"En esta familia, planificar
es un arte… y meter la pata, un deporte olímpico.”
Desde que
Antonio anunció la fecha de la boda y la llegada de sus hermanos, Doña Ana y
Lola no se daban abasto con el sinfín de tareas por cumplir para que todo
saliera como ellos querían. Don Luis observaba que su mujer mostraba signos de
gran agobio, más que de cansancio, igual que él. Y Lola los observaba a ellos,
con gran preocupación. Un mes era un tiempo muy ajustado para arreglar todo,
incluyendo las invitaciones y el alojamiento de los invitados. Todos se
reunían, cada día y cada rato, en la mesa de la terraza, con papel y lápiz en
mano, para anotar cada detalle que fuera necesario. Ese día estaba presente
Doña Cándida, la modista, para tomar medidas y decidir los diseños de los
trajes, tanto de la novia y su cortejo, como del resto de los miembros de la
familia y, lo más importante, estimar la fecha de entrega de estos.
—Padre, los he
observado y he notado, con mucha alarma, que tú y mi madre están muy ansiosos.
Estamos conscientes de que la fecha fijada es muy próxima y eso dificulta las
tareas planificadas. Yo propongo algo —dijo esto, mirando y tomando de la mano
a Antonio, quien estaba junto a ella—: que depende de lo que diga Doña Cándida,
aquí y hoy, estableceremos la fecha definitiva, bien en la previamente acordada
o postergándola unos días más, los que estimemos necesarios; pues quiero que,
en mi boda, en esta, todos estemos contentos y saludables… ¡la presión nos está
matando! ¿Están de acuerdo conmigo?
Todos guardaron
silencio, se miraron unos a otros e hicieron muecas y señas con las manos,
dejando en claro que no solo estaban de acuerdo, sino que era lo razonable. En
fracciones de segundo se relajaron, fijando —finalmente— la mirada en Doña
Cándida, a quien se le trasladó la responsabilidad de determinar el tiempo
necesario para realizar la ceremonia. Ella, con la jocosidad que la
caracterizaba, echó un gran suspiro y manoseó su cuaderno, pasando las hojas de
adelante hacia atrás y viceversa, repetidamente. Luego, poniendo una expresión
muy seria, como quien va a dictar una sentencia de muerte, lo cerró bruscamente
con ambas manos, tan fuerte que se estremeció la mesa… ¡haciendo sonar todo lo
que en ella se encontraba!
—Telas tengo en
cantidad suficiente para elaborar los trajes, según los diseños acordados y
medidas tomadas… salvo el de la novia. Pero, por ello, no debemos preocuparnos;
mi proveedor resolverá esta situación. El problema radica en la confección; no
estamos hablando de cualquier traje, estamos hablando de muchos trajes de finas
telas y acabados, con bordados y pedrería, ¡no es cualquier tontería! —enfatizó
Doña Cándida, adoptando un gesto de que a ella no le echaran la culpa. Todos
rieron al ver el semblante de la modista, toda ella regordeta y pintorreteada
como acostumbraba; parecía una graciosa cerdita salida de un cuento de hadas.
—Bien, ¿y cuánto
tiempo estima usted necesario para realizarlos, sin premura y con calidad en
los detalles y remates? —le inquirió Lola sin signo de preocupación.
—Un cálculo
prudente… ¡mínimo, tres meses! —dijo ella muy ceremoniosa.
Todos pusieron
cara de asombro y, de inmediato, miraron a Lola, esperando su reacción. Lola,
con el rostro completamente relajado y la mirada extraviada en algún lugar del
jardín, sacaba cuentas mentalmente con toda la calma del mundo. Apretó la mano
de Antonio y lo miró con entusiasmo.
—Cariño, ¿qué te
parece si nos casamos en diciembre, para poder hacer las cosas bien y con
calma… y en la hacienda? Así resolvemos el problema de alojar a los invitados;
entre la de ustedes y la nuestra hay espacio suficiente para ello. ¿Qué te
parece? —Lola no había terminado de hablar cuando Antonio estaba pegando gritos
de alegría, como niño chiquito. Estaba muy contento; allí se habían conocido y
enamorado… ¡sería la mejor Navidad de su vida!
Todos se
relajaron; harían las cosas con calma, sería la boda perfecta. Cuando la
alegría reinaba, a Doña Cándida se le ocurrió abrir la boca, solo para meter la
pata.
—Estarás muy
contenta, Márgara, por fin tu galán te vendrá a visitar, ¿quién lo diría…? ¡Dos
de las Díaz Robaina, con dos de los Santamaría! —El silencio se hizo y, como
ventiladores a toda potencia, los allí presentes miraban de un lado a otro,
viendo las caras de las dos mujeres, quienes se miraban fijamente entre ellas.
Doña Cándida mostraba una expresión que denotaba conciencia de su imprudencia y
Márgara, furiosa, por haberle quitado el privilegio de dar la noticia
oportunamente, como correspondía.
Doña Ana quedó
desconcertada, pues las muchachas no le habían contado nada. Don Luis se puso
rojo como un tomate; detestaba que los extraños se enteraran primero que él de
lo que sucedía en su casa y se lo restregaran en la cara. Márgara, entre
furiosa y frustrada, se levantó de la mesa y se fue llorando directo a su cama.
“Cuando el
cálculo de telas se convierte en drama familiar, solo queda reírse… y aplastar
algunas mesas.”
Que boniiiiito, me encanto este capitulo, por mas que uno se imagina lo que va a pasar simpre hay alguna sorpresilla.
ResponderEliminarEsto se esta convirtiendo en mi novela para mi mesita de noche, EXCELENTE
Besos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminargracias cariño, besos!
ResponderEliminarCON RAZÓN EL TITULO, ESTA ES UNA HISTORIA DE NUNCA ACABAR, ESA FAMILIA ES MUY GRANDE Y CADA QUIEN TIENE SUS ROLLOS. TIENES MUCHA TELA DONDE CORTAR, EL PROXIMO TITULO SERA ¿MARGARA Y SUS ENREDOS?
ResponderEliminarjejeje una familia grande es hermosa; tú lo sabes, tú familia es grande... eso es una especie de muy buena suerte! Un abrazo.
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