domingo, 17 de abril de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (46) LA BODA


 “Cuando la perfección aburre, una caída siempre salva la fiesta.” 

El tiempo transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Sin darse cuenta, ya estaban casados. Antonio y Lola habían hecho su sueño realidad. Todos los familiares estaban a su derredor mientras el fotógrafo hacía malabares para tomar esa gran foto… una donde salieran los contrayentes y sus invitados especiales: los empleados y peones de la hacienda.

Lola estaba muy orgullosa de ellos, eran como de la familia, los conocía desde niña… algunos la vieron nacer. Todos estaban impecablemente trajeados con sus vestimentas típicas llaneras, como los novios. Todo era un relajo: que si los altos atrás, que si las mujeres sentadas y los niños en sus faldas. Después de un buen tiempo y mucho ajetreo, lo lograron: quedó perfecta… a decir del fotógrafo.

Luego vino la familiar, con el resto de los invitados; la misma vaina: que si pónganse aquí o pónganse allá. Total, después de muchas risas y alboroto, también la tomaron. Todos estaban contentos, todo se desarrollaba según lo planeado.

Abundancia de comida y bebida… y música con arpa, maracas y cuatro. No había espacio que no se impregnara del olor de la carne en vara. Oscurecía y se veía la candela y se oía el chasquido de la leña arder. Flores en abundancia, como la bebida que los embriagaba. Poco a poco se fue yendo la gente, bien porque lejos vivían o porque eran prudentes. Se fueron quedando los que allí pernoctarían.

Fue una boda generosa, espléndida… pero nada pretenciosa. Al final, solo quedaron tres mesas ocupadas. La de los nuevos esposos, con sus cuñados y cuñadas; cuchicheaban y reían a carcajadas. Hablaban de todo; se contaban chistes, algunos groseros, otros tontos… pero igual se reían como bobos. Estaban embriagados por el alcohol y por el amor… como dijo el poeta Rubén Darío: ¡juventud, divino tesoro!

En otra mesa estaban los hombres: entre ellos Don Luis, el cura Don José, el comunista Don Carlos, Emilio —esposo de Matilde— y el padre de los Santamaría. De lejos, pareciera que hablaban cosas serias, como asuntos de negocios; pero, qué va, estaban igual que los muchachos: jodiendo y pasando un buen rato. Se contaban esas cosas que no se pueden charlar delante de las esposas, pues los molerían a palos.

Una tercera mesa, donde las mujeres, ya descalzas, suspiraban de alivio por tener los pies hinchados.

—Los muchachos lograron sorprenderme, se encargaron de todo y todo lo hicieron bien —comentaba Doña Ana, llena de satisfacción y orgullo—. Fíjense qué bonita quedó la ceremonia. La capilla estaba muy iluminada por la suave luz de la mañana y fragante a jazmines y rosas, todas las flores blancas… ¡Ah! Y cuando entró Lola del brazo de mi Luis, tan guapo él, tan bella ella… y empezaron los niños del coro a cantar el Ave María… —Doña Ana dejó de hablar, las lágrimas le cortaron las palabras.

—Carajo, Ana, ya has visto a Lola entrar por la iglesia varias veces, ¿y todavía te emocionas? —le dijo la buscapleitos de Matilde, muerta de la risa.

—Hermana, te juro que nunca vi a Lola tan esplendorosa; su mirada era otra. Estoy segura de que, para ella, este es su primer matrimonio. ¡Esta vez se casó de mente, cuerpo y alma… se casó con Antonio, con su amor de toda la vida! —le contestó ella con una sonrisa de satisfacción.

—¿Se dieron cuenta de que Lola, en más de una ocasión, se ha llevado la mano al vientre volteando a mirar a Antonio y que este le devuelve una sonrisa cómplice? —preguntó la madre de Antonio, al tiempo que miraba a Doña Ana, como esperando respuesta de ella.

—¡Claro que me di cuenta!, ¿cómo no hacerlo?… si cuando ella se tocaba el vientre el semblante le cambiaba, se le llenaba de luz. Estoy segura de que ya mi octavo nieto viene en camino… ¡apuesto lo que sea! Además, no soy tonta, aunque me haga la pendeja, eso de que la modista tuviera que “ajustarle” el vestido tres veces… ¡no es pura coincidencia! —le respondió de lo más tranquila a su consuegra. Total, Lola no era ninguna doncella y, Don Luis y ella, ya se lo temían.

—¡Gracias a Dios! —exclamó la tía Isabel persignándose. Como todas se voltearon a verla muy intrigadas, ella se apresuró a aclarar—: Esta ha sido una boda perfecta. Nada faltó, vinieron todos los que tenían que venir, todo fue espléndido, cálido y hermoso. Reinó la alegría y la armonía. No hubo ni una discordia, ni un plato roto. Nadie se llevó nada… no falta ni una de las cucharillas de plata. Díganme ustedes: si no hubo pleitos, fallas ni alborotos… ¿qué puedo yo contar a los otros? ¡Nada, nada que chismear! Dios, te pido que la novia esté preñada… así, por lo menos, ¡no parecerá un cuento de hadas!

A Doña Matilde esto le pareció lo más sensato que alguna haya dicho; a ella tanta perfección le parecía aburrimiento y, por primera vez, tal impertinencia no había salido de su boca, sino de la tía Isabel.

De inmediato, se dirigió a la mesa de los hombres para chismosearles lo de la sospecha de embarazo de Lola, olvidándose de que estaba descalza. Pisó algo que le hirió el pie, haciéndole perder el equilibrio. Trató de sostenerse de la mesa, pero no lo logró. Cayó bruscamente al piso, de rodillas.

Del impacto, la falda y las enaguas fueron a parar a su espalda, dejando al descubierto sus blancas bragas, tan blancas como sus gordas nalgas. Todos lo vieron, para su desgracia. Aunque el curita Don José se apresuró a auxiliarla, ya de la burla no la salvaba ni la más fervorosa plegaria. Todos se reían de ella a carcajadas, aunque los caballeros trataban de ocultarlo tapando sus bocas con sus finos pochette, ¡igual de blancos!

—Gracias, Matilde, ahora sí puedo decir que yo me aseguraré… ¡de que esta boda no sea olvidada! —le gritó sarcásticamente la tía Isabel, mientras se levantaba de su asiento para hacerle creer que intentaba ayudarla, aunque en realidad grababa en su mente la escena… ¡para después contarla!

“Ni la bendición del cura ni el aroma de jazmines salvaron a Matilde del ridículo.”

 “Cuando la perfección aburre, una caída siempre salva la fiesta.” 

El tiempo transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Sin darse cuenta, ya estaban casados. Antonio y Lola habían hecho su sueño realidad. Todos los familiares estaban a su derredor mientras el fotógrafo hacía malabares para tomar esa gran foto… una donde salieran los contrayentes y sus invitados especiales: los empleados y peones de la hacienda.

Lola estaba muy orgullosa de ellos, eran como de la familia, los conocía desde niña… algunos la vieron nacer. Todos estaban impecablemente trajeados con sus vestimentas típicas llaneras, como los novios. Todo era un relajo: que si los altos atrás, que si las mujeres sentadas y los niños en sus faldas. Después de un buen tiempo y mucho ajetreo, lo lograron: quedó perfecta… a decir del fotógrafo.

Luego vino la familiar, con el resto de los invitados; la misma vaina: que si pónganse aquí o pónganse allá. Total, después de muchas risas y alboroto, también la tomaron. Todos estaban contentos, todo se desarrollaba según lo planeado.

Abundancia de comida y bebida… y música con arpa, maracas y cuatro. No había espacio que no se impregnara del olor de la carne en vara. Oscurecía y se veía la candela y se oía el chasquido de la leña arder. Flores en abundancia, como la bebida que los embriagaba. Poco a poco se fue yendo la gente, bien porque lejos vivían o porque eran prudentes. Se fueron quedando los que allí pernoctarían.

Fue una boda generosa, espléndida… pero nada pretenciosa. Al final, solo quedaron tres mesas ocupadas. La de los nuevos esposos, con sus cuñados y cuñadas; cuchicheaban y reían a carcajadas. Hablaban de todo; se contaban chistes, algunos groseros, otros tontos… pero igual se reían como bobos. Estaban embriagados por el alcohol y por el amor… como dijo el poeta Rubén Darío: ¡juventud, divino tesoro!

En otra mesa estaban los hombres: entre ellos Don Luis, el cura Don José, el comunista Don Carlos, Emilio —esposo de Matilde— y el padre de los Santamaría. De lejos, pareciera que hablaban cosas serias, como asuntos de negocios; pero, qué va, estaban igual que los muchachos: jodiendo y pasando un buen rato. Se contaban esas cosas que no se pueden charlar delante de las esposas, pues los molerían a palos.

Una tercera mesa, donde las mujeres, ya descalzas, suspiraban de alivio por tener los pies hinchados.

—Los muchachos lograron sorprenderme, se encargaron de todo y todo lo hicieron bien —comentaba Doña Ana, llena de satisfacción y orgullo—. Fíjense qué bonita quedó la ceremonia. La capilla estaba muy iluminada por la suave luz de la mañana y fragante a jazmines y rosas, todas las flores blancas… ¡Ah! Y cuando entró Lola del brazo de mi Luis, tan guapo él, tan bella ella… y empezaron los niños del coro a cantar el Ave María… —Doña Ana dejó de hablar, las lágrimas le cortaron las palabras.

—Carajo, Ana, ya has visto a Lola entrar por la iglesia varias veces, ¿y todavía te emocionas? —le dijo la buscapleitos de Matilde, muerta de la risa.

—Hermana, te juro que nunca vi a Lola tan esplendorosa; su mirada era otra. Estoy segura de que, para ella, este es su primer matrimonio. ¡Esta vez se casó de mente, cuerpo y alma… se casó con Antonio, con su amor de toda la vida! —le contestó ella con una sonrisa de satisfacción.

—¿Se dieron cuenta de que Lola, en más de una ocasión, se ha llevado la mano al vientre volteando a mirar a Antonio y que este le devuelve una sonrisa cómplice? —preguntó la madre de Antonio, al tiempo que miraba a Doña Ana, como esperando respuesta de ella.

—¡Claro que me di cuenta!, ¿cómo no hacerlo?… si cuando ella se tocaba el vientre el semblante le cambiaba, se le llenaba de luz. Estoy segura de que ya mi octavo nieto viene en camino… ¡apuesto lo que sea! Además, no soy tonta, aunque me haga la pendeja, eso de que la modista tuviera que “ajustarle” el vestido tres veces… ¡no es pura coincidencia! —le respondió de lo más tranquila a su consuegra. Total, Lola no era ninguna doncella y, Don Luis y ella, ya se lo temían.

—¡Gracias a Dios! —exclamó la tía Isabel persignándose. Como todas se voltearon a verla muy intrigadas, ella se apresuró a aclarar—: Esta ha sido una boda perfecta. Nada faltó, vinieron todos los que tenían que venir, todo fue espléndido, cálido y hermoso. Reinó la alegría y la armonía. No hubo ni una discordia, ni un plato roto. Nadie se llevó nada… no falta ni una de las cucharillas de plata. Díganme ustedes: si no hubo pleitos, fallas ni alborotos… ¿qué puedo yo contar a los otros? ¡Nada, nada que chismear! Dios, te pido que la novia esté preñada… así, por lo menos, ¡no parecerá un cuento de hadas!

A Doña Matilde esto le pareció lo más sensato que alguna haya dicho; a ella tanta perfección le parecía aburrimiento y, por primera vez, tal impertinencia no había salido de su boca, sino de la tía Isabel.

De inmediato, se dirigió a la mesa de los hombres para chismosearles lo de la sospecha de embarazo de Lola, olvidándose de que estaba descalza. Pisó algo que le hirió el pie, haciéndole perder el equilibrio. Trató de sostenerse de la mesa, pero no lo logró. Cayó bruscamente al piso, de rodillas.

Del impacto, la falda y las enaguas fueron a parar a su espalda, dejando al descubierto sus blancas bragas, tan blancas como sus gordas nalgas. Todos lo vieron, para su desgracia. Aunque el curita Don José se apresuró a auxiliarla, ya de la burla no la salvaba ni la más fervorosa plegaria. Todos se reían de ella a carcajadas, aunque los caballeros trataban de ocultarlo tapando sus bocas con sus finos pochette, ¡igual de blancos!

—Gracias, Matilde, ahora sí puedo decir que yo me aseguraré… ¡de que esta boda no sea olvidada! —le gritó sarcásticamente la tía Isabel, mientras se levantaba de su asiento para hacerle creer que intentaba ayudarla, aunque en realidad grababa en su mente la escena… ¡para después contarla!

“Ni la bendición del cura ni el aroma de jazmines salvaron a Matilde del ridículo.”


NOTA: La foto que ilustra este relato fue obtenido de "Imágenes" de Google; aparece en ella un nombre en manuscrito, se desconoce si es su autor o propietario: a ella los méritos y derechos que correspondan.

3 comentarios:

  1. Bueno, todo en calma. Aparte de la caída ningún borrachito ni nada. Todo en paz!!!Gracias a Dios.

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  2. Ufff esa fiesta se ve bueniiisima, tremenda rumba!

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  3. Ustedes tienen mente amplia, propias del siglo XXI... eso de que la novia se case preñada no tiene importancia! ajajaj A más de un padre, en el siglo pasado, le costó un infarto! Un gran abrazo a los dos.

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