“Cuando la espalda es un muro, el deseo aprende a huir.”
Prólogo
Amar es una forma de mirar. Desear es una forma de
decir sin palabras. A veces un simple roce sostiene universos enteros, y una
sonrisa compartida mantiene vivo lo que dos cuerpos todavía ignoran que está
naciendo.
Pero cuando se retira la mirada, cuando la piel se ofrenda solo por su reverso,
la pasión empieza a respirar con dificultad. La ausencia de un gesto puede ser
más elocuente que cualquier silencio.
Este texto nace ahí: en la distancia mínima que separa la piel del alma, en la
frontera donde un cuerpo se convierte en sombra y la pasión busca
desesperadamente un resquicio de luz.
Me negaste tu voz.
Me confiscaste las sonrisas.
Me ocultas los ojos, secuestrando tus miradas.
Te vuelves de espaldas ante mí,
como un templo fortificado que alerta:
“contémplame, pero no me toques”
Tu espalda: territorio que enlaza
la caja fuerte de tus pensamientos
con los pasos que te alejan de mí.
Tu espalda, tierra viva que exploro con mis manos,
que despierto con mis labios
y donde dejo la huella tibia de mi deseo.
Tu espalda,
carne que deseo abrazar con ternura;
refugio al que quisiera cercarme,
arrimándote a mí.
Tibieza en tu piel,
seguridad en tu fortaleza…
Eso es lo que anhelo sentir.
Pero, en ella, no encuentro tus ojos,
ni miradas que me sostengan.
No descubro en ella tu boca,
ni hallo las sonrisas que me den certeza de poder acercarme a ti.
Tu espalda, espejo de dos caras,
es solo sombra sin brillo que me refleje.
Me ofende,
me confunde,
me asusta,
me aparta de ti.
Y no sé, ahora,
si eres tú quien se retira de mí
o soy yo
quien comienza a alejarse de ti.
Epílogo
Quise sostener el fuego solo con mis manos, pero sin
tus ojos el incendio se volvió humo. La piel que antes respondía al roce ahora
es solo superficie sin destino. Comprendí entonces que la pasión no muere por
falta de contacto, sino por falta de encuentro. Y que ninguna caricia sobrevive
cuando quien la recibe ya no mira.
“Toda pasión necesita un gesto que la sostenga.”
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