“Cuando el ‘bla, bla, bla’ se
vuelve música de fondo, el corazón aprende a escuchar lo importante.”
Doña Ana estaba
acostada en su cama, nada le dolía… ¡solo el alma! Había estado llorando toda
la tarde. No se había dado cuenta de que sus hijas ya eran unas señoritas
casaderas… hasta esa mañana, ¡las creía aún niñas! Estaban enamoradas de los
Santamaría, precisamente de ellos; no podían ser otros, sino ellos… que eran
una familia de viajeros. Se la pasaban viaja que viaja, por los negocios poco
compartían en familia; estaban más tiempo separados que juntos. Se robarían a
sus niñas, las separarían de ellos… ¡desmembrarían a la familia! ¿Y sus nietos?
¡Se los llevarían también, qué desgracia!
Al pensar en
todo esto, recorría en su mente su casa. Imaginaba los cuartos vacíos y en
silencio; la cocina quieta, sin que se oyera un cubierto o una taza. Y los
jardines… ¿quiénes jugarían en ellos? ¿Quiénes recogerían las flores y los
frutos? ¿Y la hacienda… quiénes ayudarían a Luis a administrarla, a sacar las
cuentas? ¡Nadie, porque todas ellas, con los niños, se irían!
Ya lágrimas no
le quedaban y la resignación se le encimaba, cuando a la habitación entraron su
hermana y cuñada.
—Vamos, Ana,
esto es lo más egoísta que he visto en mi vida… ¡y tú no eres así! ¿Qué pasa
contigo? —le reclamó Matilde a su hermana, sentándose también a su lado, por el
otro lado de la cama.
—¿Qué pasa, Ana?
¡Estás pasada de pendeja! —le dijo su cuñada Isabel, sentándose a su lado y
poniendo en sus manos una taza de café con leche caliente y cremoso, como a
ella le gustaba—. Presta atención, estás ahogándote en un vaso de agua; la
mayoría de las veces las cosas no suceden como las pensamos, sino todo lo
contrario. No te anticipes, deja que las cosas sucedan para que puedas hacerles
real frente. Además, no es justo: las muchachas querían sorprenderte con algo
que ellas pensaban iba a ser maravilloso y, estúpidamente, se ha vuelto una
tragedia. Apóyalas, disfruta con ellas el presente… ¡ya se verá qué pasa
mañana!
Doña Ana dejó
que siguieran hablando, pero ella seguía absorta en sus pensamientos, en el
sentimiento de abandono que la embargaba. Solo escuchaba un bla, bla, bla… pero
no oía nada.
Los monólogos de
la hermana y la cuñada fueron interrumpidos por Doña Blanca, que vino a
avisarle que abajo se encontraban Don Antonio y sus padres, que a ella querían
hablarle. Doña Ana cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, apoyándola
contra la cabecera de la cama, sin disimular el fastidio que ello le daba.
—Lo que me
faltaba, más bla, bla, bla… y, a mí, ¡no me interesa oírlos para nada! —exclamó
evidentemente molesta.
Doña Matilde dio
instrucciones a Doña Blanca de que les informara que, en un momento, ella
bajaría y los atendería. De inmediato, y con la ayuda de Doña Isabel, se dio a
la tarea de animarla para que se arreglara y reuniera con ellos. Así se hizo.
Cuando Doña Ana
bajaba las escaleras, Antonio la alcanzó y le dijo algo al oído. Ella dibujó
una amplia sonrisa, iluminándosele el rostro. Se asió de su brazo y bajaron los
dos juntitos. Olvidó por un momento su amargura y saludó amable y cariñosamente
a los visitantes: eran sus amigos de toda la vida, debía mantener eso presente
en su mente.
—Espero nos
disculpen por venir sin avisar, pero Antonio nos comentó de lo aquí sucedido… y
sentimos que estamos obligados a aclarar ciertos asuntos; de esta manera
pensamos que las cosas serán apreciadas desde otro punto de vista —inició la
conversación la madre de Antonio, de manera amable y prudente.
Guardó silencio
cuando hizo acto de presencia Don Luis, quien saludó y se sentó junto a su
mujer, tomándose de las manos. Los dos presentaban signos de cansancio… y de
haber llorado, mucho; estaban con los hombros caídos, encorvados, deprimidos.
Inmediatamente
tomó la palabra el padre, quien intentó enaltecer a sus hijos para presentarlos
como buenos candidatos para las muchachas: que si eran trabajadores; que si
eran graduados de la prestigiosa y antigua Universidad Central, ahora
Complutense, ubicada en la Moncloa, Madrid; que si los muchachos residían en
una villa decente frente al campus; que si esto, que si aquello y que si
patatín o patatán, puro bla, bla, bla, bla…
Don Luis y Doña
Ana los miraban, los escuchaban… pero ninguno de los dos prestaba atención. Sus
mentes se concentraban en una sola cosa: se enfrentaban a algo para lo cual no
estaban preparados… ¡la soledad!
Ambos echaron un
largo suspiro, se miraron apretándose las manos. Sin mediar entre ellos palabra
alguna, se dijeron todo, llegaron a un acuerdo… ¡la resignación era la salida!
“Entre suspiros y cafés, aprendemos que la resignación puede ser muy entretenida.”
Tienes un don, y lo disfruto mucho, con alegría, añoranza y expectativa de su futuro para ti, para mi y para mis hijos. Gracias Madre, encuentro júbilo en saber que disfrutas ésto, y que de una forma u otra, te da libertad para moverte, pensar y andar en donde has estado, en donde habrías estado y donde quizás nunca estés. Besos. Gracias por la dedicatoria, significa mucho para mi también y en particular me es grato que signifique mucho para ti.
ResponderEliminarGRACIAS HIJO! Creo que decirte algo màs sobra y que cualquier palabra se quedarìa corta para expresar las emociones que tù despiertas en mì y mis sentimientos hacia tì...gracias por existir, por ser como eres... y, sobre todo, gracias a Dios por haberme bendecido con un hijo como tù!
ResponderEliminarPD// por si acaso tus hermanos llegan a leer esto... ellos tambièn son una gran bendiciòn de Dios!!! jejeje
Muchas gracias por incluirme en la dedicatoria, me honra estar mencionada aqui, además con cada Capítulo mi fidelidad aumenta y sé que algún día muchisima gente leerá esta novela y espero que no se equivoquen en la imprenta escribiendo mi nombre :)
ResponderEliminarjejeje Por nada cariño, mereces esto y mucho más. Soy una aprendiz, pero si algún día sucede un milagro... puedes estar segura que yo me encargaré de que tu bello nombre sea bien escrito... júralo, que así será! besos!!!!
ResponderEliminarNo se me pongan sentimentales, animo!!! jejeje. Lo importante es que todos disfrutamos y somos felices. La soledad, es relativa, los hijos se casan, pero las angustias continuan, y ahora vienen los nietos y eso produce otras emociones. Esa etapa es muy bella, yo la vivo con 5 nietas,me ilusiona compartir con ellos(as). Con estos medios moderno podemos compartir y fortalecer vínculos. ANIMO!!!
ResponderEliminarjejeje Así es Néstor, eso lo sabemos todos los que hemos pasado por eso; pero, los que los estan experimentando por primera vez... fin de mundo! Esa descendencia tuya... cinco nietas, debe ser hermoso contemplar una foto de todas ellas juntas... otra historia para contar! Te felicito.
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