“Si quieres mantener un
secreto en esta familia, ¡prepárate para Doña Cándida!”
Márgara subió
las escaleras refunfuñando y, tras ella, Ana Isabel. Doña Cándida tapaba su
rostro con sus manos, estaba apenada; si no fuera obesa, de seguro se hubiese
escondido bajo la mesa. Antonio se acercó a Lola y en el oído le dijo unas
palabras, lo mismo hizo Don Luis con Doña Ana. Ambas salieron, con pasos
apresurados, detrás de las muchachas. Doña Matilde y la tía Isabel fueron
rápido a la cocina a advertirle a Doña Teresa que se olvidara de lo del
brindis. Antonio se puso de pie y dio unas palmadas a su suegro en la espalda,
tratando de apaciguar su ánimo.
—Tómeselo con
calma, Don Luis, que no ha pasado ninguna desgracia; si Márgara y Gabriel en
realidad se aman, lo peor que pueda pasar es que la familia crezca y se una
más. Roguemos a Dios que así sea —dijo esto tomando suavemente la mano de Doña
Cándida, haciéndole una seña de que, con él, se marchara.
—¿A dónde vas,
Antonio? ¿Me vas a dejar solo con este zaperoco armado? —le dijo Don Luis, con
tono preocupado, a su yerno.
—Voy a mi casa,
debo sostener una charla con mis padres. Luego regreso… —le explicó con una
sonrisa y, con la mirada, le hizo un ruego de que mantuviera la calma.
Así lo hizo.
Prendió un habano y se fue a caminar por los jardines… cavilando sobre el
asunto de los nuevos tórtolos, pensando él ¡que eso sería todo!
En el cuarto de
Márgara, era otra vaina; ella estaba recostada sobre su cama, llorando como una
Magdalena. A su lado estaba sentada Ana Isabel, en silencio y cabizbaja; no la
consolaba ni decía ninguna palabra. Estaba pálida, muy asustada, pensando en lo
que diría su madre cuando lo de ella se enterara… Dos noticias al mismo tiempo
eran como mucho para Doña Ana, quien entró alterada, dando un portazo que se
escuchó hasta la otra cuadra.
—No entiendo en
qué les he fallado para que en mí no tengan confianza; aquí estoy yo, dispuesta
a escucharlas. ¡Díganmelo, pues… díganmelo en mi cara! —dijo encolerizada y
vuelta un mar de lágrimas.
Doña Ana se
sentó en la cama, al lado de Márgara, dándole palmadas en la nalga para que se
volteara y con ella se franqueara. Miró a Ana Isabel con extrañeza por la
actitud tan absorta que guardaba.
—¿Y a ti qué te
pasa, por qué tienes esa cara? ¡No me vayas a salir con que tú también te traes
una vaina! —le dijo su madre, más furiosa que soldado en batalla.
Aquí Lola
intervino. Se arrodilló frente a su madre; tomándola por los hombros, la arrimó
a ella, abrazándola.
—¡Cálmate,
madre, no nos has fallado en nada… eres la mejor de todas! Baja la guardia para
que puedas comprender lo que aquí pasa. Yo te lo contaré, por ellas hablaré —le
dijo al tiempo que acariciaba su rostro con dulzura, para que se tranquilizara.
—¡El colmo de
los colmos, tú sabías todo y también me lo ocultaste… qué desgracia! —se tapó
el rostro con sus manos y lloraba y lloraba, desconsoladamente, la pobre Doña
Ana.
—Madre, guarda
silencio, ¡no sentencies antes de juzgar! Si no te conté antes, es porque a mí
no me correspondía ese derecho. No se te ha ocultado nada de lo que debas
avergonzarte, nada malo aquí pasa. Tú sabes que los Santamaría son amigos de
nosotros desde la infancia; así fue como Antonio y yo nos enamoramos. Pues
bien, Ana Isabel y Márgara… también, ¡pero de Alejandro y Gabriel! Claro, como
ellas eran más chicas, no habían definido nada, pero la amistad continuó por
cartas… hasta que determinaron que sí, que sí estaban enamorados.
Ellas no te
anticiparon nada, querían hacer algo bonito cuando ellos llegaran; pero vino
Doña Cándida y zuaaas… ¡soltó la lengua!, no pudo quedarse callada. Claro, como
el marido trabaja en la Oficina de Correos, ¡de todo está enterada! Ves, madre,
no es ninguna tragedia; hasta bonito sería que ellos matrimonio contrajeran.
Así los Santamaría-Díaz serían una familia grande y unida… ¡nadie nos vencería!
—esto último lo dijo Lola en broma, a ver si a su madre una sonrisa le sacaba.
Pero Doña Ana,
ya calmada, para nada la escuchaba. Estaba ensimismada en sus pensamientos. No
podía quitarse la idea de lo desolada que quedaría su gran casa si todas sus
hijas se casaran y marcharan… ¡al mismo tiempo! ¿Y la algarabía de los nietos?
¿También los perderían?… eso, a su marido y a ella, ¡el alma desgarraría!
La pobre Doña
Ana estaba abatida, un duro golpe le habían asestado en el corazón sus niñas.
Tonta ella que pensaba en eso, en el futuro inminente… ¡cuando Dios tenía, para
ellos, otra cosa en mente!
“Amor joven, secretos viejos y un portazo que
retumba hasta la cuadra de al lado.”
jejeje que bochinche de familia, los tres hermanos con las tres hermanas :)
ResponderEliminarCapítulo corto pero se las trae !
besos
jejej aunque no lo creas... inspirada en la vida real!
ResponderEliminarVerga!!! Bueno que aprovechen para un trimatrimonio y se ahorran unos reales.Digame si una de esas niñas tiene un trompo enrrollao. Pobre suegro, sino le da un infarto es de broma,Jejeje
ResponderEliminarjejeje como todo padre... pensando en los reales!
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