domingo, 2 de noviembre de 2025

LA PIEL. La frontera del alma

 

“La piel, frontera del alma, donde lo carnal se vuelve sagrado.”
El juego de la transparencia
Tú, que me conoces, sabes bien que escribo como quien escribe en su diario más íntimo. Lo hago desde la sinceridad, sin filtros, con el corazón abierto. Y si alguna vez te preguntas —aunque no me lo digas— cómo soy capaz de hablar tan libremente de mis pensamientos y emociones, la respuesta es sencilla: la transparencia y la autenticidad son, para mí, la base de todo encuentro humano. Establecen las reglas del juego, marcan los límites de lo que se permite y lo que no.
Ese juego, que no es otro que el de las relaciones verdaderas, permite que cada uno elija si desea participar o no, sin juicios ni ofensas. Porque, al final, cada uno decide con quién y cómo quiere compartir esta vida, en este presente que es lo único que realmente poseemos.
Hay quienes encuentran calma y seguridad en seguir el camino ya trazado, aceptando las normas de ese orden establecido que rige la convivencia social. Y está bien. No todos sentimos el mismo impulso de cuestionar o transformar lo que nos rodea.
Otros, entre los que me incluyo, aceptamos esas reglas básicas para convivir, pero nos damos el permiso de vivir con mayor libertad en lo que respecta a creer, sentir, pensar y expresar. Lo hacemos siempre desde el respeto, sin dañar a nadie, y dentro de los límites de la legalidad y los valores humanos. A eso le llamo vivir con conciencia: reconocer quiénes somos y actuar en coherencia con ello.
Una aclaratoria necesaria
No pretendo hablar aquí de dogmas ni de teorías. Tampoco de política o filosofía. Quiero hablar de algo más esencial, más humano: de aquello que todos compartimos, sin importar nuestra historia, nuestro entorno o nuestra educación. De lo que somos por dentro.
Sé que es inusual comenzar un texto con una aclaratoria, pero me parece necesario. Vivimos en una sociedad que presume de liberada, y aun así hay quienes se sorprenden —por decirlo suavemente— cuando una mujer madura se atreve a hablar del amor con total pasión. Sí, pasión: la palabra que hoy me inspira y me mueve.
Y quizá te preguntes si hacía falta toda esta introducción para hablar de ella. Yo creo que sí. Porque aún existen miradas que pretenden decirnos hasta qué edad se puede amar con intensidad o con deseo. Pero ya me conoces… prefiero seguir el dictado de mi corazón.
La pasión más allá del cuerpo
Entonces, ¿hablamos de la pasión?
Busco rozar una concepción de la pasión que trascienda los límites convencionales del erotismo para instalarse en el terreno del alma, donde cuerpo y espíritu se tocan sin confundirse.
Deseo rescatar algo que muchas veces olvidamos: que la pasión no es solo fuego, sino también luz. Puede ser intensa sin ser destructiva, tierna sin perder su profundidad. Describir —esa necesidad de tocar el alma a través de la piel— es, en realidad, una de las formas más altas del amor encarnado: el deseo de comunión total, no de dominio.
Esa pasión que no busca consumir, sino comulgar, es una danza entre dos energías que se reconocen. No es hambre: es plenitud en expansión. La piel, en ese contexto, se convierte en un umbral sagrado: el punto donde lo físico se hace espiritual, donde el tacto es una oración y el placer se convierte en un modo de celebrar la existencia compartida.
Alegría, ternura y llama
Me propongo, también, abrazar algo muy necesario: la alegría dentro de la pasión. No la solemnidad ni la tragedia del deseo, sino esa risa que brota en medio del abrazo, ese gozo de saberse vivos y juntos. Cuando la pasión incluye la ternura, deja de ser un incendio para convertirse en una llama que da calor.
Esa pasión que toca el alma atravesando la piel y se mezcla con ternura y alegría.
Un fuego que quema, pero no deja cenizas: crea luz.
Una piel como frontera del alma.
La risa como expresión del deseo que se sabe correspondido.
El cuerpo como lenguaje de la devoción.
El misterio del deseo
Pero ¿sabes qué no pretendo? ¡Escribir un texto literario!
La mayoría de las veces, cuando se habla de pasión, se la asocia con una fuerza que consume: un fuego que arrasa, una necesidad que devora. Pero yo apunto a otra vibración más alta, más sutil: aquella en la que la pasión no busca poseer, sino fusionarse; no destruir, sino revelar.
Es un tipo de pasión que no teme a la ternura, porque entiende que la vulnerabilidad no apaga el deseo, sino que lo vuelve más verdadero. La devoción que menciono no es sumisión, sino entrega: una confianza absoluta en que el otro es espacio sagrado.
Estoy tocando un tema sobre el misterio humano: el de cómo el deseo puede transformarse en un lenguaje del alma.
La piel: umbral de lo invisible
En esa pasión, el cuerpo se vuelve un templo, pero no el único. La piel es apenas la primera frontera de lo invisible. Quien ama así no desea la carne por la carne, sino porque intuye que detrás de ella palpita el alma que busca. Y sabe que tocar la piel es tocar el umbral: el punto exacto donde la energía se hace carne, donde la materia revela su luz.
Esa forma de amar tiene algo de místico y de humano a la vez. Es una pasión que integra lo divino y lo terrenal, lo espiritual y lo sensorial. No renuncia al deseo físico, pero lo trasciende. Lo convierte en puente, en canal, en rito.
Y lo más bello es que no se expresa en arrebatos de tragedia, sino en la alegría serena del encuentro.
El baile de la comunión
¿Has observado a esas parejas que bailan desplegando una sonrisa más melodiosa que la propia música?
Quizás ni sepan bailar.
¡Qué importa!
Esa sonrisa que menciono lo dice todo: ahí el cuerpo vibra, el alma se expande, y el amor se vuelve celebración. No hay lucha entre lo carnal y lo sagrado, porque ambos laten al mismo ritmo.
Podría decir, entonces, que la pasión que imagino es una energía de comunión. Es el deseo de compartir la totalidad del ser, no de fragmentarlo. Es una llama que no pide sacrificios, sino presencia.
El lenguaje de los elementos
Para representar esa pasión que no es solo deseo, sino comunión —esa que abraza cuerpo y alma a la vez—, en la escritura la simbología puede ser la mejor aliada. En ella, los símbolos actúan como resonancias del alma, y cada elemento natural puede expresar un matiz distinto de esa fuerza que describo.
El fuego: simboliza el deseo ardiente, pero también una llama consciente, que ilumina sin destruir. Purifica. Revela la esencia de lo que toca.
El agua: representa la fusión y la entrega. La disolución de los límites en una pasión espiritual. El momento en que dos almas se funden sin perder su forma, como ríos que se entrelazan. Una corriente que envuelve y limpia.
El aire: la respiración compartida. Encarna la sutileza del encuentro. No se ve, pero está en todo; así es el amor que respira entre dos cuerpos antes del roce. Simboliza el alma, el aliento, la vibración invisible que los une.
La tierra: la presencia y el arraigo. Recuerda que esa pasión no es solo etérea: necesita raíces, presencia, carne, realidad. Es el sostén del encuentro, el lugar donde lo espiritual encarna.
La luz: revelación del alma. Lo divino que emerge a través del amor humano. Es la transparencia, el alma expuesta sin temor. Cuando la pasión es así de plena, la luz no ciega: revela.
Conclusión: la comunión del ser
Así concibo la pasión.
Amor y pasión: un binomio inseparable.
Y ahora que me he mostrado sin maquillaje, cuando hable de amor y pasión…
¿me juzgarás o dejarás que te inspire?

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