Nada nuevo sobre el amor
Ana
Margarita Pérez Martín
“Un texto para quienes han amado sin poder nombrarlo.”
Hace
tiempo que te pienso.
Has ocupado mis horas y mis silencios. Me has robado el presente.
Cuando
apareces, todo se suspende: creas un tiempo que no figura en los relojes, una
mezcla de un ayer que aún respira y de un mañana que apenas se sueña.
Un tiempo fuera del tiempo. Inexistente. Intangible. Irreal.
No me
hablas, pero te escucho.
No me tocas, y aun así te siento.
Todo de ti me estremece… solo con pensarte.
Me siento
ante el ordenador y dejo reposar los dedos sobre el teclado.
De fondo suena una canción que murmura “... hoy tengo ganas de ti…”
—dice una voz que no es mía y, sin embargo, siento que me la arranca del pecho.
Mis manos
permanecen quietas, como si el teclado temiera repetir lo que el mundo ya sabe:
que el amor duele, que el amor salva, que el amor se disfraza de eternidad para
morir cada noche.
Y aun, con ese temor, sigue esperando el roce de mis manos, como mi piel espera
el de las tuyas.
Las
palabras que quería escribir ya flotaban en el aire, como pájaros cansados que
necesitan posarse en el papel y escribir las notas que toca un piano enamorado.
¿Pretendía,
acaso, escribir sobre el amor?
Todo está dicho.
Cada palabra que intente escribir tiene siglos de eco.
Nada nuevo que decir.
Quisiera
que las emociones que me desbordan se transformaran en trazos sobre el papel,
como un código secreto que solo yo conozca, que solo yo puedo descifrar. Pero
no sucede.
¡Qué pretensión la mía!
Cierro los
ojos, sonrío.
Esa sonrisa que solo aparece cuando imagino tu boca cerca de la mía, tus
palabras que me acarician y tu voz arrullándome.
Se fue la
inspiración, llegó la lucidez.
Y comprendí: ese es el misterio del amor.
Antiguo como el tiempo, pero nuevo cada vez que vibra en alguien, cada vez que
roza una piel.
¿Qué más
podría decir del amor?
O debo reformular la pregunta, no para expresar algo que el mundo no ignore,
sino para que se escuche desde mi propia voz, entre la multitud de voces de un
coro eterno.
¿Alguna
vez te sorprendió la lluvia —en un día soleado— mientras estabas dentro del
mar?
¡Pues eso!
Así siento yo el amor: algo que no buscas, que no esperas. Llega de sorpresa,
convirtiendo lo ordinario en algo extraordinario. En algo exclusivo.
Las gotas
dulces caen sobre el agua salada. Estallan al tocarla. Se funden al penetrarla.
Agua con agua.
Contraste de temperatura.
Fuerza con resistencia.
Fusión.
¿Qué
sientes entonces?
Tal vez miedo.
El impulso de huir.
Pero te quedas un instante más —te dices—, y te anclas en él anhelando que se
haga eterno.
Flotas,
temiendo hundirte, y al mismo tiempo deseando sumergirte.
La orilla está ahí, segura, cercana, pero algo dentro de ti se deja arrastrar
por la corriente.
Te dejas llevar, atraído por una energía que no se nombra, pero se siente.
Una aventura en busca de un tesoro, ¿tal vez?
Y
entiendes que no hay salvación posible: el amor también es eso.
Una entrega temerosa y luminosa, una corriente que te arrastra y te sostiene,
que te impulsa y te contiene.
Es
indescriptible: esa mezcla de temor y entrega, de exaltación y calma…
Eso puede que sea el amor.
Una energía que cambia de rostro, un campo cuántico donde todos los latidos se
reconocen, donde ninguna historia es nueva, pero todas son únicas cuando
alguien se atreve a sentirla.
Quizás
el amor no se define.
No
se explica ni se escribe.
Se respira. Se intuye. Se calla.
Solo se vive, como la lluvia cayendo sobre el mar.
Y mientras
la canción repite su estribillo —tengo ganas de ti, tengo ganas de ti—
descubro que también el amor tiene ganas de mí.
“El
amor: la misma historia contada con otra voz, en otro tono, sentido en otra
piel.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario