo más a mi conciencia… cómo me atrevía yo a juzgar a alguien? Quién era yo para hacerlo? Y lo peor, parecía haberme equivocado… ella se mostraba como una mujer amorosa con su madre y de fe. Estaría yo, entonces, equivocada en mis convicciones? Sería ella una buena cristiana y yo no? Será que eso de amar a Dios con hechos, con humildad y en silencio… más bien sería cobardía en profesar mi fe… ello me avergonzaría y me estaba engañando? De nuevo dudé de mí, de mis convicciones y de mis buenos sentimientos… la mañana ya se había vuelto incómoda y el tiempo me parecía detenido; estaba mal conmigo misma… me encontraba en pleno conflicto existencial, gracias a aquella extraña que por alguna razón coincidió en mi vida
Mis reflexiones se vieron interrumpida por una llamada que entró al teléfono de esa mujer…

- Haló! Chaaaaaama, menos mal que llamas; acabo de hablar con la vieja. Puedes creer que me pidió que dejara tranquilo al Richard? Así será de bruta ella. Me dice que considere a la "mardita" de su mujer y a los muchachitos del carajo… como si a mi me importara una mie… esa vaina! Que se jodan, que se busque otro marido y padre… porque a este macho no lo suelto yo… para eso me le meneo bien riiiico! – no continuaré diciéndoles lo que esa mujer soltó por la boca… sería indecente hacerlo. Eran tales las vulgaridades que pronunciaba la extraña… que los hombres que atendían la faena de carga, se quedaron paralizados y voltearon a mirarla con cara de perplejos y evidentemente horrorizados… sentí pena ajena
Sentí, también, una inmensa rabia conmigo misma. Estoy clara que no todos los que mencionan a Dios y lo alaban a gritos –incesantemente- son unos hipócritas, porque cada quien tiene su manera de demostrar su amor. También estoy clara en que no toda persona de poca instrucción es ordinaria ni maleducada, me consta y doy fe de ello! Pero, si algo me quedó bien claro esta mañana… es que nunca más permitiré que nada ni nadie me haga dudar –nuevamente- de mi fe, de mis convicciones… y que siempre debo hacerle caso a mi intuición: esa extraña era ordinaria, maleducada, lo que es peor, no era cristiana… era una mala mujer, y no me equivoqué

Ana Margarita
PD/ Dudar de nosotros mismos y temer a equivocarnos… es mal asunto; aunque dicen por ahí que, para vivir eternamente, hay que nacer más de una vez!

martes, 8 de febrero de 2011

EL AMIGO QUE MÁS NECESITA...



EL AMIGO QUE MÁS NECESITABA...
de Ana Margarita Perez Martin, el Martes, 08 de febrero de 2011 a las 0:34




Entre sus manos tenía las de su amado padre moribundo; manos arrugadas por el tiempo y por la siembra… y por la cosecha. Manos agrietadas, testimonio de una vida de trabajo en el campo. Hipólito estaba enfermo, ni siquiera el agua tragaba, la vida le hacía una mala jugada. Se le moría su viejo, él… el amigo que más necesitaba.
Entre sollozos y gemidos, no podía sino recordar; la mente se le fugaba al pasado… intentando amarrarse al poco de vida que, con él, le quedaba.

Aquellas fueron épocas buenas, provenientes de tristes y cruentas batallas; durante casi tres décadas solo de ellas se hablaba: de la primera guerra mundial… y de la segunda. También se hablaba de los inmigrantes centro- occidentales de Europa y de cómo habían traído el oro blanco: el algodón. Época de desarrollo, riquezas y tecnología.
Pero, esas no eran las únicas batallas que se habían librado para aquél entonces…ni el único botín de guerra que se repartía. Sus padres, hacía un año, habían perdido las suyas. El matrimonio había sucumbido… quebrado en mil pedazos; desanudando el lazo de amor y unión que alguna vez hubo entre ellos. Un día su padre vino por él, lo esperaba con ansias. Sentado estaba en el zaguán, bien vestido… sus mejores ropas, como si fuese asistir a la misa dominical. A su lado estaba su maleta, con todas sus cosas. Su madre, desde adentro, lo observaba con disimulo, para que el hijo no notase el llanto que la ahogaba. Fue pronta la llegada, fue pronta la partida… sin adioses ni despedidas. Partían los dos, hombre y niño… padre e hijo, agarrados de las manos. Con una sonrisa inmensa caminaba calzada arriba con él… pero de vez en cuando, con lágrimas en los ojos, volteaba, tan solo para darse cuenta que atrás… su madre, con su hermana, quedaban. Sentimientos confusos, sentimientos divididos… que le marcaron la vida, se la partieron en dos!
Fue largo el viaje desde Corrientes hasta Resistencia y, de allí a Pedro Saénz, muchos kilómetros más viajarían. La vida de los chaquenses era dura, pero era feliz con él. Todas las mañanas se levantaban temprano para irse a trabajar a los algodonales. Ver a su menudo padre blandir el machete con extraordinaria fuerza… nunca dejaba de sorprenderle. Vivieron felices, pero la rigurosidad y humildad del campo… estaban empezando a hastiarle: se convertía en un joven con sueños y aspiraciones, y aquello del algodón… le quedaba chiquito. Así como una vez dejó a su madre atrás, ahora lo haría con el padre… volvería a Corrientes, al hogar materno del cual partió con silente dolor.

Los recuerdos se esfumaron por el quejido que su padre emitió… como despedida a la vida. Sus ojos abiertos denotaban la serenidad de su partida, sin soledad, tristeza o dolor… estaba con los suyos, lejos del áspero algodón.

Ana Margarita.-

Dedicaroria: Estas letras estan inspiradas en el amor y la devoción que siente mi amigo argentino, Bruno Cequeira, por su padre, quién al fallecer... lo dejó sin el amigo que más necesitaba. Para tí con todo mi cariño y respeto.

sábado, 5 de febrero de 2011

CARAJO, LA VIDA ES BELLA!


Como de costumbre, me levanté antes de que el Sol hiciese su trabajo. Al salir a la calle, ya el astro rey teñía -tímidamente- de colores pasteles el cielo. Las nubes se mantenían al ras del suelo, indicando -claramente- que la Tierra estaba holgazana y no quería desprenderse de la cobija que la arropaba: Esa visión extraordinaria, acompañada de la canción que estaba sonando... hizo latir con entusiasmo mi corazón; tenía -en ese momento- un romance apasionado con la vida... Carajo, que bella es!
Era temprano, nada de tráfico; me desplazaba por el pavimento como cuchillo con mantequilla sobre pan caliente, ello a pesar de haber amanecido toda la Casanova Godoy y Las Delicias sin un semáforo funcionando, pero no importaba, porque, carajo... la vida es bella!
Al dejar a mi hija en su colegio; la observaba con detenimiento. Estaba más delgada y caminaba con pasos suaves, lentos... yo diría que hasta sensual era su andar. Dulce como es ella, ya se me había convertido en una linda y responsable damita... carajo, de verdad que la vida es bella!
Compré El Nacional y emprendí mi viaje de regreso a casa, como carajita quinceañera... llena de vida, alegría e ilusiones; estaba convencida de que, carajo, la vida es bella!
Me senté en mi lugar preferido, en mi pequeño patio trasero y sobre un gran y cómodo mueble de madera antigua, rescatado de una casa en ruinas en Choroní. El Nacional sobre mi regazo y una humeante taza de café con leche espumoso en la mano, mientras observaba a mi hijo y a su esposa alistándose para irse a sus trabajos, estaban en un ir y venir constante, conversando entre ellos asuntos propios de pareja. Esto me alertó de que debía darme a la tarea de leer la prensa, pues pronto despertaría mi nieto y una vez hecho esto... andaría tras mío como pollito recién salido del cascarón. Solo me faltaba un Malboro entre los dedos para que el cuadro fuese perfecto... carajo, de verdad que la vida es bella!
Primera plana: 3 muertos y 639 heridos en Egipto por los enfrentamientos en la Plaza Tahrir, entre los seguidores y opositores a Mubarak, ante la mirada pasiva de militares y policías... aumentando la presión mundial, ya existente; 632 violaciones de la propiedad; Invasiones en Vargas; 29 organizaciones constituyen frente para defender la propiedad; Acoso laboral denuncian trabajadores públicos, quienes harán una marcha el Sábado para denunciar y oponerse al terrorismo de Estado del que son objeto; La Policía de Caracas paralizó sus actividades en protesta; La jueza Afiuni le salió casa por cárcel... En otra página: asaltaron a 12 jóvenes cuando salían de clases, con tiroteo y todo; detenidos 2 policías por doble homicidio; murió adolescente herido en tiroteo...
En este punto, dejé de leer. Empezó mi cabeza a girar de derecha a izquierda y viceversa y a rotar en círculos descontroladamente; esta es una maña mía para desestresarme, para aliviar la tensión de los músculos del cuello... a mí me funciona, pero las personas que están a mi alrededor les asusta, piensan que estoy siendo objeto de alguna posesión diabólica... y se alejan de mí espantados, como si estuvieran presenciando algún ritual satánico! Y, no están tan lejos de la realidad, la simple lectura de los titulares realizaron un efectivo exorcismo... habían sacado -violentamente de mi ser- aquella convicción matinal... de que la vida era bella, como si fuese el demonio del engaño!

BENDITA IGUANA!


Me levanté con disposición de acudir a la cita, la había estado aplazando... una y otra vez; y ésta semana él llamó -reiteradamente- para recordármela y advertirme que no aceptaría un nuevo postergamiento. Qué vaina, me encontraba entre la espada y la pared: sentía la necesidad de ir, quería hacerlo... pero, llegado el momento me atemorizaba, me temblaban las piernas... y eso que no era la primera vez que lo haría!
Decidida como estaba, empecé por lo primero y principal: lavar a "margarita". Debo serles sincera, a falta de marido "margarita" se había convertido en mi compañera, amiga y socia en la vida. Ella me trae y lleva a todas partes, con la mayor diligencia y sin protesta alguna; siempre está conmigo, compartimos la misma música y escucha todo lo que yo tengo que decir sin rezongadera. Cuando todos me dejaban sola para hacer lo suyo... ella está allí, conmigo! La amo y por eso le prodigo los mayores cuidados y atenciones... raro es el grato recuerdo (contemporáneo) en el que ella no haya sido partícipe. Habiéndola dejado reluciente, me fui yo a acicalarme.
Una vez en el sitio, me estacioné bajo la fresca sombra de un gran árbol de Mango, a sabiendas que las florecillas la cubrirían y que, "Papaíto", una enorme iguana -del tamaño de un Dragón de Komodo- haría de las suyas sobre ella. Pero, ni modo, el real problema existencial que me ocupaba en esos momentos era... entrar o no entrar?
No me dio tiempo de reflexión y toma de decisión alguna; él estaba pendiente y salió a mi encuentro. Con su singular dulzura y simpatía, me sonrió a través del vidrio de la ventana, haciendo señas con la mano para que me bajara. Ya no podía echarme atrás. Al bajarme me dio un efusivo abrazo y, hecho el pendejo, me fue llevando -casi a empujones- a aquel lugar que yo bien conocía y que tantos recuerdos me traía.
- Vamos -continuó su monólogo, porque yo ni me atrevía a abrir la boca para pronunciar la más pequeña ni amable palabra, en realidad estaba secuestrada por el pánico- siéntate y échate hacia atrás... ponte cómoda, relájate... hazlo por mi, quieres?
- Vamos, por favor, relájate... estás muy tensa... estás dificultando las cosas -proseguía él hablando solo. De los nervios tenía las mandíbulas apretadas, los puños cerrados... toda yo parecía un palo seco y tieso.
Como hombre inteligente y considerado que es, se dio cuenta que nada conseguiría conmigo estando en ese estado mental. De manera muy discreta y paciente me tomó de las manos, y mientras las masajeaba me hablaba de cómo estaba él y cómo le estaba yendo; también me preguntaba por mi vida y los míos… en la medida que la charla progresaba, disminuía mi tensión y él lograba lo que se había propuesto… tranquilizarme, sentirme a gusto y confiada en él. Siempre obtenía lo que quería… y siempre era grato sucumbir a su trampa psicológica; era claro que ambos obteníamos gratificaciones, pero, vamos a estar consciente de algo… yo era la verdadera beneficiada con todo aquél juego previo y su resultado final!
Por fin, le regalé una sonrisa llena de absoluta serenidad y con una tímida mirada le dí mi consentimiento para que hiciese conmigo lo que él quisiera… porque era él quien tenía el control en sus manos, él sabía lo que hacía… y yo solo lo dejaba hacer!
De esta manera y poco a poco, muy lentamente… la abrí, dejando al descubierto lo que él tanto estaba buscando; lleno de entusiasmo trabajó afanosamente, pero siempre con delicadeza y precisión. No me dolía nada, aunque sentía mucha presión que me tensaba por instantes. Sin darme cuenta del tiempo transcurrido, él se apartó de mi… retirando sus manos y con una cara de orgullo y satisfacción me mostró su trofeo: mi última muela del juicio! Las otras tres ya me las había extraído en anteriores oportunidades. Estaba hecho, y yo que sufrí tanto al imaginármelo… sin ninguna necesidad!
Con una gasa en la boca que me impedía hablar con claridad, me despedí de mi querido amigo de muchísimos años; odontólogo con grandes destrezas y vocación: toda la atención personal y servicio profesional recibido… no me costó un centavo, pero a cambio, se quedó con todo mi agradecimiento, cariño, respeto y devoción…Dios lo bendiga!
PD/ Nada es absolutamente perfecto, ni hay felicidad completa… al salir me encontré que varios mangos maduros se estrellaron contra el parabrisas y que la bendita iguana se echó una… que mejor ni les cuento! Claro, yo no me quedé tranquila con esa afrenta animal; miré a mi alrededor y como nadie me observaba, tomé uno de los mangos que habían caído sobre "margarita" y con todas mis fuerzas se la lancé a "papaíto"... con la mala suerte que le atiné. El animal perdió el equilibrio y cayó sobre la ya maltratada "margarita"... pero ahí no quedó la vaina; la bestia -no se si por orgullo o arrechera- se quedó montada sobre el techo y cada vez que yo intentaba abrir la puerta para largarme de allí... el bicho me atacaba. En cuestión de minutos, el lugar estaba lleno de gente y todos muertos de la risa. Después de una larga hora, Papaíto" bajó de su trono", dejando bien establecido a todos los presentes -en especial a mi- quien era el que mandaba allí!