“Cuando salvar la situación se convierte en
espectáculo de horror y risas.”
—Apúrate,
Antonio, que lo que nos viene encima es candela; ni creas que nos salvaremos
del enojo de Márgara, del regaño de papá y las burlas de las tías Matilde e
Isabel… ¡es que ya lo estoy viendo venir! —
—Lola, ¿Qué es
esto? Yo no me voy a poner esta vaina… ¡ni loco! —le dijo Antonio, alterado.
—Por favor,
cariño, no me hagas esto. Es solo un traje, de Juan o Fernando… bien no
recuerdo. Es solo por hoy, para salvar la situación, ¿sí? —le preguntó Lola con
carita de perro extraviado. Antonio se conmovió con la expresión de su amada y,
como estaba muy contento, accedió bajo protesta.
—Está bien, ¡por
ti lo que sea! Si te digo algo, y con el perdón de los difuntos, es un traje
ridículo y para mí algo pequeño —decía esto mientras manoseaba la tela del
traje y lo observaba al derecho y al revés.
Lola quedó muy
contenta y complacida, hasta que se lo vio puesto. Disimuló la mala impresión
que le dio: la chaqueta le quedaba muy corta en los puños y el largo del
pantalón le llegaba casi arriba de los tobillos; ello sin considerar que el
tiro no era suficiente, dándole la apariencia de un torero… con el bolero de un
lado y todo expuesto. Lola estaba aterrorizada, ya no quedaba tiempo de
enmendar nada; ni modo, ¡se jodió Antonio!
—¿Qué tal me
veo, amor? Confieso que lo siento ajustado y pequeño; me veré en el espejo… —le
dijo a Lola.
—¡No! ¿Para qué
te vas a ver? Créeme cuando te digo que llamarás la atención. Las tías no te
quitarán la vista de encima, estás muy sexy… demasiado, diría yo —Lola le
hablaba sin cesar, adulándolo, para hacerlo desistir de observarse en el
espejo; si lo hiciese, todo se complicaría.
—Bien, si tú lo
dices, amor, así será —mientras decía esto, intentaba bajarse los puños de las
mangas y se agarraba entre las nalgas, tratando de sacar el tiro del pantalón…
sentía como si lo violaran. A Lola no le dijo nada para no preocuparla ni
retardarla, pero estaba muy incómodo; no tenía libertad para caminar. La
chaqueta, además de corta, le apretaba en las axilas tanto que los brazos le
quedaban algo levantados… como ave que se prepara para emprender vuelo. Y para
caminar, debía hacerlo despacio y con mucho cuidado; no se fuera a trincar una
bola… ¡qué vaina le había echado Lola! Metía la barriga para evitar que se
reventara el botón de la pretina y se le bajara la bragueta. Le faltaba la
respiración y empezaba a sudar copiosamente. Cambiaba de color… se estaba
poniendo entre morado y verde.
Cuando se
aproximaron a la entrada de la casa, observaron que Don Luis estaba en el
porche esperándolos; se fumaba un habano mientras iba de un lado a otro,
preocupado y bastante nervioso.
—Carajo, menos
mal que llegan, me tenían… —Don Luis no terminó su queja. Al ver a Antonio, se
le borró todo lo que tenía en la cabeza. El habano se le cayó de las manos y
puso cara de rata asustada, con chillido y todo.
—Padre, deja el
enojo, que nosotros estábamos arreglando algunas cosas del matrimonio; ya
llegamos, ¡no ha pasado nada! —le dijo su hija en defensa.
Lola se acercó a
su padre, dándole un abrazo y un beso. Don Luis notó que ella olía muy fresco,
como recién bañada, lo que no le extrañaba para nada. Lola agarró de la mano a
Antonio y, de un halón, lo metió en la casa para que su padre no tuviera tiempo
de entretenerlo con sus cuestionamientos.
Al entrar,
estaban las mujeres charlando. Cuando los vieron, guardaron silencio; solo se
escucharon algunas exclamaciones y murmullos. Todas tenían los ojos
desorbitados y las mandíbulas caídas, consternadas por lo que estaban viendo.
—¿Se acuerdan
ustedes de Mary Shelley? —rompió el silencio la tía Isabel, como para aliviar
la tensión del momento.
—¿Esa es un
familiar tuyo? Me suena el nombre, pero no recuerdo de dónde —contestó Doña
Matilde.
—No, ningún
familiar mío; ella era la inglesa aquella… la autora de “Frankenstein o el
Moderno Prometeo”, ¿no se acuerdan? —aclaró la tía Isabel, sin quitar la vista
de Antonio y conteniendo una carcajada a punto de explotar. Todos le siguieron
la mirada, incluyendo Don Luis y Lola, encontrándose con Antonio al final de
esta. Fue inevitable: la patética apariencia de él no podía pasar inadvertida.
—¡Por supuesto!
Cuando te vi, sabía que me recordabas a alguien con ese traje; primero pensé en
los difuntos, pero ahora veo que era a Frankenstein. —Apenas terminó Don Luis
de decir esto, todos soltaron la risa contenida, hasta Doña Ana, que siempre
era tan circunspecta.
—Lola, sube con
tu madre y Antonio de inmediato; que se cambie de traje… ¡Alguno mío le debe
servir! Hija, ¿Cómo permitiste que Antonio sufriera este bochorno? —le
recriminó Don Luis, haciéndole señas con las manos de que subieran de
inmediato. Así lo hicieron, mientras él, su hermana y su cuñada seguían muertos
de la risa.
Antonio subió
lento, porque el traje no le permitía otra cosa. Andaba cabizbajo, como
avergonzado, detrás de Doña Ana y su amada. Pero nadie notó que sonreía
disimulado. ¡Qué extraña actitud, cuando había suficientes motivos para
sentirse enojado y humillado!
“Próximo
capítulo: ¿Antonio o la lavadora de la vergüenza?”
Que buen capítulo me reí hasta más no poder.
ResponderEliminarMe alegro así haya sido, nada me das más placer que el hecho de sacarle una sonrisa a alguien... yo también me divertí mucho escribiéndolo, lo confieso! besos.
ResponderEliminar¡Qué bueno!. Me he reído un montón. Gracias por tus palabras. Un beso.
ResponderEliminarjajajajajaja yo también me reí un montón, sobre todo la parte del torero, eso es algo que siempre me ha dado demasiada risa, me imagino al pobre hombre que no podía ni dar un paso, jeje
ResponderEliminarNi loco me pongo ropa de muerto, y los interiores tambien? Ese tipo va por el camino de los anteriores. Ya tiene traje y todo. Bien logrado el capitulo, congratulaciones.
ResponderEliminarajajaja gracias Néstor!
ResponderEliminarOh! Dios... no había visto sus comentarios, Gracias Iratxe, gracias Rumiana... besos y abrazos a las dos!Disculpen mi distracción, que pena... es inevitable ocultar que me estoy poniendo vieja! aaajajajaj
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