sábado, 2 de abril de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (34) LOS ESPÍRITUS



“Juancito tiembla, Anita se burla y los fantasmas hacen su entrada triunfal.”

Todos estaban muy alegres esa noche. Celebraban la llegada de la tía Isabel y, gracias a su comentario sobre los niños, se develó el misterio de la profecía de Doña Rosaura, anticipando el anuncio de la boda de Don Antonio y Doña Lola.

Ana Isabel puso a sonar un long play en el tocadiscos. Ella y los niños estaban armando un alboroto: bailaban y reían con los abuelos y los comprometidos. Había suficientes excusas para el relajo. Cenaron con una charla amena y sin fin; dejaban de hablar de un tema y continuaban con otro. Hasta Don Carlos estaba muy sociable y simpático.

Después de cenar, y a medida que transcurría la noche, los ánimos se iban calmando; la tía Isabel tomaba el protagonismo, tal como se esperaba. Ella fue la única de la familia que no emigró. Cuando todos zarparon para América, vivía con su esposo y sus pequeñas hijas en el Sahara español, África. Al cabo de unos años regresaron a Las Palmas de Gran Canaria. Las hijas, al crecer, hicieron sus vidas en ciudades distantes a la residencia familiar, en el extranjero; por ello, la tía viajaba constantemente.

—¿Se acuerdan ustedes de las primas Carmen y Manuela, las hijas de Carmita y Domingo? —dijo esto mirando a Don Luis, Doña Ana y Doña Matilde—. Pues bien, Manuela, la menor, se casó con un comerciante adinerado, dueño de una gran fortuna. Antipático y avaro el hombre, pero respetuoso y trabajador; mientras que Carmen se casó con un oficial del ejército, sin bienes de fortuna y flojo como él solo, muy guapo, eso sí.

Cuando Carmen dio a luz a su quinto hijo, bellísimo como el padre, el marido de Manuela enfermó gravemente y, como ella tenía que hacerse cargo de los negocios de la familia mientras el marido se recuperaba, le pidió a su hermana que la ayudara a atenderlo y, a cambio, le ayudaba económicamente, así las dos estarían bien. Carmen aceptó, sin saber la desgracia que se le avecinaba.

— —En este punto, la tía Isabel hizo una pausa, tomó un sorbo del vino que había en su copa y observó a todos los presentes; se encontraba de pie, con una postura seria, casi dramática. Había logrado captar la atención de todos, quienes se habían acomodado en sus asientos para escuchar bien el cuento. Todos los niños estaban, a esa hora, acostados en sus camas y dormidos, menos Anita y Juancito, que estaban sentados en el suelo entre las piernas de sus abuelos.

—Pues bien, como les decía —prosiguió con su relato—, Carmen se levantaba de madrugada para atender los quehaceres de la casa y luego se iba a casa de su hermana para atender a su cuñado. Regresaba de noche tan cansada que, sin darse cuenta, descuidaba a su familia, sobre todo al bebé que para aquel entonces contaba con diez meses de nacido. Por atender al marido de su hermana, lo había destetado; ella no se percataba, pero el infante se desnutría y deshidrataba.

Entonces llegó el fatídico día —en este momento, todos se inclinaron un poco hacia adelante, como para escuchar mejor lo que la tía Isabel decía—: el cuñado murió y, al día siguiente, su bebé también falleció. Fue toda una desgracia; la familia no hallaba consuelo. Al pasar los meses, cuando volvía la calma, sucedió lo increíble.

Carmen estaba en la cocina de su casa, metiendo el carbón caliente en su plancha, pues acomodaba la ropa de la semana. Con ella estaban sus cuatro hijos, sentados en la mesa, cenando lo poco que su pobre madre podía darles. La casa, de paredes muy altas, solo estaba iluminada por las luces de las velas, calcando, sobre aquellas, las sombras de las siluetas de quienes allí estaban. —La tía Isabel, a medida que relataba, ponía una voz cada vez más grave y misteriosa, tanto que asustaba—.

De repente, Carmen se quedó en silencio, estupefacta, mirando fijamente lo alto de la pared que tenía enfrente. Era tan evidente el pánico en su rostro que sus hijos siguieron su mirada, solo para horrorizarse con lo que allí encontraron: la silueta del marido de su hermana cargando en brazos al infante, los dos fallecidos… ¡allí se encontraban!

Cuando terminó de decir esto, Anita buscó con la mirada a Juancito, porque sabía lo cobarde que era; solo le vio las piernas, pues estaba metido bajo la falda de Doña Ana y, caramba, cómo temblaba. Anita soltó una carcajada y se burló de él, llamándolo como siempre: ¡Juancito el cagao! Doña Ana abrazaba a Juancito para tranquilizarlo; miró a Don Luis y dijo:

—Hablando en serio, algo de eso sabemos; la hija mayor nos escribió una carta contándonos el suceso. Pobrecilla de Carmen, ¡qué mal la habrá pasado! —dijo Doña Ana, persignándose en el momento.

Doña Matilde, como cosa extraña, estaba muy seria y asentía con la cabeza, dándole crédito a las palabras. Don Antonio, Doña Lola y sus hermanas estaban impresionados; nunca habían escuchado cuentos reales de fantasmas. Igual actitud tenían Don Carlos y Doña Flor, que no dejaban de sobarse los brazos, pues tenían todos los vellos erizados.

—Qué vaina contigo, Isabel, mira que tenernos tanto rato escuchándote con atención, para que nos salgas con este cuento de aparecidos. ¡Tú jodes y lo demás es pendejera! —exclamó Don José, en señal de protesta.

—Les juro que no es mío el cuento; es un relato de lo que sucedió en su momento, contado por los que lo vivieron —dijo, llevándose los dedos en cruz a la boca, como corresponde a un serio juramento—. Entonces, José, ¿tú que eres cura no crees en las almas eternas? ¡Si te escuchan en el Vaticano, seguro que te excomulgan!

—Claro que creo, pero no que andan por ahí asustando a la gente como aparecidos y con lamentos… Por cierto, ¿no tienes otro cuento como ese que nos eches? —dijo Don José, rompiendo la tensión en el ambiente, y todos rieron del cinismo de éste.

“Enredos familiares + espíritus = ¡Netflix nos queda corto!”


NOTA: La foto que ilustra este relato fue obtenido de "Imágenes" de Google; se desconoce su autor o propietario: a ellos los méritos y derechos que correspondan.

9 comentarios:

  1. ¡Qué bueno!, las fotos son una maravilla. Un beso.

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  2. Hola Iratxe, gracias por tu comentario. Aprovecho para felicitarte por tu Blog, quedé encantada con él. También quiero señalarte que salvo que haga una indicación especial sobre la foto al pie del escrito, éstas las obtengo por cortesía de Google, circulan en Imágenes; desconociéndose autor o propietario, a ellos todos los méritos y derechos que correspondan.Sí, son una maravilla! Besos y abrazos. Gracias por leer mis letras.

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  3. Hola ,
    cada vez mas fascinante y original, me encanta como la trama da la vuelta y las historia tomas un giro diferente.

    EXCELENTE,
    Besos

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  4. La familia completa forma parte del elenco, por lo que veo.Y a nosotros, a los amigos de la escritora, nada!!! jejejeje

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  5. jejeje Néstor, con la singularidad que caracterizan los personajes de LOLA, si me inspiro en algún amig@...de seguro, la amistad pierdo! saludos, gracias por estar aquí!

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  6. Ya veo que hay otros personajes en tus relatos espero no confundirme o acordarme cuando lea sobre ellos más adelante.Bien.

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  7. Eso de los cuento de fantasmas me recuerda a un señor muy querido y amigo.Me parece verle la cara, narrando las historias de Puerto Cabello.

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  8. Así es Francisco, siempre en la famila los relatos -de muertos y fantasmas- han sido parte de los encuentros; todos, en ellos creemos! Un abrazo.

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