“Juancito tiembla, Anita se
burla y los fantasmas hacen su entrada triunfal.”
Todos estaban
muy alegres esa noche. Celebraban la llegada de la tía Isabel y, gracias a su
comentario sobre los niños, se develó el misterio de la profecía de Doña
Rosaura, anticipando el anuncio de la boda de Don Antonio y Doña Lola.
Ana Isabel puso
a sonar un long play en el tocadiscos. Ella y los niños estaban armando un
alboroto: bailaban y reían con los abuelos y los comprometidos. Había
suficientes excusas para el relajo. Cenaron con una charla amena y sin fin;
dejaban de hablar de un tema y continuaban con otro. Hasta Don Carlos estaba
muy sociable y simpático.
Después de
cenar, y a medida que transcurría la noche, los ánimos se iban calmando; la tía
Isabel tomaba el protagonismo, tal como se esperaba. Ella fue la única de la
familia que no emigró. Cuando todos zarparon para América, vivía con su esposo
y sus pequeñas hijas en el Sahara español, África. Al cabo de unos años
regresaron a Las Palmas de Gran Canaria. Las hijas, al crecer, hicieron sus
vidas en ciudades distantes a la residencia familiar, en el extranjero; por
ello, la tía viajaba constantemente.
—¿Se acuerdan
ustedes de las primas Carmen y Manuela, las hijas de Carmita y Domingo? —dijo
esto mirando a Don Luis, Doña Ana y Doña Matilde—. Pues bien, Manuela, la
menor, se casó con un comerciante adinerado, dueño de una gran fortuna.
Antipático y avaro el hombre, pero respetuoso y trabajador; mientras que Carmen
se casó con un oficial del ejército, sin bienes de fortuna y flojo como él
solo, muy guapo, eso sí.
Cuando Carmen
dio a luz a su quinto hijo, bellísimo como el padre, el marido de Manuela
enfermó gravemente y, como ella tenía que hacerse cargo de los negocios de la
familia mientras el marido se recuperaba, le pidió a su hermana que la ayudara
a atenderlo y, a cambio, le ayudaba económicamente, así las dos estarían bien.
Carmen aceptó, sin saber la desgracia que se le avecinaba.
— —En este
punto, la tía Isabel hizo una pausa, tomó un sorbo del vino que había en su
copa y observó a todos los presentes; se encontraba de pie, con una postura
seria, casi dramática. Había logrado captar la atención de todos, quienes se
habían acomodado en sus asientos para escuchar bien el cuento. Todos los niños
estaban, a esa hora, acostados en sus camas y dormidos, menos Anita y Juancito,
que estaban sentados en el suelo entre las piernas de sus abuelos.
—Pues bien, como
les decía —prosiguió con su relato—, Carmen se levantaba de madrugada para
atender los quehaceres de la casa y luego se iba a casa de su hermana para
atender a su cuñado. Regresaba de noche tan cansada que, sin darse cuenta,
descuidaba a su familia, sobre todo al bebé que para aquel entonces contaba con
diez meses de nacido. Por atender al marido de su hermana, lo había destetado;
ella no se percataba, pero el infante se desnutría y deshidrataba.
Entonces llegó
el fatídico día —en este momento, todos se inclinaron un poco hacia adelante,
como para escuchar mejor lo que la tía Isabel decía—: el cuñado murió y, al día
siguiente, su bebé también falleció. Fue toda una desgracia; la familia no
hallaba consuelo. Al pasar los meses, cuando volvía la calma, sucedió lo
increíble.
Carmen estaba en
la cocina de su casa, metiendo el carbón caliente en su plancha, pues acomodaba
la ropa de la semana. Con ella estaban sus cuatro hijos, sentados en la mesa,
cenando lo poco que su pobre madre podía darles. La casa, de paredes muy altas,
solo estaba iluminada por las luces de las velas, calcando, sobre aquellas, las
sombras de las siluetas de quienes allí estaban. —La tía Isabel, a medida que
relataba, ponía una voz cada vez más grave y misteriosa, tanto que asustaba—.
De repente,
Carmen se quedó en silencio, estupefacta, mirando fijamente lo alto de la pared
que tenía enfrente. Era tan evidente el pánico en su rostro que sus hijos
siguieron su mirada, solo para horrorizarse con lo que allí encontraron: la
silueta del marido de su hermana cargando en brazos al infante, los dos
fallecidos… ¡allí se encontraban!
Cuando terminó
de decir esto, Anita buscó con la mirada a Juancito, porque sabía lo cobarde
que era; solo le vio las piernas, pues estaba metido bajo la falda de Doña Ana
y, caramba, cómo temblaba. Anita soltó una carcajada y se burló de él,
llamándolo como siempre: ¡Juancito el cagao! Doña Ana abrazaba a Juancito para
tranquilizarlo; miró a Don Luis y dijo:
—Hablando en
serio, algo de eso sabemos; la hija mayor nos escribió una carta contándonos el
suceso. Pobrecilla de Carmen, ¡qué mal la habrá pasado! —dijo Doña Ana,
persignándose en el momento.
Doña Matilde,
como cosa extraña, estaba muy seria y asentía con la cabeza, dándole crédito a
las palabras. Don Antonio, Doña Lola y sus hermanas estaban impresionados;
nunca habían escuchado cuentos reales de fantasmas. Igual actitud tenían Don
Carlos y Doña Flor, que no dejaban de sobarse los brazos, pues tenían todos los
vellos erizados.
—Qué vaina
contigo, Isabel, mira que tenernos tanto rato escuchándote con atención, para
que nos salgas con este cuento de aparecidos. ¡Tú jodes y lo demás es
pendejera! —exclamó Don José, en señal de protesta.
—Les juro que no
es mío el cuento; es un relato de lo que sucedió en su momento, contado por los
que lo vivieron —dijo, llevándose los dedos en cruz a la boca, como corresponde
a un serio juramento—. Entonces, José, ¿tú que eres cura no crees en las almas
eternas? ¡Si te escuchan en el Vaticano, seguro que te excomulgan!
—Claro que creo,
pero no que andan por ahí asustando a la gente como aparecidos y con lamentos…
Por cierto, ¿no tienes otro cuento como ese que nos eches? —dijo Don José,
rompiendo la tensión en el ambiente, y todos rieron del cinismo de éste.
“Enredos familiares +
espíritus = ¡Netflix nos queda corto!”
¡Qué bueno!, las fotos son una maravilla. Un beso.
ResponderEliminarHola Iratxe, gracias por tu comentario. Aprovecho para felicitarte por tu Blog, quedé encantada con él. También quiero señalarte que salvo que haga una indicación especial sobre la foto al pie del escrito, éstas las obtengo por cortesía de Google, circulan en Imágenes; desconociéndose autor o propietario, a ellos todos los méritos y derechos que correspondan.Sí, son una maravilla! Besos y abrazos. Gracias por leer mis letras.
ResponderEliminarHola ,
ResponderEliminarcada vez mas fascinante y original, me encanta como la trama da la vuelta y las historia tomas un giro diferente.
EXCELENTE,
Besos
Gracias Rumi...besos y bendiciones, los amo.
ResponderEliminarLa familia completa forma parte del elenco, por lo que veo.Y a nosotros, a los amigos de la escritora, nada!!! jejejeje
ResponderEliminarjejeje Néstor, con la singularidad que caracterizan los personajes de LOLA, si me inspiro en algún amig@...de seguro, la amistad pierdo! saludos, gracias por estar aquí!
ResponderEliminarYa veo que hay otros personajes en tus relatos espero no confundirme o acordarme cuando lea sobre ellos más adelante.Bien.
ResponderEliminarEso de los cuento de fantasmas me recuerda a un señor muy querido y amigo.Me parece verle la cara, narrando las historias de Puerto Cabello.
ResponderEliminarAsí es Francisco, siempre en la famila los relatos -de muertos y fantasmas- han sido parte de los encuentros; todos, en ellos creemos! Un abrazo.
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