lunes, 25 de abril de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (49) EL QUIEBRE



"Amor, familia y secretos guardados: el corazón late, la vida vibra, y nada volverá a ser igual.”

El día anterior, Lola y Doña Ana se la pasaron metidas en la cocina preparando cualquier cantidad de alimentos que pudieran conservarse dentro o fuera de la nevera. Hicieron pasteles, conservas, mermeladas, encurtidos y antipastos; guisos, salsas y carnes asadas. Todo lo metían en canastos de mimbre, adornados con lazos. Márgara y Ana Isabel colaboraban preparando grandes cestas con frutas y hierbas del huerto, así como ramos de flores multicolores.

Las muchachas observaban, intrigadas, cómo su madre preparaba otros obsequios para Doña Rosaura: en un canasto más fino guardó botellas de vino tinto, manteles bordados y algún perfume de aquellos que le trajeran sus yernos del extranjero. Lo hacía con amor, con mucho esmero y desprendimiento… como si quisiera pagar una penitencia para acallar sus remordimientos. Ellas la observaban, se miraban entre sí, pero guardaban silencio… su madre sabría el porqué de su aspaviento.

Quienes no repararon en el extraño comportamiento de Doña Ana fueron su marido y su yerno. Don Luis y Antonio, así como Anita y Juancito, solo prestaban atención a las ollas: a todas les metían el dedo y los cubiertos; las raspaban… ¡las dejaban relucientes!

Desde que amaneció, la casa tenía un encanto especial, un ambiente de alegría y serenidad. Lola se encargaba de vestir a las niñas. Hoy era el día de visita a Doña Rosaura; quería que lucieran hermosas y frescas como esa mañana. Ella las acicalaba mientras, de reojo, observaba a su marido y a su hija, quienes habían estrechado su relación más de lo que jamás hubiera imaginado. Anita parecía hija de Antonio, como si él mismo la hubiera procreado: tenía su espíritu libre y aventurero, y su mente amplia, siempre abierta a los cambios de la modernidad y a los acontecimientos.

—Muchachos, ya dejen el relajo… ¿hasta cuándo vas a poner ese sencillo de Chubby Checker? ¡Por Dios, Antonio, ya lo tienes rayado! El twist ya pasó de moda, ahora me gusta el rock and roll… ¡pon uno de Elvis Presley! —le dijo Lola a su marido con cara seria y meneando la cabeza, mareada de tanto escuchar lo mismo.

—Lo que está pasado de moda es el largo de tus faldas. Cuando des a luz, las cortaremos todas para que luzcas las rodillas… ¡además de las pantorrillas! A Elvis le queda poco tiempo de vida, te lo he dicho, amor. Cuando esos chicos de Liverpool graben su primer disco, no se hablará de nadie más que de los Beatles. Te juro, Lola, fui a todas sus presentaciones privadas en el tiempo que estuve en Gran Bretaña, son geniales. Las chicas gritan como locas al verlos, ¡es que son demasiado buenos! —decía Antonio una y otra vez cada vez que se tocaba el tema de la música, con un fanatismo inexplicable por esos desconocidos que ni un disco tenían grabado.

Ella lo ignoraba por completo. Antonio era un muchacho conservador para los asuntos del trabajo y la familia, pero para lo demás era muy actual. Se había hecho partidario de los movimientos ambientalistas y antibelicistas, así como de aquellos que criticaban la cómoda postura de los burgueses, no porque tuvieran dinero, sino porque no participaban de los intereses colectivos y carecían de conciencia. Apoyaba las protestas lideradas por mujeres y por negros en sus luchas por la liberación femenina y contra la discriminación étnica. Justificaba, en todos esos casos, la anarquía no violenta. También estaba pendiente de los adelantos científicos y de las innovaciones tecnológicas. A Anita le fascinaba ese pensamiento contracultural de Antonio: se identificaba con él… ¡era un vanguardista!

Antonio le hizo caso a su mujer y colocó un disco de Elvis. De repente, las niñitas de De Sousa empezaron a reír, tapándose la boca. Miraban a su madre y le señalaban con el dedo a Antonio. Lola casi muere de la risa: él imitaba a Elvis, no solo en el baile, sino también en los gestos de la cara, como si fuera él quien cantaba. Contorneaba sus caderas y hacía movimientos sensuales con la pelvis. Antonio la miraba e invitaba a bailar con él.

—Vamos, nena, no te resistas, sé que estos movimientos sensuales son lo que te gusta de Elvis. ¡Ven, acércate, para que pruebes de lo bueno! —le decía a Lola sin dejar de moverse.

Anita lo miraba —no, lo admiraba— destornillada de la risa. Lola, con barriga y todo, le siguió el juego. En cuestión de segundos, los varones se sumaron al grupo y, con ellos, las tías y los abuelos. ¡Se armó la algarabía de inmediato!

Cuando estaban de lo más entusiasmados, Doña Teresa, el ama de llaves, interrumpió el bochinche para avisar que el cura Don José buscaba a Don Luis. El grupo se desintegró y, con él, la alegría. Quedaron en la habitación, solos de nuevo, Antonio, Lola y las niñas. Cansado de hacer tantas payasadas, Antonio se recostó en la cama con los brazos cruzados detrás de la cabeza. En silencio, las observaba.

Se había percatado de la maña que había desarrollado Anita. Desde que su madre quedó embarazada, la imitaba en todo: en la forma de caminar, hablar, peinarse… incluso en el vestir. Los vestidos prenatales de Lola se los hacía Doña Cándida por duplicado: uno para ella, otro —igualito— para Anita. La copiaba tan fielmente que parecía su reflejo en el espejo, ¡en miniatura, claro! Los abuelos y las tías decían que era por celos del nuevo bebé. Lola defendía a su hija alegando que se estaba haciendo mujercita y que imitaba su coquetería. Antonio, por su parte, pensaba diferente: creía que la niña actuaba como su madre porque se sentía igualita a ella, así de simple. Cada uno pensaba lo suyo. Pero, si le hubiesen preguntado a Anita —cosa que nunca ocurrió—, ella lo habría explicado sin reservas: sentía la obligación de copiarla para suplantarla cuando llegara la ocasión… ¡así nadie la olvidaría!

Lola y Anita, de repente, dejaron de hacer lo que estaban haciendo y, como si estuvieran de acuerdo, se levantaron al mismo tiempo, con los mismos gestos y movimientos. Se fueron directo a la ventana. Sonrieron y agitaron sus manos, saludando vigorosamente a alguien que se encontraba en la planta baja.

—¿Cómo está, Doña Rosaura? ¡Justamente nos estábamos preparando para irla a visitar a su casa! —la saludó Lola con efusividad y afecto.

—No estaré en casa, pero luego vendré por ti y charlaremos, con tu padre, ¡todo el tiempo que quieras! —respondió ella, serena, devolviendo el saludo con la mano antes de marcharse.

Lola le comentó a Antonio lo bien que se veía Doña Rosaura, que estaba muy hermosa y lucía muy sana. Antonio la escuchó y no dijo nada, pero no le gustó. Él sabía que Doña Rosaura estaba muy enferma y guardaba cama.

Lola bajó apresurada para ver si la alcanzaba y entregarle los obsequios que para ella guardaban. La buscó sin encontrarla. Fue al despacho de su padre, quien escuchaba con atención lo que estaba escrito en un papel y que el cura Don José leía en voz muy baja.

Cuando les comentó que había conversado con Doña Rosaura, hacía unos instantes y allí mismo en casa, Don José apretó el papel; lo arrugó de tal manera que quedó escondido dentro de la palma de su mano, guardándolo presuroso en el bolsillo de su sotana.

Don Luis, al escuchar a su hija, se puso pálido, llevó su mano al pecho y luego la bajó por su brazo. Sintió tanta angustia y ansiedad que decidió salir a respirar aire fresco, pero seguía sintiéndose mal. Sin pérdida de tiempo, se montó en su coche para dirigirse al hospital. ¡No tuvo oportunidad de encenderlo, cayó inconsciente… se moría de un infarto!

“Entre cestas de mimbre y vestidos prenatales, Anita ya apunta a ser la doble oficial de mamá.”


NOTA: La foto que ilustra este relato fue obtenido de "Imágenes" de Google; se desconoce su autor o propietario: a ellos los méritos y derechos que correspondan.

4 comentarios:

  1. :( Entonces Daña Rosaura esta igual que Don Luis
    :( ya me imagino lo que vio Lola ...

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  2. La verdad es que esos cantantes que nombran no los conocí, yo soy de de la epoca de Lady Gaga para acá!!! Muertos por partida doble! Que tragedia.

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