Ana
Margarita Pérez Martín
"Porque cada error, cada mancha y cada tachón
también forman parte de la obra."
Introducción:
El trazo invisible del alma
Yo prefiero el grafito: humilde, maleable, efímero.
Porque el lápiz —como la vida— permite borrar, corregir, volver a intentar.
El papel, paciente, recibe sin juicio cada línea, cada sombra, cada duda.
Y así, entre errores y aciertos, vamos dejando constancia de nuestro paso:
no como artistas perfectos, sino como aprendices del tiempo, dibujando el alma
con cada trazo.
Dedicatoria
A quienes, aun con el pulso tembloroso, se atreven a
sostener el lápiz y dibujar su historia y, sin saberlo, trazan las obras más
auténticas.
El
dibujo de la memoria
Desde
que aprendí a sostener un lápiz descubrí que el papel podía guardar mis
secretos, mis dibujos y mis sueños. Escribir y dibujar siempre ha sido mi
refugio, mi alegría, mi manera de existir.
Una
vez, la maestra me dijo que una línea era una sucesión de puntos. Aquella
definición retumbó en mi cabeza durante años, al grado de que llegué a desear
tener una súper visión para poder verlos. Me preguntaba si esos puntos eran
obstáculos en el plano de la hoja que debía sortear, o si, por el contrario,
los espacios en blanco —entre punto y punto— eran abismos que salvar.
El
trazo del tiempo
Con el tiempo, ese eco se fue apagando, igual que mis preguntas. Ahora, que mis párpados pesan y mi vista se ha vuelto frágil, puedo ver —con absoluta claridad— esa sucesión de puntos.
Solo
debo hacer una pausa.
Detenerme.
Volver la mirada hacia atrás.
Entonces
descubro que mi vida ha trazado senderos; dibujado sonrisas con llantos
tachados; enlazado amores; escrito palabras imborrables; diseñado sueños;
calcado caricias; rayado proyectos; subrayado el pasado; resaltado el presente;
puesto en negrillas un futuro; escrito al margen instantes perdidos; encerrado
en círculos lo esencial; dejado en puntos suspensivos lo inconcluso; entre
signos de interrogación, las dudas; entre admiraciones, los arrebatos de
alegría; en mayúsculas, los nombres de quienes me han amado, he amado; y en
párrafos en blanco, los silencios necesarios.
Los
errores que también son belleza
Muchas veces tuve que corregir: borrar, tachar, rehacer.
El folio quedó manchado, rasgado, arrugado… propio de quien no sabe hacer bien
sus tareas desde la primera vez.
Pero
incluso así, cada trazo cuenta.
Porque, aunque el papel esté imperfecto, sigue siendo mío:
una obra única, marcada de errores y aciertos.
Una
obra que, al final, no es otra cosa que la vida…
Epílogo:
La obra continúa
Dicen
que el grafito se borra,
pero en verdad nunca desaparece del todo:
queda su sombra, su rastro leve, su memoria.
Así
también nuestra historia:
aunque la vida nos obligue a corregir,
aunque el tiempo arrugue el papel,
nada de lo vivido se extingue.
Cada
error deja enseñanza,
cada tachón revela intento,
cada pausa respira significado.
Porque
vivir no es lograr una obra perfecta,
sino atreverse a dibujarla.
“No existe tachón que borre lo vivido”
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