Abrió la puerta de su casa, con la esperanza de que ése día fuese diferente… y encontrase calor. La luz de la cocina estaba encendida, allí estaba su esposo… como todos los días.
- Hola querido – se le acercó ella cariñosamente para saludarle con un beso y un abrazo- cómo estuvo tu día?
- Bien… como todos. Contestó él, recibiendo el beso y abrazo de su mujer con indiferencia… casi con desdeño.
- Llegué temprano y ya comí algo… me recuesto a leer… y luego me duermo.
Pronunció aquellas palabras con la apatía que le era propia. Ella – acostumbrada a su desamor – lo vio alejarse, casi en penumbras, escaleras arriba, directo a la habitación. Eso no era nuevo. Los largos años del matrimonio habían transcurridos de esa triste manera. El no quería… se dejaba querer… y siempre con desgano. Siendo ella una mujer amorosa y apasionada, lo había intentado todo para darle vida a ese matrimonio, desde hablar… hasta actuar, y nada!
Se quedó allí parada, pálida y desconsolada. Secó las lágrimas que se escurrían por su cara… ya a eso estaba acostumbrada, a esa tristeza y soledad en el alma… eso ella consideraba y cuán engañada estaba!
Habiéndose desprovisto de su pesado ropaje, dejó al descubierto su menuda y grácil figura. Procedió, como era la costumbre adquirida en los últimos años… en que la tecnología le brindaba su única compañía, a sentarse frente a su ordenador. Allí estaba ella, observando ése aparato que se había convertido en su amigo y confidente; que le daba esperanzas y valentía para continuar en ésta vida con algo de amor y alegrías. Aún con la habitación en penumbras, su belleza se realzaba. Su piel, blanca como la leche mezclada con la miel, y su cabello… rubio como el trigo maduro, enmarcaban ese fino y bello rostro que la caracterizaba. Lo único que desentonaba en esa natural belleza… eran sus labios; a pesar de su tristeza, ella insistía en mostrar una sonrisa y, ésta… parecía una mueca!
Se acomodó bien en su silla… largas horas allí habría de pasar. Como de costumbre, leyó sus correos, acudió al chateo, contestó y envió mensajes, hasta que ese hombre la contactó de nuevo… y allí se enganchó. Ese hombre… era especial en su vida; los últimos dos años muchas cosas eran la que compartían; tenían actividades y gustos afines; era un caballero atento y romántico… que llenaba su vida de sueños y fantasías. Con el transcurrir del tiempo la relación se estrechaba… eran amigos… amantes en sintonía! Ella se resistía, o por lo menos lo intentaba… pero no lo lograba, él satisfacía todas sus carestías. A pesar de que estaba a un punto distante de la red, él… con sus palabras dulces y apasionadas, de comprensión y consideración… lograba emocionarla; toda su piel se erizaba y ella, por dentro, se derretía.
Ninguna historia de amor y pasión está completa, sin atardeceres y caminata por la playa; y la de ellos… no fue la excepción. A contraposición de la delicada figura de ella, él era muy alto y fuerte, lo sabía él… y abusaba de ello; la alzaba, de vez en cuando, por los aires… agitando su falda contra el viento… haciendo que ella se desarmara de la risa, así era su contento. Era tal la felicidad que llenaba esas almas, que en vez de una historia… parecía un cuento!
Corta primavera... anticipado verano. Como era costumbre por esos lares, cenaron en terraza descubierta... acariciados por la brisa del mar y bajo la luz de las estrellas... y también de las velas. Caída la noche, entre copas de vinos y sonrisas, entraron en la habitación… que durante largas horas sería su nido de amor. Tras cerrar la puerta, quedó uno frente al otro. Se apagaron las sonrisas y se encendieron las miradas… ya no había vuelta atrás. Se unirían en una danza de amor y placer, sin remordimientos ni arrepentimientos…sin malicia, más allá del amanecer .El amor y la pasión se volvió lujuria… sus cuerpos olían a sexo. Fue un día y dos noches… de amor desesperado.
La celebración al amor, la pasión y la alegría… había llegado a su fin. Sin tristeza ni promesa alguna… se despidieron esos dos seres; dejarían al destino escribir el final de esa historia. Sus manos y bocas besaron mutuamente, con ternura y agradecimiento… por el amor encontrado.
Al entrar ella por la puerta de su casa… era otra. Lo hizo con los hombros erguidos y la mirada alta. Nunca más mendigaría amor a su marido. Allí ella estaba… si la quería amar, ella le correspondería; sino… no importaba, había sido tan amada esos dos dias... que la felicidad la acompañaría hasta el fin de sus días.