miércoles, 5 de noviembre de 2025

Hasta que la muerte nos separe


Un libro con la imagen de una persona

El contenido generado por IA puede ser incorrecto.

Ana Margarita Pérez Martín

Dedicatoria

A todas aquellas almas que han tenido que aprender a caminar sin la mano de su compañera o compañero de vida.

Sentada estaba —paralizada de miedo— frente a la cama donde yacía él. El cuarto de hospital parecía conjurado para el desconsuelo: paredes desnudas, olor penetrante a desinfectante, y una luz de neón que parpadeaba como si acompañara su agonía.

Fijaba la mirada en su cabello, enmarañado de tanto cabecear, una lucha inútil contra un destino ya sellado. Le sorprendía el brillo de aquellas hebras: hilos de plata y acero retorcidos, resplandeciendo como bajo una luna cruel. La cama, deshecha por su cuerpo contorsionado, mostraba las huellas de sus manos crispadas que habían arrancado la deslucida manta verde agua.

Él respiraba con dificultad; cada exhalación era un suspiro de despedida. El rostro, contraído en dolor, parecía rezar en silencio mientras sus párpados cerrados guardaban la sombra de un llanto contenido.

Ella lo observaba, y con él, repasaba toda una vida.

Su amor había sido callado, austero en palabras, casi invisible en los gestos que suelen sostener a una pareja. Y, sin embargo, había estado ahí, presente en otra forma: en el calor compartido de las noches, en la fuerza de un deseo que no admitía discursos, en los hijos que nacieron como testigos silenciosos de esa unión. Fue un amor distinto, hecho de silencios y presencias corporales, de huidas hacia dentro y de encuentros donde el cuerpo decía lo que la voz callaba.

De repente, él se aquietó. Abrió los ojos y los dejó vagar en la nada. Su rostro se suavizó, rejuvenecido por un instante imposible; una sonrisa se dibujó en sus labios, como si acabara de sellar un pacto secreto con Dios. La luz cesó de titilar. Él dejó de estremecerse. El tiempo se suspendió, y la paz se hizo.

Él partió ligero, como quien se entrega al descanso. Ella sintió entonces cómo empezaba a morir de a poco, atrapada en una soledad helada. Se levantó con torpeza, el cuerpo tan pesado como su alma, y salió de aquella habitación fría de la misma manera en que había entrado…

…sin el abrazo que nunca llegó,
sin la mano entrelazada que señalara un camino compartido,
sin el “te amo” que pudiera sostenerla más allá de la muerte.

“Dedicado a todos los hombres y mujeres que, tras perder a su cónyuge, descubren que el amor no muere: se transforma en memoria y en herida.”


No hay comentarios:

Publicar un comentario