viernes, 8 de abril de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (39) TRÁGAME TIERRA!



“Cuando la privacidad se encuentra con los niños curiosos, solo queda gritar: ¡trágame tierra!”

Entraron en la habitación de Lola e inmediatamente se dispusieron a desvestir a Antonio. No fue fácil; fue como desprenderle la piel. El traje estaba incrustado. Después de mucho halar, de aquí y de allá, lograron zafarlo de esa tortura, entre un quejido y algún otro alarido del infortunado. Doña Ana ofreció a su yerno una bolsa de agua caliente o fría, según él prefiriera, para ayudarle a aliviar el dolor. Pero él se negó rotundamente; alegaba que la trituración había sido suficiente como para venir ahora a pretender congelárselas o sancochárselas… ¡no faltaba más!, protestó

—Bueno, ¡como quieras! Pero que les quede claro que a mí no me engañan, ¡yo no me chupo el dedo! —les alertó Doña Ana, medio enfadada

—¿De qué engaño hablas, madre? —le preguntó desconcertada Lola. Pero Antonio sí sabía por dónde venía la cosa, poniendo cara de pendejo como si no supiera nada

—Sé que toda esta payasada del traje de gánster, de tu difunto marido Fernando, fue para distraernos de la preocupación y enojo. Ustedes se perdieron de vista, pero muy bien sabíamos dónde estaban. Debo reconocer que les salió muy bien, gracias a la burla de las tías Matilde e Isabel… de otro modo, ¡estarían ustedes en problemas! —le contestó la madre, subiendo el tono de voz. Lola le iba a responder para tratar de justificarse, pero Antonio le hizo señas con los ojos, poniéndose el dedo en la boca, señalándole que guardara silencio. Lola captó la seña de inmediato y calló, bajando la mirada, mostrando aceptación a las palabras de su madre y el debido respeto

—Oye, Lola, soy una madre moderna; entiendo que no eres ninguna niña, ni tampoco doncella. Sé que se aman mucho y les ronda la pasión, y está bien, no me opongo, ¡pero hagan las cosas bien hechas! Otra cosa, no me gustan que los hijos “asistan” a la boda de los padres; así que planifiquen su relación como adultos que son, ¡carajo! Les advierto, no quiero sorpresas; hace ya una década que inventaron las pastillas anticonceptivas… ¡úsenlas! —habló bien enojada Doña Ana, regañando a esos tórtolos como si fuesen adolescentes

—¿Y serán efectivas? Bueno, pregunto yo, pues las inventaron los mexicanos… ¡y ellos son un montón! —con la única intención de romper la tensión del momento, le preguntó muy serio Antonio a su suegra, mirando a Lola, quien abrió los ojos desmesuradamente ante el atrevimiento de su amado con esa intervención

—Muy gracioso, Antonio, ¿qué tal si lo averiguan? ¡Úsenlas!… Saben que Luis no soporta la idea de la venida de un hijo sin la bendición de la Iglesia, o sea, sin boda previa… ¿les quedó claro? —puntualizó Doña Ana, poniendo fin a la conversación

Salió de esa habitación y se metió en la de ella. Allí estaba su marido, esperando las noticias que su mujer le traería

—¿Cómo te fue? —le preguntó él a ella

—Como era de esperarse: ella calladita y él feliz de que se supiera todo, se quitó un peso de encima. Seguro así se siente más cómodo, sin necesidad de engañar ni payasear, ¡supongo! —le contestó ella abrazando a su marido

—Conociendo la fertilidad de Lola y el ímpetu del otro, me atrevería a decir que el “cuatro de ocho” ya está anidando en el vientre de nuestra hija, ¡qué buena vaina! —le dijo Don Luis a ella, sin preocupación alguna, con una sonrisa dulce en los labios. Le gustaba que la familia fuese numerosa y Lola se la había proporcionado. Los dos se miraron y sonrieron; apretaron el abrazo y se besaron

—Tranquilo, esposo mío, yo me encargo de que ellos hoy mismo fijen la fecha exacta de la boda. Todo saldrá bien, ¡como siempre! —le dijo Doña Ana mirándolo a los ojos, con una mirada llena de amor y ¡mucho antojo! Este par tenía toda la intención de desaparecerse de vista por un buen rato. No les importaba perderse la cena, tal como lo hicieron ese día Lola y Antonio con el almuerzo… ¡ellos los habían inspirado!

Estaban de lo más entusiasmados quitándose la ropa entre besos, abrazos y una que otra palabrita melosa; se echaron en la cama para amarse como deseaban… hasta que salieron de debajo de ella, como ratas chillando, los cuatro Gallardo: Anita, Juancito, Salvador y Santiago. Estaban allí, ocultos de las hermanitas De Sousa, porque jugaban a las “escondidas”. Los niños, en su huida, se detuvieron en la puerta, volteándose a ver a los abuelos. Bajaron las escaleras a toda voz, gritando

—¡Los abuelos están jugando desnudos! ¡Los abuelos están jugando desnudos! —lo repetían una y otra vez, hasta el cansancio; se desgañitaban mientras echaban risotadas.

“Y así, el ‘secreto’ de la habitación quedó al descubierto… ¡y los niños testigos!”


NOTA: La foto que ilustra este relato fue obtenido de "Imágenes" de Google; se desconoce su autor o propietario: a ellos los méritos y derechos que correspondan.

2 comentarios:

  1. Los diálogos me parecen bien logrados y la descripción de las escenas las haces normales. Que desenlace, no faltara a quien le haya pasado algo parecido. Lola y sus enrredos pican y se extienden...

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