martes, 4 de noviembre de 2025

LAS MANOS DE DIOS


Un dibujo de una persona

El contenido generado por IA puede ser incorrecto.

Las Manos de Dios

Ana Margarita Pérez Martin

“En el silencio del alma cansada, las manos de Dios hacen su obra.”

Un día cualquiera…
te levantas con música en la cabeza,
una sonrisa tatuada que simboliza amor y alegría.
Y una gente que no es gente… ¡te arruina el día!

Se frunce el entrecejo.
Se tensan las mandíbulas, sellando los labios
en muda oración.
Si pronuncio palabras, sonarán a maldición.

Te tragas la amargura.
Aprietas la frustración.
El corazón se oprime; la respiración se agita.
La mente se nubla con pensamientos perversos
que se esfuman por inacción.

Llegas a casa —ese lugar sagrado—,
el que alberga tu vida
como tu cuerpo al alma.

No haces nada. Nada vale la pena.
No apetece. ¡Ni eso ni nada!
Te acuestas en la cama, desanimada.
Adoptas posición fetal:
reflejo de que, en el vientre de tu madre, deseas estar.
Aun gestando. No nacida,
para no enfrentar los dilemas que surgen
entre el bien y el mal.

Con las palmas abiertas, juntas las manos bajo tu cara.

Palmas que, como orando,
tejen un lecho de consuelo y esperanza
donde Dios te permite descansar.

Te relajas.
Tus ojos decepcionados fabrican cuentas de rosario —uno de cristal—,
unidas por hilos de plata
que te enlazan a la Madre:
esa que te abriga con amor
y promesas de bienestar.

De tu boca se escapa un musitado:
Ay, Dios...

No es una simple exclamación.
No llega a ser un suspiro, aunque suene igual.
Es la exhalación del alma
cuando se libera de la opresión
que cargas entre pecho y corazón.

Es súplica.
Es plegaria.
¡Es un llamado a Dios!
Que no te suelte.
Que te sostenga,
porque estás ante el abismo…
el abismo entre el “sí” y el “no”.

Solo ves ante ti un camino lleno de obstáculos.
Entras en desasosiego.
¿Otra vez? —te preguntas, incrédulo y con decepción—.
¿Empezar de nuevo… hasta cuándo, Señor?

Con frenesí empiezas a limpiarlo.
Las malas hierbas impiden que entre la luz.
No sientes nada físico, la exaltación te anestesia.
Ni cansancio, ni desgarro

Las manos no sangran.
Las miras solo para comprender que, como siempre,
no son las tuyas las que despejan el camino que has de transitar…
¡Son las manos de Dios!

“Allí donde termina mi voluntad, surgen las manos de Dios”

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario