viernes, 15 de abril de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (45) LOS ZALAMEROS


“Doña Ana bajó la guardia… ¡y los Santamaría la tenían bailando en la palma de su mano!”

Los preparativos de la boda de Lola y Antonio marchaban bien. Doña Cándida, la modista, entraba y salía a cada rato haciendo pruebas y ajustando. Lola había tomado la responsabilidad de los preparativos junto con su prometido, que se había tomado a pecho la ceremonia y participaba con gran entusiasmo. Esto le vino como anillo al dedo a Doña Ana, pues el asunto de los enamoramientos de Márgara y Ana Isabel la tenían muy apagada, completamente apática. También delegó en las muchachas lo de la cena de bienvenida a los Santamaría, pues si ellas eran suficientemente mujeres para tener “novios”, también lo serían para encargarse de esos asuntos domésticos.

¡Que fueran practicando!, les había dicho, como si se tratase de un castigo. Pensó que se molestarían, pero, qué va, ellas encantadas, lo hacían con mucha alegría. ¡Otro tiro por la culata que le salía a Doña Ana!

Abatida como estaba, se recluyó en su habitación, no la necesitaban. Acostada en la cama cavilaba sobre el asunto; sabía que no tenía ni derechos ni motivos para sentirse así, pero así se sentía: traicionada y abandonada… ¡como un trapo viejo apartada! De esta manera, golpeada en su ego y sin hacer absolutamente nada, fue como se le metió en la cabeza un plan para sabotear la cena.

Haría todo lo posible para deslucir a los muchachos ante sus hijas, a ver si estas se decepcionaban y volvían a sus andadas. Una cosa que no les permitiría por nada era que abandonasen sus estudios en la universidad: de la preparación de ellas dependía, ahora, el negocio familiar y, a futuro, su estabilidad personal. No quería que siguiesen los pasos de ella y su hermana Lola: solo parir y criar. No, ahora las mujeres tenían muchas puertas abiertas; los tiempos habían cambiado y ellas se hacían de profesiones y entraban al campo laboral y, con las pastillas anticonceptivas… ¡ni hablar, completa libertad!

Cómo le hubiera gustado a ella tener esa oportunidad. Se arreglaba, quería quedar muy hermosa para impresionar a los rufianes que venían a robarles a sus hijas y, encima, les tenía que dar de comer y beber. Doña Ana pensaba y pensaba… y no pensaba bien; solo pensaba en cómo fastidiar a los muchachos, guiada por sus celos de madre.

—Amor, ¡estás muy hermosa! Los Santamaría deberán fijarse bien, pues pareces otra de las muchachas. Jamás pensarán que eres la suegra —le dijo Don Luis acariciando el rostro de su mujer y mirándola como él solo podía hacerlo—. Pero algo te digo: no has pronunciado una sola palabra en todo el día y, por tu mirada, sé que traes algo en mente… ¡yo no daría ni un centavo por esos pensamientos!

Listos como estaban, Don Luis puso galantemente su brazo para que su amada de él se asiera; bajaron juntos las escaleras. Apenas los vieron, los tres Santamaría se acercaron a ellos. Doña Ana los miró muy seria, estaba dispuesta a dar la batalla y, ¡con una mirada acérrima les anunciaba el inicio de la guerra! Pero ellos, a eso, no le hicieron ningún caso, estaban prevenidos, ya esperaban esa reacción y tenían sus propios planes: conquistar a la suegra… ¡a como diera lugar!

Antonio sonreía, bien la conocía y le constaba su bondad; esa máscara de mujer dura y despiadada caería sin dificultad. Cedió a sus hermanos el protagonismo de la noche; nada diría a su suegra de lo hermosa que la observaba.

Gabriel y Alejandro Santamaría, en franca conspiración con Márgara y Ana Isabel, no se despegaron de Doña Ana. No hubo palabras de halago que no pronunciaran… y muy dulcemente. Con humildad y respeto, prodigaron a su suegra todo tipo de atenciones, como la reina que era, la madre de sus princesas.

La llenaron de obsequios: perfumes de Francia, mantillas de España, manteles bordados de Portugal, perlas negras de Tailandia y finas sedas de Marruecos. A Don Luis le trajeron tabaco rubio inglés y vinos italianos y franceses… y el más fino güisqui escocés.

Márgara y Ana Isabel sonreían, el plan estaba dando resultado: sus padres estaban animados, abrumados con las atenciones, muy contentos y relajados. Doña Ana bajaba la guardia, era imposible no hacerlo. Los Santamaría se los habían metido en los bolsillos, ¡los tenían comiendo en las palmas de sus manos!

Eran hábiles en el arte de la conversación, muy gentiles y dulces… y tan guapos como Antonio. Doña Ana y Don Luis no eran pendejos, estaban conscientes de que esa zalamería tenía un claro objetivo: conquistarlos a ellos para quedarse con las hijas. ¡Y lo habían logrado!

Hubo un momento en que se quedaron solos. Se miraron el uno al otro:

—Ahora, ¿Qué piensas, amor? ¿Aún sigues con ellos disgustada? —le preguntó Don Luis a Doña Ana, mientras le besaba las manos.

—A ti no te puedo mentir. Sabes que lograron conquistarme, son encantadores. Y si eso fue conmigo, que soy su suegra, ¡imagínate cómo las habrán enamorado a ellas! —le contestó a su marido con serenidad y dulzura—. Serán muy buenos esposos, no me queda la menor duda de ello.

Antonio y Lola los observaban de lejos, vieron sus caras aliviadas e iluminadas. La tormenta había pasado y ellos podrían continuar sus planes de boda sin ninguna sombra que la opacara… ¡su felicidad continuaba!

“Doña Ana: vencida pero feliz; los Santamaría: genios de la diplomacia familiar.”


NOTA: La foto que ilustra este relato fue obtenido de "Imágenes" de Google; se desconoce su autor o propietario: a ellos los méritos y derechos que correspondan.

4 comentarios:

  1. Capitulo hermoso y encantador, al final hasta el lector suspira aliviado !
    Me encantó!

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  2. Gracias Rumi, no te pongas brava conmigo cuando llegue el final... está a unos escasos capítulos. Besos.

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  3. Caramba, que suerte la de Don Luis y Doña Ana, mejor ni hablo, jajaja. Lo bueno de estos Enredos es que uno piensa en los propios y hace que el lector participe, esa es una virtud de la Escritora. UNA CURIOSIDAD: DE DONDE SACAS ESAS FOTOS?

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  4. Hola Néstor! gracias por el comentario. Salvo que haga una aclaratoria al pie del relato, las fotografías son "cortesía" de Google, son imágenes bajadas de la internet, de las cuales se desconocen o desconozco, autor y propietario... circulan sin protección. A veces tardo más buscando una imágen para ilustrar el relato que escribiendo el ralato mismo, pero creo que el esfuerzo vale la pena!

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