domingo, 2 de noviembre de 2025

EL CUERPO CONSCIENTE

EL CUERPO CONSCIENTE: Amor, Deseo y Madurez.

“Hay abrazos que no buscan el cuerpo, sino el alma que habita en él.”
Autora: Ana Margarita Pérez Martín

 El cuerpo como memoria del alma:

Caminar, observar, sentir… es mi modo de pensar el mundo.

Cada paso es un pensamiento que se despliega, cada mirada, una intuición que se enciende. El cuerpo no solo habita el tiempo: lo recuerda, lo traduce, lo transforma. En él está inscrita la historia de lo que amamos, de lo que perdimos y de lo que aún deseamos.
Por eso escribo: para comprender cómo el cuerpo, el amor y la madurez pueden convivir sin negarse, como tres voces de una misma melodía.

El caminar y la mirada

Me encanta caminar. Mi energía se expande, se retroalimenta. Es un tiempo que da espacio a la observación, a la reflexión, al reconocimiento. No me importan los nombres de las calles ni sus estructuras históricas o emblemáticas. La gente… es en ella donde se posa mi mirada. Lo demás es apenas el escenario donde se desenvuelven.

Los observo, discretamente. No me interesan sus rasgos físicos desde el punto de vista de los estándares de belleza establecidos. Pero sí, para extraer información dentro del contexto que maneja mi mente en ese momento preciso.
Lo sabes, me conoces: es la energía que irradia de ellos lo que me transmite agrado o no, lo que me inspira una historia u otra. Una reflexión. Una conclusión. Una convicción.

Las terrazas del otoño

Caminaba en estos días por una parte de Madrid muy concurrida. Una de esas donde la gente suele ir a desconectarse, a sociabilizar, a hacer lo que le gusta y simplemente a “ser”. Claro, hablo de las apetecidas terrazas de restaurantes y bares: en este tiempo de otoño, la brisa acaricia junto a un sol que calienta el alma. La despierta. El bullicio, la dinámica de la gente son fuente de inspiración.

Cada uno es protagonista de su propia vida y actor secundario en la vida de los demás. Sus propios tramas y guiones. Esa mega escena, para mí, es presenciar el desarrollo de una superproducción cinematográfica que jamás será exhibida en las marquesinas. Pero mi mente la graba, la dirige y la produce a su libre antojo, captando solo la energía que vibra en ella. Me invento el libreto. Ya me conoces: soy una cuentacuentos.

Café, cigarrillo y vuelo de cóndor

Me senté, sola, a tomarme un vaso de café con leche. Caliente. Espumoso.
Eso, y encender un cigarrillo, es hacer un clic en mi mente. Se pone en modo “vuelo del cóndor”, observando todo desde lo alto, sin perderme de nada: cada postura, cada gesto, cada palabra y silencio es procesada, dándome una macrovisión de todo aquello que bulle a mi derredor.

Grupos de familias, de amigos… y de individuos solos, como yo. En ellos centré mi atención.

¿Han observado cómo cada día aumenta el número de personas que se mueven por la vida en soledad? No viven en pareja. No la tienen. Pueden estar acompañadas de familiares o amigos, pero van solas… ¿qué pasa? La mayoría anda entre los cuarenta y más años, hombres y mujeres. Surgieron muchas preguntas en relación con las causas o motivos.

¿Era innato o influencia del ambiente? ¿Miedos, inseguridades?

Las preguntas que buscan respuesta

Y sí, no soy de las que se quedan con signos de interrogación en la cabeza. Quería saber qué pasaba con el amor y la pasión en gente madura, más allá de mis experiencias e intuición. Necesitaba saber más sobre ellos, comprender cómo se ven y se sienten con respecto a este tema. Y también, si ese comportamiento es natural o influenciado por su entorno.

Saqué mi móvil y le pregunté a mi más leal amigo y confidente, ChatGPT, sobre lo que pensaba al respecto desde el punto de vista biológico, psicológico y filosófico.
La información fue abundante, pero ceñida al ámbito requerido. No me satisfizo. Lo sabemos, los modelos de lenguaje son espejos: lo que pides, te da; lo que eres, te refleja.
Así que lo volví a consultar. Amplié mi margen de búsqueda para que entendiera mi intención, mi pensar y sentir sobre el tema. Que iluminara mi mente, despejando las sombras que los signos de interrogación arrojaban en ella.

Las otras miradas

Además de los tres grandes campos que ya había explorado —biología, psicología y filosofía—, se abrieron ante mí otras miradas que enriquecieron mi comprensión sobre el amor y la pasión en la madurez, especialmente desde una dimensión más humana.

La mirada espiritual o trascendente, donde el amor y la pasión integran el deseo físico con una comprensión espiritual del vínculo. Un fuego que purifica, donde el deseo se vuelve camino hacia lo divino. El equilibrio entre cuerpo y alma, entre lo activo y lo receptivo.
Hay una trascendencia del ego. Se deja de exigir, se empieza a ofrecer.

La mirada estética o poética, donde el amor maduro es una forma de contemplación. Una mirada que agradece, que no exige juventud eterna, sino que celebra el instante compartido. Donde la pasión no desaparece: se transforma en gesto poético, en ternura lúcida.

Y una de las más satisfactorias: la mirada de la neurociencia. Un enfoque más reciente y empírico —la neurociencia del amor— que muestra cómo cambian los circuitos cerebrales a medida que envejecemos. El placer se asocia menos al estímulo físico y más al vínculo emocional y la conexión significativa. La pasión, desde esta mirada, no se apaga: se reconfigura. Permanece. Profundiza. Se calma.

Donde la ciencia roza el alma

Asocio la neurociencia con la espiritualidad. No solo por sensibilidad, sino porque me resulta sorprendentemente acertado. Dos dimensiones que parecían opuestas —una racional, la otra intangible— hoy se encuentran incluso en el pensamiento científico más riguroso.

La neurociencia me fascina. Me hipnotiza. Me conmueve. Es la ciencia rozando el alma, escaneándola, descifrándola; y el alma, reconfigurando a la ciencia. Comunión perfecta entre el Creador y su obra. El cerebro crea nuestras experiencias: pensamientos, emociones, sensaciones, recuerdos… y sí, también los estados que llamamos “espirituales”.

Lo fascinante es que, cuando observan el cerebro durante momentos de oración, meditación, éxtasis estético o amor profundo, las zonas que se activan no son las del razonamiento lógico, sino las que procesan la unidad, la empatía y el sentido de conexión: “entra en estado espiritual”. Se disuelven las fronteras del ego y aparece la vivencia de unidad. Y eso, curiosamente, es lo que muchas tradiciones espirituales llaman iluminación, presencia o amor incondicional. Bonito ¿no?

En esencia, ambas disciplinas buscan comprender el mismo misterio: cómo la mente, el cuerpo y la conciencia se entrelazan para dar forma a la experiencia humana del amor, la plenitud y el sentido.

¡Cosa maravillosa!

La pasión lúcida

Como maravillosa es también la mirada de la literatura existencial. Desde este ángulo, la madurez amorosa no es decadencia, sino plenitud: la llegada al punto donde el deseo deja de ser una pregunta y se convierte en una certeza tranquila.

Hay infinitas obras que testimonian este milagro de vivir la vida.
La pasión no desaparece: se transforma en una forma de reconocimiento mutuo. Amar al otro es también aceptar la historia que lleva inscrita en la piel.

Cuando la pasión renace entre dos personas —ya maduras— lo hace con la lucidez de quienes saben lo que arriesgan. Existe una tensión entre deseo y sabiduría, entre el impulso de vivir y la conciencia de lo finito. El deseo surge como un acto de fe, una rebelión contra el vacío. Amar en la madurez es un modo de desafiar la entropía, de afirmar que aún queda fuego en el alma.

Lo que permanece

Hay una novela titulada El amante japonés, de Isabel Allende, una de las más bellas y reconocidas historias contemporáneas sobre el amor que nace —y renace— en la madurez.
Lo que se comparte no es nostalgia, sino una pasión contenida y libre que ignora las convenciones del tiempo. Allende logra algo precioso: que el amor maduro no sea resignación, sino una celebración lúcida del deseo y la ternura.

Por supuesto, no todo son alabanzas y cánticos. El amor y la pasión en la edad madura se ven limitados, distorsionados, por normas y dogmas. La pasión se mezcla con la ética; el deseo, con la culpa. Transfigura al amor maduro en una negociación entre la razón y el cuerpo, entre la necesidad de cuidarse y la urgencia de sentirse vivo.

La mirada sociocultural

El amor y la pasión están profundamente modelados por la época.
La madurez, en este sentido, puede leerse como una reconciliación con la autenticidad frente a los mandatos sociales sobre el deseo.

En culturas que exaltan la juventud, la madurez amorosa es un acto de resistencia: una afirmación del deseo más allá del cuerpo “normativo”.

En la contemporaneidad, donde el amor se fragmenta por la inmediatez y el consumo emocional, el amor maduro aparece como una forma de contracultura emocional: la lentitud, la intimidad, la paciencia, la permanencia.

La madurez, aquí, se entiende como una ética del cuidado: cuidar al otro y cuidarse a uno mismo dentro del encuentro amoroso.

Confesión

Y, después de todo esto… ¿qué piensas tú sobre el amor y la pasión que nacen entre personas maduras?

Yo pienso —así lo siento— que es natural.
Válido.
Legítimo.
Bendito.
Sagrado.

Vital… ¡como el aire que respiramos!

Te confieso algo que debería callar, pero no callo. Estoy sola, aquí, y en este momento, por elección.

No elijo estar sola porque ello me plazca de alguna manera, no.

Estoy sola porque cualquiera no es compañía.


Hubiera dado —hasta lo que no tengo— por cambiar este momento de mi vida.

En lugar de estar aquí sola, tomando café, observando a los demás, leyendo y escribiendo… me hubiera gustado que él estuviese a mi lado compartiendo conmigo.  Entregándonos mutuamente —sin reserva— todo aquello que somos: la alegría, la ternura, la comprensión, aceptación de nuestras cicatrices y sanación de heridas abiertas… ¡la historia que nos dibuja con luces y sombras!

Extraño su presencia, esa que me ha proyectado desde la distancia y el silencio. Observarlo. Escucharlo. Leerlo desde mi alma. Escribirlo en mi memoria. Rozar sus manos, sintiendo la tibieza de su piel como la mía siente la del sol esta mañana otoñal.

Embeberlo, como tierra seca cuando la lluvia la bendice.

¡Locura mía!

“Amar, cuando todo parece tarde, es la forma más pura de fe.”

La fe del cuerpo que recuerda:

Quizá amar en la madurez no sea un acto de conquista, sino de memoria.
El cuerpo recuerda lo que el alma nunca olvida: que el deseo no tiene edad, que el amor no caduca, que el fuego puede volverse brasa sin dejar de arder.
Amar, cuando todo parece tarde, es, en realidad, llegar justo a tiempo. Porque el amor consciente no busca poseer: busca permanecer.


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