“A todos los que, confundidos entre sombras ajenas, entregan su luz interior. Que sepan que la esencia es un río que no se debe desviar, ni siquiera por el deseo de ser aceptados.”
“Hay
momentos en que alejarse no es cobardía, sino salvar el alma.”
Introducción
En un mundo que
se agita entre prisas, apariencias y palabras vacías, conservar la calma se ha
vuelto un acto de rebeldía. Cada día estamos más expuestos al ruido ajeno
—ruido que confunde, que divide, que hiere—, y sin darnos cuenta, terminamos
perdiendo un poco de nuestra luz en el intento de encajar o de comprender lo
incomprensible.
Este texto es un recordatorio sereno, aunque firme, de que retirarse a tiempo
también es una forma de amor propio. No todo vínculo merece nuestra presencia,
ni todo silencio es renuncia: a veces, es la más digna afirmación del alma.
En
estos tiempos “extraños” en que vivimos, no debemos aislarnos ni excluir a
nadie; y, sin embargo, hay momentos en que dar media vuelta es un acto de
supervivencia, un gesto de salvaguarda del alma. ¡Es mejor estar solo que mal
acompañado!
Cuando
estamos cerca de la gente, en lugares públicos o privados, con extraños o
conocidos, y sentimos inquietud recorrernos como un viento helado… cuando nos
movemos de un lado a otro, inquietos, incómodos, sin hallar sosiego; o bajamos
la cabeza por vergüenza, o para ocultar lágrimas que brotan sin permiso,
nacidas de la impotencia, la ira o el dolor —por la razón que sea— sin poder
frenar aquello que nos hiere… es momento de retirarse, de no formar parte del
caos.
Es
entonces cuando comprendemos que algo oscuro se ha infiltrado, el “diablo” que
nadie invitó: sombra que corroe la empatía, torbellino que revuelve las
entrañas, viento que arrastra lo peor de nosotros. La confusión sube, la mente
se nubla, la paciencia se quiebra; sentimos la tensión en cada músculo, el
corazón palpitando como hojas al viento.
Hay
que tomar los bártulos de inmediato y marcharse por otro sendero; o recluirse
en casa, cerrando puertas con firmeza, sin rendija alguna. No es cobardía, no
es miedo: es sensatez, prudencia, sabiduría.
Se
debe hacer sin vacilar, porque si permanecemos, las emociones se desbordan, los
principios se desvanecen, y la razón, la paciencia, la tolerancia… incluso la
decencia, se evaporan. Se dirá lo que se piensa, se hará lo que se siente, sin
vuelta atrás.
Porque
el “diablo”, señores, es una mierda… no se combate ¡se evita!
Epílogo
Al final, lo
que importa no es cuánto resistimos entre la confusión, sino cuánto supimos
preservar nuestra esencia en medio de ella. Retirarse no siempre es cerrar una
puerta; a veces es abrir una ventana hacia la claridad, hacia un aire más
limpio donde el alma pueda respirar.
Porque quien sabe alejarse cuando la sombra invade no huye: se salva. Y en ese
acto silencioso de sabiduría, vuelve a encender su propia luz… lejos del
“diablo”, y cerca de sí mismo.
“Sí, el
diablo es una mierda, y quien se deja arrastrar también.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario