lunes, 10 de noviembre de 2025

El día que voló mi corazón


“Toda partida lleva consigo la mitad del alma de quien se queda.”

Dedicatoria:
A ti, hija mía, que partiste hacia nuevos horizontes con mi amor guardado en tu maleta.

Introducción

Hay momentos en que la vida nos arrebata sin aviso lo que más amamos, y sentimos que una parte de nuestro corazón se eleva con lo amado, dejando un vacío que parece imposible de llenar. Este relato nace de ese instante de fragilidad y amor absoluto, de la sensación de perder y, al mismo tiempo, comprender que el vínculo verdadero no conoce distancias. Aquí comparto la emoción de aquel vuelo que llevó mi corazón lejos, y la esperanza que siempre habita en quienes aman con entrega total.

Después de interminables meses de preparación, de ilusiones disfrazadas de calma, llegó, al fin, el día fatal. Horas de correteo, de abrazos y despedidas… ¡y de promesas de reencuentro que sé, en lo más hondo, jamás se cumplirán! La vi partir hasta que esa presencia tan amada por mí se desvaneció, como si el aire mismo me la arrebatara de entre los brazos.

Una extraña sensación me envolvió: la vida, de repente, se me volvió un polvoriento álbum donde las páginas crujen, y las fotografías amarillentas parecen observarme con reproche. Una existencia sostenida apenas por recuerdos que vagarán errantes por mi mente, atormentando el alma de día y de noche, como fantasmas que rehúsan descansar.

Salí apresurada, creyendo que al correr podría retener lo inevitable, sólo para ver el avión cuando comenzaba su lento andar. Se deslizaba despacio por la pista, como mis lágrimas por las mejillas; luego, de pronto, aceleró con el mismo ímpetu que mi corazón desbocado y alzó vuelo, arrancándomelo del pecho y llevándoselo consigo hacia un cielo indiferente, lejano e inaccesible.

Sin que ella lo supiera, en su equipaje escondí mi amor, mis besos, mis bendiciones y mis caricias; guardé también mi pasado y mi presente… con la esperanza de que se vuelvan cimiento de un futuro luminoso, un futuro al que no perteneceré, porque mi lugar estará en la sombra de la ausencia, en el eco del silencio, en la orilla de lo que queda.

Epílogo

Con el tiempo, descubrí que los hilos del amor verdadero nunca se rompen, aunque se estiren hasta casi perderse. Mi hija y yo nos reencontramos, y en ese abrazo tardío sentí que parte de mi corazón que creí perdida había vuelto a mí, más plena y luminosa que antes. Cada risa compartida, cada palabra susurrada, cada mirada cómplice, me recordó que la distancia no puede apagar lo que el alma guarda. Hoy camino junto a ella en su vida, agradecida por el milagro de poder seguir siendo testigo de sus días, sabiendo que el amor que alguna vez voló, regresó transformado, más fuerte, más profundo, más infinito.

“En cada adiós hay una eternidad que comienza.”

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