lunes, 10 de noviembre de 2025

Las que aman la vida


 Texto, Carta

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“Amar la vida es sostenerla en lo simple.”

Introducción

Siempre me han conmovido las manos.
Las miro y siento que en ellas se guarda la historia del mundo: la ternura y la fatiga, la entrega y el silencio.
Quizás porque en mis propias manos —y en las de tantas otras— he visto reflejado el pulso invisible de la vida cotidiana, ese que no busca aplausos, pero sin el cual nada se sostiene.
Hoy escribo pensando en esas manos anónimas que aman la vida sin decirlo, que la levantan cada día con gestos simples, con fe, con paciencia, con amor.

Manos que estrujan los ojos
al despuntar el alba,
tapan la boca con pereza
para atrapar un bostezo
antes de que se escape... llevándose con él las ganas de ponerse de pie

Manos que desenredan cabellos,
abrigan el cuerpo
y calzan los pies desnudos de sueños.

Manos que preparan alimentos con amor,
que bendicen,
que se entrelazan
y le dan fuerza a la oración.

Manos que se llevan al pecho
como un refugio,
para espantar los miedos
y calmar el dolor de mil nombres.

Manos arrugadas por el agua,
de tanto fregar trastos,
de enjabonar pieles curtidas
y cabezas nevadas por el tiempo…

Manos que han sostenido el mundo en silencio, sin quejas,
sin hacerlo notar.

¡Qué sé yo!

Manos desgastadas,
agradecidas manos,
¡de tanto la vida amar!

Epílogo

A veces olvido que amar la vida no es un acto grandioso, sino una suma de gestos pequeños: una taza de café compartida, una cama tendida con cuidado, un pan amasado con ternura…
Eso es sostener el mundo.
Y cuando miro mis propias manos —cansadas, quizá, pero llenas de historias— comprendo que también forman parte de esa cadena silenciosa que da sentido a todo.
Porque amar la vida, lo entiendo ahora,
es seguir ofreciéndola en lo simple,
en cada caricia, en cada tarea,
en cada amanecer que aún me invita a comenzar.

“Amar la vida es sostenerla en lo simple.”

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