“Doña Ana bajó la guardia… ¡y
los Santamaría la tenían bailando en la palma de su mano!”
Los preparativos de la
boda de Lola y Antonio marchaban bien. Doña Cándida, la modista, entraba y
salía a cada rato haciendo pruebas y ajustando. Lola había tomado la
responsabilidad de los preparativos junto con su prometido, que se había tomado
a pecho la ceremonia y participaba con gran entusiasmo. Esto le vino como
anillo al dedo a Doña Ana, pues el asunto de los enamoramientos de Márgara y
Ana Isabel la tenían muy apagada, completamente apática. También delegó en las
muchachas lo de la cena de bienvenida a los Santamaría, pues si ellas eran
suficientemente mujeres para tener “novios”, también lo serían para encargarse
de esos asuntos domésticos.
¡Que fueran
practicando!, les había dicho, como si se tratase de un castigo. Pensó que se
molestarían, pero, qué va, ellas encantadas, lo hacían con mucha alegría. ¡Otro
tiro por la culata que le salía a Doña Ana!
Abatida como estaba, se
recluyó en su habitación, no la necesitaban. Acostada en la cama cavilaba sobre
el asunto; sabía que no tenía ni derechos ni motivos para sentirse así, pero
así se sentía: traicionada y abandonada… ¡como un trapo viejo apartada! De esta
manera, golpeada en su ego y sin hacer absolutamente nada, fue como se le metió
en la cabeza un plan para sabotear la cena.
Haría todo lo posible
para deslucir a los muchachos ante sus hijas, a ver si estas se decepcionaban y
volvían a sus andadas. Una cosa que no les permitiría por nada era que
abandonasen sus estudios en la universidad: de la preparación de ellas
dependía, ahora, el negocio familiar y, a futuro, su estabilidad personal. No
quería que siguiesen los pasos de ella y su hermana Lola: solo parir y criar.
No, ahora las mujeres tenían muchas puertas abiertas; los tiempos habían
cambiado y ellas se hacían de profesiones y entraban al campo laboral y, con
las pastillas anticonceptivas… ¡ni hablar, completa libertad!
Cómo le hubiera gustado
a ella tener esa oportunidad. Se arreglaba, quería quedar muy hermosa para
impresionar a los rufianes que venían a robarles a sus hijas y, encima, les
tenía que dar de comer y beber. Doña Ana pensaba y pensaba… y no pensaba bien; solo
pensaba en cómo fastidiar a los muchachos, guiada por sus celos de madre.
—Amor, ¡estás muy
hermosa! Los Santamaría deberán fijarse bien, pues pareces otra de las
muchachas. Jamás pensarán que eres la suegra —le dijo Don Luis acariciando el
rostro de su mujer y mirándola como él solo podía hacerlo—. Pero algo te digo:
no has pronunciado una sola palabra en todo el día y, por tu mirada, sé que
traes algo en mente… ¡yo no daría ni un centavo por esos pensamientos!
Listos como estaban, Don
Luis puso galantemente su brazo para que su amada de él se asiera; bajaron
juntos las escaleras. Apenas los vieron, los tres Santamaría se acercaron a
ellos. Doña Ana los miró muy seria, estaba dispuesta a dar la batalla y, ¡con una
mirada acérrima les anunciaba el inicio de la guerra! Pero ellos, a eso, no le
hicieron ningún caso, estaban prevenidos, ya esperaban esa reacción y tenían
sus propios planes: conquistar a la suegra… ¡a como diera lugar!
Antonio sonreía, bien la
conocía y le constaba su bondad; esa máscara de mujer dura y despiadada caería
sin dificultad. Cedió a sus hermanos el protagonismo de la noche; nada diría a
su suegra de lo hermosa que la observaba.
Gabriel y Alejandro
Santamaría, en franca conspiración con Márgara y Ana Isabel, no se despegaron
de Doña Ana. No hubo palabras de halago que no pronunciaran… y muy dulcemente.
Con humildad y respeto, prodigaron a su suegra todo tipo de atenciones, como la
reina que era, la madre de sus princesas.
La llenaron de
obsequios: perfumes de Francia, mantillas de España, manteles bordados de
Portugal, perlas negras de Tailandia y finas sedas de Marruecos. A Don Luis le
trajeron tabaco rubio inglés y vinos italianos y franceses… y el más fino
güisqui escocés.
Márgara y Ana Isabel
sonreían, el plan estaba dando resultado: sus padres estaban animados,
abrumados con las atenciones, muy contentos y relajados. Doña Ana bajaba la
guardia, era imposible no hacerlo. Los Santamaría se los habían metido en los
bolsillos, ¡los tenían comiendo en las palmas de sus manos!
Eran hábiles en el arte
de la conversación, muy gentiles y dulces… y tan guapos como Antonio. Doña Ana
y Don Luis no eran pendejos, estaban conscientes de que esa zalamería tenía un
claro objetivo: conquistarlos a ellos para quedarse con las hijas. ¡Y lo habían
logrado!
Hubo un momento en que
se quedaron solos. Se miraron el uno al otro:
—Ahora, ¿Qué piensas,
amor? ¿Aún sigues con ellos disgustada? —le preguntó Don Luis a Doña Ana,
mientras le besaba las manos.
—A ti no te puedo
mentir. Sabes que lograron conquistarme, son encantadores. Y si eso fue
conmigo, que soy su suegra, ¡imagínate cómo las habrán enamorado a ellas! —le
contestó a su marido con serenidad y dulzura—. Serán muy buenos esposos, no me
queda la menor duda de ello.
Antonio y Lola los
observaban de lejos, vieron sus caras aliviadas e iluminadas. La tormenta había
pasado y ellos podrían continuar sus planes de boda sin ninguna sombra que la
opacara… ¡su felicidad continuaba!
“Doña Ana: vencida pero
feliz; los Santamaría: genios de la diplomacia familiar.”
Capitulo hermoso y encantador, al final hasta el lector suspira aliviado !
ResponderEliminarMe encantó!
Gracias Rumi, no te pongas brava conmigo cuando llegue el final... está a unos escasos capítulos. Besos.
ResponderEliminarCaramba, que suerte la de Don Luis y Doña Ana, mejor ni hablo, jajaja. Lo bueno de estos Enredos es que uno piensa en los propios y hace que el lector participe, esa es una virtud de la Escritora. UNA CURIOSIDAD: DE DONDE SACAS ESAS FOTOS?
ResponderEliminarHola Néstor! gracias por el comentario. Salvo que haga una aclaratoria al pie del relato, las fotografías son "cortesía" de Google, son imágenes bajadas de la internet, de las cuales se desconocen o desconozco, autor y propietario... circulan sin protección. A veces tardo más buscando una imágen para ilustrar el relato que escribiendo el ralato mismo, pero creo que el esfuerzo vale la pena!
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