LOLA Y SUS ENREDOS: (XXXIII) DE SIETE, VAN TRES
Lola y Doña Ana pasaron por el colegio y recogieron a los niños. Anita y Juancito tenían un entusiasmo inusual en ellos, estaban alborotados con la cena de esta noche: la tía Isabel hacía prometedora la velada. Al llegar a casa, todo estaba en movimiento. Doña Blanca, la nana, ya tenía listas a las niñas De Sousa, las hijas de Lola y Fernando. Estaban hermosas, con sus trajes de verano de blanco algodón y cintas bordadas en el ribete de las faldas, con listones de colores en las cinturas y recogiendo sus cabelleras doradas: Carolina, Gabriela y Daniela… parecían unos ángeles de la guarda! Doña teresita y su marido, el jardinero, colocaban flores en cada rincón de la casa. De la cocina se colaba los olores de los alimentos que allí se preparaban. Toda la casa relucía de limpia y en ella un espíritu de alegría reinaba. Doña María –la otra nana- en la cocina trasteaba, y al ver llegar a los niños de la escuela, enseguida se hizo cargo de ellos para que bañasen y arreglasen –prolijos y hermosos, como príncipes- tal como a Lola le gustaba.
Doña Ana y Lola dieron sus vueltas por la casa, supervisando que todo estuviese como Dios manda. Subieron apresuradas para bañarse y vestirse: en poco tiempo la tía Isabel por esa puerta entraba y las encontraría en esas fachas. Mientras ellas se acicalaban, llegó Don Antonio, de lo más buen mozo. Tras él, Doña Matilde y su esposo, así como sus hijos Doña Flor y Don Carlos, el que una vez fuera comunista, un gran tramposo. Lo siguió Don José, el párroco. Don Luis llegó al rato, todo sudado y estresado… estaba con los ganaderos reunidos, tratando asuntos propios de su negocio. Saludó a todos con premura, pues debía subir a alistarse para el evento, y así lo hizo.
Cuando Lola bajó con los Gallardos, ya la tía Isabel había llegado. Tenía sentadas en su regazo a Gabriela y Daniela. Carolina la tenía Antonio en sus brazos, sentado junto a la tía, muy acaramelados. Al verla, la tía Isabel –que era famosa porque su lengua no contenía- dijo con una sonrisa muy suspicaz:
- Veo que de siete, llevas tres… no perdiste ningún tiempo desde que nos vimos la última vez… y viendo a Antonio, a este rubio galán –se volteó a mirarlo con dulzura- de seguro serán cuatro de ocho, o cinco de nueve… contigo uno no sabe, tendrá uno que parar de contar! – dijo esto mientras se paró a saludar con un fuerte abrazo y muchos besos a Lola. Pero ella estaba intrigada por lo que le había dicho. Lola se volteó a mirar a todos los presentes en la sala y preguntó:
- Ustedes le han contado algo a la tía? –todos movieron la cabeza de un lado para otro, negando la cuestión.
- Contarme qué? –preguntó la tía Isabel, pero Lola le respondió con otra pregunta.
- Tía, por qué dijiste que “de siete, llevo tres”… a qué te referías? –le inquirió Lola.
- Simple cariño, de siete hijos, llevas tres rubios… cuál es el problema en lo que he dicho? He cometido alguna imprudencia? – preguntó la tía Isabel con cara de angustia, pues sabia los enredos que causaba su ligera lengua. Todos movieron –de nuevo- la cabeza en señal de negación.
- Antonio, era esto a lo que se refería Doña Rosaura? Por qué me diría tal simpleza? –le preguntó Lola acercándose mucho a él.
- Amor, no fue tanta la simpleza; lo que pasa es que ella estaba confundida porque tú estabas disfrazada de hombre y su visión no concordaba con lo que tenía enfrente; no terminó de decirte lo que quería: te anunciaba algo, para ella bueno, que de siete hijos, llevabas tres rubios, pero que no serían los únicos, tendrías cuatro de ocho o cinco de nueve… claro está, míos por supuesto! -se rió cuando dijo esto- Ella no te hablaba de muertos, así lo supusiste tú porque lo llevabas en la mente… por la habladuría de la gente. Sabes que ella mal a nadie vaticina, tú fuiste la inconsciente: te enredaste y enredaste a todos –Antonio dijo esto con calma y ternura, abrazándose a ella muy fuerte.
- Y yo que temí lo peor, sufriendo y haciendo sufrir a todos, en especial a ti… me perdonas amor? – Lola le preguntó a Antonio, con la voz entrecortada y con los ojos a punto de reventar en llanto. Él nada le dijo con palabras. La miró fijamente a los ojos y la besó con mucha pasión y ternura; tanta que los presentes bajaron la mirada, apenados por aquella efusiva demostración de amor en público… menos Anita, que se deleitaba con el romance de su madre, a ella eso le parecía hermoso.
- Bueno, bueno… qué pasó aquí? –dijo Don Luis dando unas palmadas, cortándole la inspiración a los tórtolos y llamándolos al orden –si va haber un “cuatro de ocho”… no será en este momento, se los aseguro yo, primero deberá haber matrimonio!
Lola y Antonio se separaron muertos de la risa, algo –aunque no mucho- avergonzados por su ligereza. Antonio buscó con la mirada a Doña Teresita y le rogó:
- Doña Teresita, le suplico traiga bebidas, quiero que todos brindemos; porque ahora mismo, en este instante… anunciamos nuestra boda! De acuerdo Don luis y Doña Ana?
- Estamos de acuerdo! -contestaron los dos satisfechos.
Ana Margarita.-
NOTA: La foto que ilustra este relato fue obtenido de "Imágenes" de Google; se desconoce su autor o propietario: a ellos los méritos y derechos que correspondan. Al pie de la foto aparecen unas letras ilegibles por mí.
Muy inteligente, salida bien jutificada! Las mujeres son habilidosas.
ResponderEliminarjejejeje si, así somos! Un abrazo Néstor!
ResponderEliminarUn capítulo refrescante y de de muy liviana lectura. Adelante.
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