domingo, 9 de noviembre de 2025

JUSTICIA DIVINA

Un letrero de color negro

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Ana Margarita Pérez Martín

"El infierno está vacío; todos los demonios están aquí."
William Shakespeare, La tempestad


Introducción: Para despertar conciencias dormidas

Hay palabras que no buscan convencer, sino estremecer.
Este texto fue escrito para ser leído en voz alta,
para resonar en los rincones del alma,
para despertar las conciencias que se durmieron ante la injusticia,
la apatía, la indiferencia.

Vivimos tiempos donde el bien parece desvanecerse,
donde la oscuridad se disfraza de progreso
y la piedad se confunde con debilidad.

Por eso esta reflexión no es solo un reclamo:
es un llamado a recordar que la Justicia Divina no olvida,
que el alma del mundo aún pesa en la balanza del cielo.


La humanidad de espaldas a la luz

Hay tiempos…
—sí, tiempos—
en que la humanidad camina de espaldas a la luz.

Uno mira alrededor
y ve un mundo lleno de seres que eligen,
con plena conciencia o con absoluta ceguera,
el egoísmo, la crueldad, la miseria.

Y entonces la pregunta inquieta:
¿Cuánta injusticia puede soportar la tierra antes de que la balanza se incline?


Los pecados del hombre

Los que copulan por lujuria,
con irresponsabilidad absoluta,
traen hijos al mundo
para dejarlos tirados en la calle
como animales sin dueño.

Los que obtienen poder para gobernar… ¡y no gobiernan!
Lo convierten en látigo,
y al pueblo lo hunden en miedo,
en ignorancia,
en miseria.

Quienes cargan con autoridad
la dejan oxidarse,
permitiendo injusticia,
impunidad.


La decadencia moral

Están los que deshonran a sus familias.
Los que recorren el mundo entero
sin visitar jamás su mente,
ni su alma.

Los que atesoran cifras,
cifras y más cifras en sus cuentas bancarias,
incapaces de soltar un solo excedente al bien común.

Los que dañan sin causa,
roban al pobre para enriquecer al poderoso,
devoran como bestias,
y tiran alimento al basurero.


La violencia y el olvido

Otros violan a los vulnerables,
fabrican armas para encender guerras,
levantan ejércitos de soldados,
en lugar de educar ciudadanos.

Y están los necios…
sí, esos necios,
que hacen esto o aquello
sin conciencia,
sin remordimiento,
viviendo apenas según sus caprichos,
según sus intereses.


La inversión de los valores

Cambian la luz por la oscuridad,
la paz por la guerra,
la riqueza por la pobreza,
la educación por la ignorancia,
la belleza por la fealdad,
lo simple por lo complicado,
la libertad por la esclavitud…
Cambian el bien por el mal.

¡Pobres y simples tontos!


El límite de la misericordia

¿Será acaso que el Dios misericordioso,
por un “estoy arrepentido” susurrado —entre dientes— justo antes de la muerte,
dará perdón?

¡Quiero… necesito creer que no!

Puede que al final se apiade,
sí… puede que sí.
Lo aceptaría.
Pero primero deberían recibir escarmiento:
una larga,
penosa,
desgarradora estancia en el purgatorio,
y también en el infierno.

Eso no les vendría mal.
Ni a ellos…
ni a la fe que profeso.


La esperanza del equilibrio

Ajustar cuentas,
pagarlas,
pagar hasta la última deuda,
a manera de rehabilitación.

Esa esperanza,
la de la justicia divina,
es la que me disuade de tomar la ley en mis manos.

Esa legítima ley
que me anima a hacer mi parte,
a tratar de equilibrar la balanza,
a eliminar de las estadísticas
a tantos tontos
que siembran caos,
que devastan pueblos,
que destrozan vidas.

¡Justicia, sí!
Divina, eterna, necesaria.


Epílogo: La balanza del cielo

“La injusticia, en cualquier parte, es una amenaza a la justicia en todas partes.”
Martin Luther King Jr.

Y así es.
Porque la justicia humana se cansa, se corrompe o se distrae,
pero la divina no olvida,
no se compra,
no se negocia.

Cada acto, palabra o silencio
tiene su eco en la eternidad.
La balanza del cielo no se desequilibra:
solo espera.

Quien ha hecho el mal tendrá su noche,
y quien ha sembrado bien, su amanecer.

Por eso, más que clamar castigo,
clamo conciencia.
Que el alma despierte,
que la voz del bien no se calle,
que el fuego de la justicia siga ardiendo
hasta purificar el mundo.

Porque la justicia divina no destruye:
revela. Corrige. Restituye.
Y en esa restitución,
reside la esperanza de todos.



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