jueves, 14 de abril de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (42) LA IMPRUDENCIA



"En esta familia, planificar es un arte… y meter la pata, un deporte olímpico.”

Desde que Antonio anunció la fecha de la boda y la llegada de sus hermanos, Doña Ana y Lola no se daban abasto con el sinfín de tareas por cumplir para que todo saliera como ellos querían. Don Luis observaba que su mujer mostraba signos de gran agobio, más que de cansancio, igual que él. Y Lola los observaba a ellos, con gran preocupación. Un mes era un tiempo muy ajustado para arreglar todo, incluyendo las invitaciones y el alojamiento de los invitados. Todos se reunían, cada día y cada rato, en la mesa de la terraza, con papel y lápiz en mano, para anotar cada detalle que fuera necesario. Ese día estaba presente Doña Cándida, la modista, para tomar medidas y decidir los diseños de los trajes, tanto de la novia y su cortejo, como del resto de los miembros de la familia y, lo más importante, estimar la fecha de entrega de estos.

—Padre, los he observado y he notado, con mucha alarma, que tú y mi madre están muy ansiosos. Estamos conscientes de que la fecha fijada es muy próxima y eso dificulta las tareas planificadas. Yo propongo algo —dijo esto, mirando y tomando de la mano a Antonio, quien estaba junto a ella—: que depende de lo que diga Doña Cándida, aquí y hoy, estableceremos la fecha definitiva, bien en la previamente acordada o postergándola unos días más, los que estimemos necesarios; pues quiero que, en mi boda, en esta, todos estemos contentos y saludables… ¡la presión nos está matando! ¿Están de acuerdo conmigo?

Todos guardaron silencio, se miraron unos a otros e hicieron muecas y señas con las manos, dejando en claro que no solo estaban de acuerdo, sino que era lo razonable. En fracciones de segundo se relajaron, fijando —finalmente— la mirada en Doña Cándida, a quien se le trasladó la responsabilidad de determinar el tiempo necesario para realizar la ceremonia. Ella, con la jocosidad que la caracterizaba, echó un gran suspiro y manoseó su cuaderno, pasando las hojas de adelante hacia atrás y viceversa, repetidamente. Luego, poniendo una expresión muy seria, como quien va a dictar una sentencia de muerte, lo cerró bruscamente con ambas manos, tan fuerte que se estremeció la mesa… ¡haciendo sonar todo lo que en ella se encontraba!

—Telas tengo en cantidad suficiente para elaborar los trajes, según los diseños acordados y medidas tomadas… salvo el de la novia. Pero, por ello, no debemos preocuparnos; mi proveedor resolverá esta situación. El problema radica en la confección; no estamos hablando de cualquier traje, estamos hablando de muchos trajes de finas telas y acabados, con bordados y pedrería, ¡no es cualquier tontería! —enfatizó Doña Cándida, adoptando un gesto de que a ella no le echaran la culpa. Todos rieron al ver el semblante de la modista, toda ella regordeta y pintorreteada como acostumbraba; parecía una graciosa cerdita salida de un cuento de hadas.

—Bien, ¿y cuánto tiempo estima usted necesario para realizarlos, sin premura y con calidad en los detalles y remates? —le inquirió Lola sin signo de preocupación.

—Un cálculo prudente… ¡mínimo, tres meses! —dijo ella muy ceremoniosa.

Todos pusieron cara de asombro y, de inmediato, miraron a Lola, esperando su reacción. Lola, con el rostro completamente relajado y la mirada extraviada en algún lugar del jardín, sacaba cuentas mentalmente con toda la calma del mundo. Apretó la mano de Antonio y lo miró con entusiasmo.

—Cariño, ¿qué te parece si nos casamos en diciembre, para poder hacer las cosas bien y con calma… y en la hacienda? Así resolvemos el problema de alojar a los invitados; entre la de ustedes y la nuestra hay espacio suficiente para ello. ¿Qué te parece? —Lola no había terminado de hablar cuando Antonio estaba pegando gritos de alegría, como niño chiquito. Estaba muy contento; allí se habían conocido y enamorado… ¡sería la mejor Navidad de su vida!

Todos se relajaron; harían las cosas con calma, sería la boda perfecta. Cuando la alegría reinaba, a Doña Cándida se le ocurrió abrir la boca, solo para meter la pata.

—Estarás muy contenta, Márgara, por fin tu galán te vendrá a visitar, ¿quién lo diría…? ¡Dos de las Díaz Robaina, con dos de los Santamaría! —El silencio se hizo y, como ventiladores a toda potencia, los allí presentes miraban de un lado a otro, viendo las caras de las dos mujeres, quienes se miraban fijamente entre ellas. Doña Cándida mostraba una expresión que denotaba conciencia de su imprudencia y Márgara, furiosa, por haberle quitado el privilegio de dar la noticia oportunamente, como correspondía.

Doña Ana quedó desconcertada, pues las muchachas no le habían contado nada. Don Luis se puso rojo como un tomate; detestaba que los extraños se enteraran primero que él de lo que sucedía en su casa y se lo restregaran en la cara. Márgara, entre furiosa y frustrada, se levantó de la mesa y se fue llorando directo a su cama.

“Cuando el cálculo de telas se convierte en drama familiar, solo queda reírse… y aplastar algunas mesas.”

NOTA: La foto que ilustra este relato fue obtenido de "Imágenes" de Google; se desconoce su autor o propietario: a ellos los méritos y derechos que correspondan.

5 comentarios:

  1. Que boniiiiito, me encanto este capitulo, por mas que uno se imagina lo que va a pasar simpre hay alguna sorpresilla.
    Esto se esta convirtiendo en mi novela para mi mesita de noche, EXCELENTE

    Besos

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  3. CON RAZÓN EL TITULO, ESTA ES UNA HISTORIA DE NUNCA ACABAR, ESA FAMILIA ES MUY GRANDE Y CADA QUIEN TIENE SUS ROLLOS. TIENES MUCHA TELA DONDE CORTAR, EL PROXIMO TITULO SERA ¿MARGARA Y SUS ENREDOS?

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  4. jejeje una familia grande es hermosa; tú lo sabes, tú familia es grande... eso es una especie de muy buena suerte! Un abrazo.

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