Entraron en la
habitación de Lola e inmediatamente se dispusieron a desvestir a Antonio. No
fue fácil; fue como desprenderle la piel. El traje estaba incrustado. Después
de mucho halar, de aquí y de allá, lograron zafarlo de esa tortura, entre un
quejido y algún otro alarido del infortunado. Doña Ana ofreció a su yerno una
bolsa de agua caliente o fría, según él prefiriera, para ayudarle a aliviar el
dolor. Pero él se negó rotundamente; alegaba que la trituración había sido
suficiente como para venir ahora a pretender congelárselas o sancochárselas…
¡no faltaba más!, protestó
—Bueno, ¡como
quieras! Pero que les quede claro que a mí no me engañan, ¡yo no me chupo el
dedo! —les alertó Doña Ana, medio enfadada
—¿De qué engaño
hablas, madre? —le preguntó desconcertada Lola. Pero Antonio sí sabía por dónde
venía la cosa, poniendo cara de pendejo como si no supiera nada
—Sé que toda
esta payasada del traje de gánster, de tu difunto marido Fernando, fue para
distraernos de la preocupación y enojo. Ustedes se perdieron de vista, pero muy
bien sabíamos dónde estaban. Debo reconocer que les salió muy bien, gracias a
la burla de las tías Matilde e Isabel… de otro modo, ¡estarían ustedes en
problemas! —le contestó la madre, subiendo el tono de voz. Lola le iba a
responder para tratar de justificarse, pero Antonio le hizo señas con los ojos,
poniéndose el dedo en la boca, señalándole que guardara silencio. Lola captó la
seña de inmediato y calló, bajando la mirada, mostrando aceptación a las
palabras de su madre y el debido respeto
—Oye, Lola, soy
una madre moderna; entiendo que no eres ninguna niña, ni tampoco doncella. Sé
que se aman mucho y les ronda la pasión, y está bien, no me opongo, ¡pero hagan
las cosas bien hechas! Otra cosa, no me gustan que los hijos “asistan” a la
boda de los padres; así que planifiquen su relación como adultos que son,
¡carajo! Les advierto, no quiero sorpresas; hace ya una década que inventaron
las pastillas anticonceptivas… ¡úsenlas! —habló bien enojada Doña Ana,
regañando a esos tórtolos como si fuesen adolescentes
—¿Y serán
efectivas? Bueno, pregunto yo, pues las inventaron los mexicanos… ¡y ellos son
un montón! —con la única intención de romper la tensión del momento, le
preguntó muy serio Antonio a su suegra, mirando a Lola, quien abrió los ojos
desmesuradamente ante el atrevimiento de su amado con esa intervención
—Muy gracioso,
Antonio, ¿qué tal si lo averiguan? ¡Úsenlas!… Saben que Luis no soporta la idea
de la venida de un hijo sin la bendición de la Iglesia, o sea, sin boda previa…
¿les quedó claro? —puntualizó Doña Ana, poniendo fin a la conversación
Salió de esa
habitación y se metió en la de ella. Allí estaba su marido, esperando las
noticias que su mujer le traería
—¿Cómo te fue?
—le preguntó él a ella
—Como era de
esperarse: ella calladita y él feliz de que se supiera todo, se quitó un peso
de encima. Seguro así se siente más cómodo, sin necesidad de engañar ni
payasear, ¡supongo! —le contestó ella abrazando a su marido
—Conociendo la
fertilidad de Lola y el ímpetu del otro, me atrevería a decir que el “cuatro de
ocho” ya está anidando en el vientre de nuestra hija, ¡qué buena vaina! —le
dijo Don Luis a ella, sin preocupación alguna, con una sonrisa dulce en los
labios. Le gustaba que la familia fuese numerosa y Lola se la había
proporcionado. Los dos se miraron y sonrieron; apretaron el abrazo y se besaron
—Tranquilo,
esposo mío, yo me encargo de que ellos hoy mismo fijen la fecha exacta de la
boda. Todo saldrá bien, ¡como siempre! —le dijo Doña Ana mirándolo a los ojos,
con una mirada llena de amor y ¡mucho antojo! Este par tenía toda la intención
de desaparecerse de vista por un buen rato. No les importaba perderse la cena,
tal como lo hicieron ese día Lola y Antonio con el almuerzo… ¡ellos los habían
inspirado!
Estaban de lo
más entusiasmados quitándose la ropa entre besos, abrazos y una que otra
palabrita melosa; se echaron en la cama para amarse como deseaban… hasta que
salieron de debajo de ella, como ratas chillando, los cuatro Gallardo: Anita,
Juancito, Salvador y Santiago. Estaban allí, ocultos de las hermanitas De
Sousa, porque jugaban a las “escondidas”. Los niños, en su huida, se detuvieron
en la puerta, volteándose a ver a los abuelos. Bajaron las escaleras a toda
voz, gritando
—¡Los abuelos
están jugando desnudos! ¡Los abuelos están jugando desnudos! —lo repetían una y
otra vez, hasta el cansancio; se desgañitaban mientras echaban risotadas.
“Y así, el
‘secreto’ de la habitación quedó al descubierto… ¡y los niños testigos!”
Los diálogos me parecen bien logrados y la descripción de las escenas las haces normales. Que desenlace, no faltara a quien le haya pasado algo parecido. Lola y sus enrredos pican y se extienden...
ResponderEliminarGracias Néstor, enfilándome hacia el final!
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