“La pasión prometía fuegos
artificiales… pero terminó en concierto de ronquidos.”
Quedaron solo
ellos tres: Antonio y Lola, sentados juntitos, e Irene Margarita, sentada al
lado de su cuñado. Hablaban de todo un poco y, un poco de todo, se reían.
—La he pasado
muy bien, pero debo irme; realmente estoy cansado y el camino a casa es largo.
Las quiero —dijo, dando un beso en la frente a Márgara y uno en la boca a
Lola—, pero ya me voy.
—Ni creas que te
voy a dejar ir a esta hora de la madrugada, ¡bebido y cansado como estás!
—protestó Lola—. Nada de eso; te quedas aquí. Yo duermo con Márgara y tú en mi
habitación.
—¿Y no puede ser
al revés, Márgara en tu habitación y tú conmigo? —dijo Antonio, mostrando una
sonrisita pícara y arqueando las cejas, cuestionándola. Ellas se rieron.
—¿Y por qué no
duermen en tu casa, Lola? —preguntó Márgara, aunque más que una pregunta, sonó
a sugerencia.
—¿Estás como
loca? ¿Será para que papá se moleste, y qué dirán las tías Matilde e Isabel?
No, que va… no me atrevo a desafiarlos de esa manera —dijo Lola, con palabras
que ni ella misma se creía.
—¿Qué pasa,
Lola? ¡No parecen cosas tuyas… ni que fueras una doncella! Si tú has sido más
transitada que el nuevo Viaducto Caracas–La Guaira, ¡ese que inauguró Pérez
Jiménez! —exclamó Márgara, asombrada por la tontería dicha por su hermana.
Antonio, al escuchar esto, no pudo evitar destornillarse de la risa. Márgara lo
acompañó con otra carcajada, hasta que Lola le dio un codazo, poniéndose brava.
—No te enojes,
amor, reconoce que hace gracia… —Antonio la abrazaba y besaba, pero ella no se
dejaba. Luego se quedó callada y también rió por lo que había dicho Márgara.
—¿Y si los
difuntos se molestan y me espantan? —preguntó Antonio, poniendo un poco seria
la cara.
—Te quedas con
la mujer y los hijos de ellos… ¿crees que se molestarán porque uses su cama? No
creo; más bien, pienso que te darían las gracias. ¡Cuidado si al amanecer no
encuentras que te llevaron el desayuno a la cama! —dijo Márgara, riéndose y
dándole un sacudón a Antonio.
—Anda, déjate de
pendejada, Lola; solo tienes que atravesar los jardines de la casa para llegar
a la tuya. Nadie se dará cuenta. El carro de Antonio está estacionado al otro
lado de la plaza, no lo observarán y pensarán que se fue. Si preguntan por ti,
diré que saliste a hacer unas diligencias temprano… te cubro hasta el mediodía,
¿les parece? —Cuando Márgara formuló la pregunta, Antonio y Lola ya se le
habían perdido de vista; ni siquiera esperaron a que terminara de hablar.
Márgara sonrió, se levantó y, entre bostezo y bostezo, se acostó.
Los tórtolos
recorrieron los jardines caminando apresurados, abrazados y, entre beso y beso,
sonreían; estaban felices, ¡por fin su amor se consumaría! Abrieron la gran
verja que comunicaba las dos casas por los jardines traseros. Entraron, se
fueron desvistiendo en el trayecto, entre besos y caricias… y uno que otro
tropezón, en los muebles, en la escalera, en cualquier lado, y, de cualquier
manera, no prestaban atención.
Llegaron a la
habitación extasiados, el uno con el otro; estaban serios y no dejaban de
mirarse a los ojos. Ella se acostó, él se le encimó, le besaba la cara, los
ojos, el cuello… La acomodó de medio lado, abrió sus piernas y colocó la suya
dentro de las de ella. La abrazó contra sí fuertemente, colocando su cara en su
pecho: la tibieza y el latir del corazón de su amada lograron lo inesperado… se
quedó profundamente dormido en los brazos de ella. Lola no se dio cuenta de
esto, pues, para ese momento… ¡hace rato que estaba con Morfeo!
—Lola, Lola,
¡Lolaaaaa…! —Márgara le llamaba en lo bajo desde la ventana, tirando
piedrecillas contra el vidrio.
Lola despertó
por los ruidos. Vio a su galán bellamente dormido, tanto como el brazo donde él
recostaba su cabeza. Le besó en la frente y en el cabello y, con mucho cuidado,
retiró su brazo y su pierna. Se vistió rápidamente y fue a abrirle a Márgara.
Esta entró rápido, como para no ser avistada.
—¿Qué pasa? ¿Por
qué tanta urgencia? —le inquirió Lola, toda extrañada.
—¿Qué pasa? ¡Que
ya es mediodía y… nada que das la cara! —contestó, algo enfadada.
—¿Mediodía?
—preguntó, soltando una carcajada—. Nos quedamos dormidos… realmente, ¡no pasó
nada!
—No me lo digas…
¿todo esto para nada? Y entonces, ¿qué haremos, te cubro otro tiempo? —le
preguntó.
—No creo
prudente abusar de la buena suerte. Cúbrenos solo una hora; tiempo suficiente
para bañarnos, vestirnos y desayunar… ¡no hace falta más! —dijo Lola con calma,
convencida de lo que decía.
—Está bien,
seguimos con el plan inicial —dijo Márgara, le dio un beso a su hermana y se
marchó con la misma prisa con la cual había llegado.
Lola se quedó
mirándola, viendo cómo se alejaba. Le dio gracias a Dios; ella era muy
afortunada. Preparó rápido un ligero desayuno y lo subió, poniéndolo cerca de
la cama… a ver si el olor a su amor lo despertaba, mientras ella se duchaba.
“Y así
nació una nueva leyenda en la familia: la noche de amor que nunca fue.”
Ayyyy no, por favor que despierte Antonio, porque eso de que siga tan dormido no me esta gustando y conociendo a la autora solo se puede esperar lo inesperado jejeje:)
ResponderEliminaraaajajajajaja Dios, tengo fama de sepulturera! aaajajajajaja Besos mi RUMI.
ResponderEliminarA Antonio le pasa algo grave, después que mata al tigre.... ¿SERÁ GAY? Yo me duermo, pero a posteriori.
ResponderEliminaraajajaj según los sexólogos el quedarse dormido antes o después... es la misma cosa!Así que... a tomar un buen café! jejejej
ResponderEliminarSegún tu comentario, para mi esos sexólogos
ResponderEliminartienen criterios equivocados,por que el que se duerme antes pierde.