“Amor, sudor y champú: la
coreografía perfecta.”
Antonio
despertó, aunque no abrió los ojos. No se sentía bien, nada cómodo. Estaba
desnudo y el frío le entraba por los pies y por… bueno, las nalgas se le
enfriaban. Sentía un dolor en el estómago muy agudo, le gruñía, como si un león
quisiera cazar un toro. Olía a frutas frescas, café, leche caliente y miel.
Fuera lo que fuera que oliera así, él se lo quería comer.
Abrió lentamente
los ojos y se encontró con una bandeja de alimentos frente a él. Estaba
aturdido, realmente no recordaba bien lo sucedido. De repente, se acordó de las
palabras de su cuñada, eso de que los difuntos le llevarían el desayuno a la
cama. Sin poder evitarlo, cerró los ojos violentamente. ¿Estaría despierto o
soñando? se preguntó en silencio. Echó el brazo hacia atrás, tanteando la cama,
buscando a Lola del otro lado, pero no la encontró. Se quedó quieto como
estaba; sentía una presencia que lo observaba. Un corrientazo helado le
recorrió todas las vértebras, espelucándolo, parecía un felino asustado.
Lola recién
salía del baño y vio a Antonio todavía acostado, acurrucado, como un feto
gestando. Se le paró enfrente, observándolo. Tenía el brazo extendido hacia
atrás, paralizado… de lo más raro.
—Cariño, ¿qué te
pasa? ¿Estás dormido o jugando? ¡Tienes una cara de asustado! —le dijo Lola,
agitándolo con ambas manos—. ¡Despierta ya, que es tarde y nos tenemos que
marchar, Márgara nos vino a avisar!
Antonio abrió
los ojos y echó un suspiro, de esos que alivian.
—Creí que estaba
soñando, no te encontré al lado y vi el desayuno servido; todo me pareció muy
raro —le dijo, agarrándole las manos y atrayéndola hacia sí. La miraba a los
ojos y la besaba.
—Antonio,
cálmate, no hay tiempo para fiestas. Vamos, desayúnate y vístete antes de que
mi padre sospeche algo y venga a buscarnos. ¡Mira que le conozco! —le dijo
Lola, tratando de zafarse de él.
—No, amor, no me
hagas esto, no por segunda vez; siénteme, estoy deseándote; déjame amarte hoy
como quiero… ¡cómo quieras tú! —le decía él, mientras la seguía besando y
acariciando con locura.
—No puede ser,
cariño, ¡nos quedamos dormidos y no quiero que armemos con esto un lío! —volvió
a protestar Lola, solo que más debilitada; él se encargaba de menguar sus
fuerzas.
—Antonio… —dijo
ella como un susurro.
—Ujum… dime,
amor —le contestó.
—O te levantas
tú, o te levanto yo, tú decides; pero de que nos vamos, nos vamos. Márgara nos
hizo un favor, el cual no aprovechamos, y no es justo que la involucremos en un
problema sin necesidad —Lola le decía esto con firmeza, pero con mucha dulzura,
mientras acariciaba su cabellera y su barba.
—Está bien,
tienes razón, ¡ella no tiene culpa de que nos hayamos quedado dormidos como
unos pendejos! —Esto lo dijo Antonio con una cara de frustración y
desesperación, echándose mano al pene tratando de aquietarlo. La situación le
resultaba incómoda, hasta dolorosa.
—No puedo
comprender cómo tus difuntos maridos murieron con el pene erecto y una sonrisa…
¡no le veo ninguna gracia a esto! —protestó al tiempo que entraba a ducharse.
Lola se sonrió y
sintió compasión por Antonio, ¡le había fallado dos veces! Buscó algún traje
que quedara de sus difuntos maridos, para que Antonio no se vistiera con la
ropa del día anterior. Se asomó al baño, corrió la cortina y se disculpó con
él:
—Cariño, sé que
te he fallado y te pido perdón; prometo hacerte muy feliz la próxima vez…
¡dicen que a la tercera va la vencida! —le dijo con la más dulce y piadosa de
las sonrisas.
—Estoy seguro de
ello… —y sin pensarlo dos veces, la metió a la regadera. Esta vez no le dejó
libre la boca para protestar; la besaba con fuerza. Lola no se resistió, todo
lo contrario, participó activamente en el juego.
¿Qué puede
decirse de una pareja que se ama con tanta pasión que ya nadie lo sabe? Ellos
bailaron la danza del amor: unas veces tango, otras, valses, diría yo; una
danza en perfecta sincronía donde la música eran sus palabras ardientes y sus
dulces susurros. Cuando el silencio se hacía, era porque estaban tocando las
más altas notas de tan seductora melodía.
Le fallaron a
Márgara, se retrasaron, no una hora ni dos… perdieron la noción del tiempo.
Pero no hubo remordimiento ni arrepentimiento alguno, solo promesas de que así
serían todos los días del resto de sus vidas.
“La danza
del amor: empezó como vals, terminó como reguetón.”
Ahhhhh que romántico, me encanta este capitulo aunque a Lola se le viene tremendo rollo encima, jejej en lo que la descubra su papa, jajaj esto se pone cada vez mejor :)
ResponderEliminarRumiana
jejeje El pobre Antonio... ahora es que le toca! Besos!!
ResponderEliminarPor fin! Ya temía algo raro. Muy realista el relato.
ResponderEliminarCero comentario ya que soy menor de edad.Por eso hay que tener cuidado cuando uno se mete en internet. Me he podido reir algo en estos últimos capítulos.
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