“Una carta íntima a la
frontera entre la vida y la muerte.”
Ana
Margarita Pérez Martin
Tengo tu foto frente a mí.
Tus
ojos me miran desde un lugar al que ya no puedo llegar. En ellos sigue viviendo
el mar que tanto amo: azul inmenso, inquieto, insondable. Ese mar ya no es un
paisaje: es un espejo de tu último naufragio, un abismo que me devuelve
preguntas que no sé responder.
No
dejo de mirarte. Me pregunto —con miedo, con rabia, con ternura— qué sucede
dentro de un ser humano para tomar esa decisión. ¿Cuánto dolor hay que cargar
para que la muerte parezca descanso? Y mientras lo pienso me descubro
temblando, porque no hablo solo de ti: hablo de cualquiera de nosotros. En otro
tiempo, en otras circunstancias, podría haber sido yo.
Tu
muerte me abrió una grieta que no conocía. Creía haber entendido la vida y la
muerte, pero tu decisión deshizo mis certezas. Morir es inevitable, lo sabemos
todos. Pero elegir morir, interrumpir la propia historia, es un acto que nos
deja desarmados a quienes seguimos aquí.
Desde
entonces me acompaña una pregunta que no consigo cerrar: quitarse la vida, ¿es
un acto de valentía o de rendición? Quizá ambas cosas. Quizá ninguna. Tal vez
sea el gesto extremo de un alma agotada que ya no encuentra salida. Pero para
los que quedamos es un terremoto. Nos obliga a mirar de frente nuestras
grietas, nuestras sombras, y a aceptar que la desesperación puede tocarnos a
cualquiera.
Solías
decir: «Las personas más tristes hacen siempre lo posible por hacer felices
a los demás, porque saben lo que significa sentirse absolutamente inútiles y no
quieren que nadie más se sienta así».
¿Guardabas
tristeza detrás de tu rostro sonriente? Eras amable, generoso y amoroso…
siempre te preocupabas por los demás. Me aterra imaginar que fue un grito
desesperado, que esperabas ser rescatado y no llegó nadie.
A
veces me conmueve pensar que quisiste liberarte, que buscabas un silencio que
aquí no encontraste. Nunca lo sabré. Nadie lo sabrá. Solo tú conoces la verdad
de ese instante, y ahora esa verdad es misterio.
Desde
mi corazón adolorido te digo: me rompiste. Tu ausencia no es solo tristeza: es
una herida que cuestiona mi propia existencia. Me miro al espejo y me descubro
frágil, mortal, incapaz de dar respuestas definitivas. Quizá en esa incapacidad
esté la clave: la vida es una pregunta sin respuesta, y tal vez quienes no
soportan más siguen buscándola en otro lugar.
Quiero
creer que hay un espacio, más allá de todo esto, donde tu alma encontró
descanso. Que el azul profundo que vivía en tus ojos te haya recibido al fin.
Que allí ya no exista ni valentía ni cobardía, solo paz.
Paz
y vida eterna a tu alma, mi querido desconocido. Y también paz para nosotros,
los que seguimos aquí intentando entender, sin lograrlo del todo.
“Quizá la vida no se
explica: solo se habita, hasta donde podamos.”
Dedicado:
R.W.
No hay comentarios:
Publicar un comentario