“Un cumpleaños sin edad, celebrado en la memoria.”
Introducción
Hoy desperté
con esa sensación extraña de que el tiempo me guiñaba un ojo. No sé si es
nostalgia o ternura, pero hay días —como este— en que la memoria tiene sabor a
chocolate y a despedida suave. Me miro al espejo y reconozco las huellas que el
amor y los años han dejado en mí: no me duelen; me pertenecen.
Quizá por eso, más que celebrar el paso del tiempo, celebro la persistencia de
ciertos recuerdos, esas llamas pequeñas que no se apagan aunque el cuerpo
cambie. Hay rostros que no se olvidan, miradas que siguen cumpliendo años
dentro de uno. Y hoy, mientras acomodo palabras como si fueran bombones, te
pienso… y sonrío.
¿Estás
de cumpleaños?
¿Cuántos
son?
No,
no necesitas decirlo… tu cabello entrecano habla por ti.
También
te delatan esas líneas finas en tus ojos y en tu boca, que han guardado la
picardía de tus miradas, la chispa traviesa de tus sonrisas.
¿Cuántos
serán? Los suficientes, seguro, como para haber aprendido a amar sin prisa y,
aun así, con la locura intacta; con la calma sabia de quien entiende que el
deseo también sabe esperar.
Hoy
te ofrezco una caja de bombones: uno por cada instante de aquellas miradas
fugaces que nos incendiaban antes de conocernos, de esas que ardían como brasas
y dejaban su huella secreta en la piel del pensamiento.
Y
aunque el fuego se haya aquietado con el tiempo, la caja nunca quedará vacía:
guardará —siempre— la exquisitez de lo que no fue y la dulzura serena de lo que
ahora es…
una
complicidad de piel invisible, donde las miradas ya no queman, pero siguen
rozando el aire como cenizas tibias, entrelazadas en un humo secreto que nunca
se disipa… como un cumpleaños sin edad, celebrado siempre en la memoria.
Epílogo
No
hay regalo más valioso que la complicidad que sobrevive al tiempo. Esa que no
necesita gestos grandilocuentes, porque se reconoce en un silencio compartido,
en una sonrisa que llega sin aviso.
Hoy
guardo esta caja —llena de memorias, de deseo quieto, de cariño maduro— como
quien guarda un secreto que ya no pesa, sino que acompaña.
La caja nunca queda vacía porque en ella vive todo lo que fuimos, lo que
seguimos siendo, y esa ternura serena que ya no quema… pero todavía ilumina.
Y mientras soplo las velas invisibles de este cumpleaños sin edad, me descubro
agradecida: por el amor, por el tiempo, y por ti, que aún habitas en la dulzura
de mi recuerdo.
“Las miradas
envejecen; la complicidad, jamás.”
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