jueves, 14 de abril de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (XLIII) EL SECRETO



LOLA Y SUS ENREDOS: (XLIII) EL SECRETO


Márgara subió las escaleras y, tras ella, Ana Isabel. Doña Cándida tapaba su rostro con sus manos, estaba apenada; si no fuera obesa, de seguro se hubiese escondido bajo la mesa. Antonio se acercó a Lola y en el oído le dijo unas palabras, lo mismo hizo Don Luis con Doña Ana. Ambas salieron, con pasos apresurados, detrás de las muchachas. Doña Matilde y la Tía Isabel, fueron rápido a la cocina, a advertirle a Doña Teresa que se olvidara lo del brindis. Antonio se puso de pie y dio unas palmadas a su suegro en la espalda, tratando de apaciguar su ánimo.
- Tómeselo con calma Don Luis, que no ha pasado ninguna desgracia; si Márgara y Gabriel en realidad se aman, lo peor que pueda pasar es que la familia crezca y se una más. Roguemos a Dios que así sea –Una vez dicho esto, tomó suavemente la mano de Doña Cándida, haciéndole una mueca de que, con él, se marchara.
- A dónde vas Antonio, me vas a dejar solo con este zaperoco armado? –le dijo con tono preocupado a su yerno.
- Voy a mi casa, debo sostener una charla con mis padres, luego regreso… -le explicó con una sonrisa y, con la mirada, le hizo un ruego de que mantuviera la calma. Así lo hizo. Prendió un habano y se fue a caminar por los jardines… cavilando sobre el asunto de los nuevos tórtolos, pensando él… que eso seria todo.
En el cuarto de Márgara, era otra vaina; ella estaba recostada sobre su cama, llorando como una Magdalena. A su lado, estaba sentada Ana Isabel, en silencio y cabizbaja, no la consolaba ni decía ninguna palabra. Estaba pálida, muy asustada, pensando en lo que diría su madre cuando lo de ella se enterara…. Dos noticias, al mismo tiempo, era como mucho para Doña Ana, quien entró alterada, dando un portazo que se escuchó hasta la otra cuadra.
- No entiendo en qué les he fallado, para que en mí no tengan confianza; aquí estoy yo, dispuesta a escucharlas, díganmelo pues… díganmelo en mi cara! –dijo encolerizada y vuelta un mar de lágrimas. Doña Ana se sentó en la cama, al lado de Márgara, dándole palmadas en la nalga para que se volteara y con ella se franqueara. Miró a Ana Isabel con extrañeza por la actitud tan absorta que guardaba.
- Y a ti que te pasa, por qué tienes esa cara de espanto; no me vayas a salir con que tú también te traes una vaina!-le dijo su madre más furiosa que soldado en batalla. Aquí Lola intervino. Se arrodilló frente a su madre; tomándola por los hombros la arrimó a ella, abrazándola.
- Cálmate madre, no nos has fallado en nada… eres la mejor de todas. Baja la guardia, para que puedas comprender lo que aquí pasa. Yo te lo contaré, por ellas hablaré.- le dijo al tiempo que acariciaba su rostro con dulzura, para que se tranquilizara.
- El colmo de los colmos, tú sabías todo y también me lo ocultaste… qué desgracia! –Se tapó el rostro con sus manos y lloraba y lloraba, desconsoladamente, la pobre Doña Ana.
- Madre, guarda silencio, no sentencies antes de juzgar! Si no te conté antes, es porque a mí no me correspondía ese derecho. No se te ha ocultado nada de lo que debas avergonzarte, nada malo aquí pasa. Tú sabes que los Santamaría son amigos de nosotros desde la infancia; así fue como Antonio y yo nos enamoramos. Pues bien, Ana Isabel y Márgara… también, pero de Alejandro y Gabriel! Claro, como ellas eran más chicas, no habían definido nada, pero la amistad continuaron por cartas… hasta que determinaron que sí, que sí estaban enamorados. Ellas no te anticiparon nada, querían hacer algo bonito cuando ellos llegaran; pero vino Doña Cándida y zuaaas… soltó la lengua, no pudo quedarse callada. Claro, como el marido trabaja en la Oficina de Correos, de todo está enterada! Ves madre, no es ninguna tragedia, hasta bonito sería que ellos matrimonio contrajeran; así los Santamaría-Díaz serían una familia grande y unida… nadie nos vencería! –esto último lo dijo Lola en guasa, a ver si a su madre una sonrisa le sacaba. Pero Doña Ana, ya calmada, para nada la escuchaba. Estaba absorta en sus pensamientos. No podía quitarse la idea de lo desolada que quedaría su gran casa, si todas sus hijas se casaran y marcharan… al mismo tiempo. Y la algarabía de los nietos? También los perderían… eso, a su marido y a ella, el alma desgarraría!
La pobre Doña Ana estaba abatida, un duro golpe le habían asestado en el corazón sus niñas. Tonta ella, que pensaba en eso, en el futuro inminente… cuando Dios tenía, para ellos, otra cosa en mente.

Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue obtenido de "Imágenes" de Google; se desconoce su autor o propietario: a ellos los méritos y derechos que correspondan.

4 comentarios:

  1. jejeje que bochinche de familia, los tres hermanos con las tres hermanas :)
    Capítulo corto pero se las trae !

    besos

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  2. jejej aunque no lo creas... inspirada en la vida real!

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  3. Verga!!! Bueno que aprovechen para un trimatrimonio y se ahorran unos reales.Digame si una de esas niñas tiene un trompo enrrollao. Pobre suegro, sino le da un infarto es de broma,Jejeje

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  4. jejeje como todo padre... pensando en los reales!

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