“Si no hay chisme, lo inventa Isabel con acento
canario.”
A petición de Don José, la tía
Isabel contó otro relato de aparecidos, dejando consternados a los presentes,
salvo a Don Luis, quien también lo recordaba, corroborando la historia
espeluznante de cómo, en los solares aledaños donde jugaban de niños, siempre
aparecía una infanta vestida de blanco… transparente por completo. Los seguía a
dondequiera que ellos se encontraran y, cuando la miraban, se escondía tras un
arbusto o entre los teniques que por allí se hallaban. Esto no sucedió una o
dos veces, sino siempre que se reunían a jugar, hasta que vendieron la casa
para venirse a América. De niños, con la inocencia propia de la edad, no los
asustaba, pero ahora, recordando, ¡era otra vaina!
—Oye, Luis, ¿te acuerdas de lo
sucedido cuando fuimos a visitar al tío Pedro mientras estaba moribundo? —le
preguntó la tía Isabel a su hermano, quien de inmediato recordó el
escalofriante evento.
El tío Pedro había nacido y sido
criado en La Habana, cuando Cuba aún era colonia española. Siempre había sido
un buen tipo, pero de raras costumbres; decían que practicaba la santería,
aunque eso no les constaba. Isabel se disponía a contar que, mientras el tío
Pedro estaba echado sobre su cama, en los estertores de la muerte, al mismo
tiempo podían observar su figura diminuta, sentado sobre la cubierta de un
libro que reposaba en la mesilla de noche, observándolos serena y fijamente.
Pero a Don Luis no le dio tiempo ni siquiera de abrir la boca, pues fue
interrumpido por el cura Don José.
—Bueno, la conversación está de
lo más interesante, pero me marcho. Mañana debo oficiar temprano y no quiero,
por el trasnocho, asemejarme a alguno de estos espantos; además, quiero
aprovechar que Don Carlos y Doña Flor también se van, para que me den el
aventón hasta la casa parroquial —dijo Don José, levantándose y despidiéndose
de los presentes.
—Pero José, si la casa parroquial
te queda enfrente, solo debes cruzar la calle y atravesar la plaza… ¿para qué
necesitas el aventón en carro? —le preguntó Don Luis con sarcasmo.
—Por supuesto que se va en carro,
¿crees que en la oscuridad de la noche y después de los cuentos de espantos él
se atreverá a irse solo y caminando? ¡Será para que llegue a su casa blanco y
todo cagado! —dijo la tía Isabel, muerta de la risa—. A ver, José, levántate la
sotana, ¡seguro que estás todo chorreado!
Todos empezaron a reírse y le
preguntaron al cura si en verdad estaba asustado. Éste lo negó rotundamente,
pero no soltaba del brazo a Doña Flor, no fuera que esta se marchara dejándolo
ahí y tuviera que irse caminando solo y espelucado.
—Isabel, ¿es que tú no me
respetas? ¿No ves que soy un sacerdote? —le dijo Don José a la tía, con una
sonrisita, todo avergonzado. Lo de la lengua de Isabel no era ninguna
pendejada; a ella nadie se le escapaba… ¡y bien lo gozaba!
—Deja la cantaleta, José, que te
conocemos de toda la vida y, prácticamente, somos tu familia; además, no te
encuentras en la iglesia ni en faena eclesiástica alguna, así que, de Isabel,
¡no te salvas de ser otra víctima! —le dijo Don Luis, saliendo en defensa de su
hermana y sin contener la risa.
Se puso de pie, acompañando a su
cuñada, sus sobrinos y amigo hasta la puerta de la casa. Se despidieron
efusivamente, prometiendo verse al siguiente día. Don Luis le hizo señas a Ana
Isabel, indicándole que era hora de retirarse; él cargó a Anita y Ana Isabel a
Juancito, los dos dormidos. Se despidieron de las mujeres y de Antonio, quienes
continuarían su charla en la cocina, y a medida que subían las escaleras, iban
apagando las luces tras ellos.
—Cuéntanos, Isabel, ¿cómo están
tus hijas? Y tu marido, ¿por qué no vino contigo? —le preguntó Doña Ana, al
tiempo que le servía otro trago a su cuñada.
—¡Ah! Con Carmelo no cuento; él
dice que son sus hijas quienes tienen que ir a verlo. No le quito la razón,
pero lo cierto es que le tiene pánico al océano. ¡No se monta en un barco ni
que le regalen pesetas tiradas al viento! Él da la excusa de que debe cuidar de
los ingresos… ¡pues nada que hacer! En cuanto a las niñas, todas están muy
bien, gracias al Señor; de nada me quejo —hizo una pausa y tomó un sorbo del
vino recién servido—. Pero todos captaron que la tía Isabel se preparaba para
contar otro de sus relatos.
—Saben que Lucía está casada con
un italiano de la aristocracia… es un joven simpático, apuesto, deportista y
muy culto; a mí él me da mucha risa con sus ocurrencias. Fíjense, él mismo dice
que, si se hiciese un tatuaje de un Tridente, bien podría ser el propio dios
romano Neptuno o, si no hubiera sido gente, ¡un 250F, el Maserati más potente!
—dijo esto con una franca sonrisa y la mirada ausente, como hurgando recuerdos
dentro de su mente—. Él, de entrada, no cae bien porque presume mucho, parece
arrogante; pero, después que uno lo conoce bien, lo quiere. Realmente es… ¡un
jodedor de primera! Se llevan bien, son muy felices, ¡bendito sea Dios!
Todos se rieron de las
expresiones melodramáticas de la tía, tratando de imaginar al italiano nada
modesto, ese que ella dice ser simpático y buena gente, emergiendo desnudo del
mar como un dios poderoso o, en vez de extremidades, con cuatro ruedas deslizándose
por una pista de Fórmula Uno.
—Y a Pilar y a Candelaria, ¿cómo
les va a ellas? —preguntó Doña Matilde.
—¡Ah! Eso es harina de otro
costal. Pero me disculparán, les contaré mañana, estoy exhausta y me quiero
acostar —dijo, llevándose ambas manos a la cara, tratando de ocultar un gran
bostezo que denotaba su cansancio.
De manera inmediata, Doña Ana y
Doña Matilde la franquearon, asiéndola por los brazos, guiándola a su
habitación para que descansara bien. Antes de subir el primer escalón, la tía
Isabel se volteó y les dijo, tanto a Antonio como a Lola:
—Antes de irme,
quiero participar de la boda, así que me gustaría que habláramos mañana sobre
la fecha —les dijo, guiñándoles el ojo y echándoles un dulce beso al aire,
prosiguiendo su camino al lado de las anfitrionas.
“Ni los fantasmas, ni el
Maserati: lo que asusta de verdad es la lengua de Isabel.”
Ok este capitulo es como las cotufas en el cine, te hace querer mas y mas !
ResponderEliminarEspero con impaciencia el siguiente!
Hola Rumi, como tú sabes, el "Tridente" es el símbolo del Dios Romano Neptuno y también de los vehículos más potentes del mundo... Maserati... cómo quisiera tener uno en mis manos... puro poder! Razón tiene ese italiano en ser arrogante! jejeje Este es un capítulo de transición; uno de esos que nos conducen a algo... son necesarios, inevitables! Besos. TQM
ResponderEliminarTertulia famuiliar!!! Ana M, se te cayo la cédula, el maserati estuvo de moda por los años 50, jejeje.
ResponderEliminaraajaja así mismo el 250F... porque hoy en día se siguem ensamblando en el mismo lugar, Módena, Italia... y el modelo descapotado, todo lujo por dentro, que desarrolla una velocidad mayor a 250 km/h.... la Ferrari le fabrica un motor especial para ellos! tremendo nave, nunca pasaran de moda!!!
ResponderEliminar