Las Manos de Dios
Ana
Margarita Pérez Martin
“En el
silencio del alma cansada, las manos de Dios hacen su obra.”
Un día
cualquiera…
te levantas con música en la cabeza,
una sonrisa tatuada que simboliza amor y alegría.
Y una gente que no es gente… ¡te arruina el día!
Se frunce
el entrecejo.
Se tensan las mandíbulas, sellando los labios
en muda oración.
Si pronuncio palabras, sonarán a maldición.
Te tragas
la amargura.
Aprietas la frustración.
El corazón se oprime; la respiración se agita.
La mente se nubla con pensamientos perversos
que se esfuman por inacción.
Llegas a
casa —ese lugar sagrado—,
el que alberga tu vida
como tu cuerpo al alma.
No haces
nada. Nada vale la pena.
No apetece. ¡Ni eso ni nada!
Te acuestas en la cama, desanimada.
Adoptas posición fetal:
reflejo de que, en el vientre de tu madre, deseas estar.
Aun gestando. No nacida,
para no enfrentar los dilemas que surgen
entre el bien y el mal.
Con las
palmas abiertas, juntas las manos bajo tu cara.
Palmas
que, como orando,
tejen un lecho de consuelo y esperanza
donde Dios te permite descansar.
Te
relajas.
Tus ojos decepcionados fabrican cuentas de rosario —uno de cristal—,
unidas por hilos de plata
que te enlazan a la Madre:
esa que te abriga con amor
y promesas de bienestar.
De tu boca
se escapa un musitado:
—Ay, Dios...
No es una
simple exclamación.
No llega a ser un suspiro, aunque suene igual.
Es la exhalación del alma
cuando se libera de la opresión
que cargas entre pecho y corazón.
Es
súplica.
Es plegaria.
¡Es un llamado a Dios!
Que no te suelte.
Que te sostenga,
porque estás ante el abismo…
el abismo entre el “sí” y el “no”.
Solo ves
ante ti un camino lleno de obstáculos.
Entras en desasosiego.
¿Otra vez? —te preguntas, incrédulo y con decepción—.
¿Empezar de nuevo… hasta cuándo, Señor?
Con
frenesí empiezas a limpiarlo.
Las malas hierbas impiden que entre la luz.
No sientes nada físico, la exaltación te anestesia.
Ni cansancio, ni desgarro
Las manos
no sangran.
Las miras solo para comprender que, como siempre,
no son las tuyas las que despejan el camino que has de transitar…
¡Son las manos de Dios!
“Allí
donde termina mi voluntad, surgen las manos de Dios”
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