Don Luis y Doña
Ana se levantaron temprano, junto con el alba. Estaban asomados a la ventana,
ella abrazada a su cálida espalda. Observaban los jardines de su casa. Ayer
había llovido y todo era fragancias. La vista era hermosa, calma; por
dondequiera se avistaban las trinitarias, gladiolos, lirios y calas; y ni
hablar de las margaritas, se encontraban esparcidas por las orillas de las
caminerías, tantas que parecían desbordadas. Dentro de la habitación, todavía
las sábanas estaban húmedas, desprendiendo un agradable olor, de él y de ella…
¡tan agradable como el de la tierra mojada!
En esa
contemplación quedaron absortos por… ¡no sé cuánto tiempo! Solo salieron de su
embeleso al escuchar la algarabía de los chiquillos que comenzaban a corretear
por los jardines: jugaban, reían y gritaban. Recogían bachacos, chicharras y
perseguían a las iguanas. Ana Isabel recolectaba flores para los jarrones de la
casa; Márgara y Lola estaban, con cestas en mano, recolectando frutos:
aguacates, limones, guanábanas, guayabas y mangos… ¡dádivas de la naturaleza en
abundancia! En la terraza de la cocina se encontraban Doña Matilde y Doña
Isabel, amenamente hablando con el cura Don José, quien sorbía placenteramente
su café. Don Luis y Doña Ana se miraron entusiasmados. Todo aquello hermoso que
observaban era producto de un duro y mancomunado esfuerzo, ¡lo habían logrado!
Decidieron
unirse a ellos, así que se fueron directo al baño. No harían caso a las burlas
o sarcásticos comentarios, si ese fuere el caso; estaban felices y nadie
lograría arruinarlo. Antonio ya se había sumado al grupo cuando ellos se
incorporaron. Doña Teresa sirvió el desayuno a Don Antonio y a los recién
llegados. Ninguno hizo gesto alguno que denotara burla, ni tampoco hicieron
algún desagradable comentario; ¡mostraron el debido respeto que los anfitriones
se habían ganado!
—Por favor,
quiero que me presten toda su atención. Lola y yo queremos anunciarles algo muy
importante: ¡nos casamos el mes entrante! —dijo Antonio lleno de gozo, mirando
a Lola mientras besaba efusivamente sus manos. Colocó en su dedo un anillo de
compromiso: una aguamarina, rodeada de siete pequeñas perlas y cuatro
brillantes, dos a cada lado del borde del aro, todo en oro blanco. Él, con
entusiasmo, explicaba que ese anillo representaba el azul de los ojos de su
amada, los siete hijos, los padres y las dos hermanas de ella… ¡su nueva
familia, la que amaba, a la que recién ingresaba! Todas las mujeres le
agarraban la mano a Lola para admirar la prenda que le obsequiara Antonio,
todas maravilladas por la singularidad y hermosura de la alhaja.
—Ya va, guarden
calma, que aún no he terminado… —Antonio se metió la mano en su bolsillo y sacó
otro estuche, extrayendo de él una hermosa cadena con un dije: otra aguamarina,
rodeada de pequeños brillantes y de ella pendiendo una perla.
—¿Y esta, algo
representa? —preguntó la tía Isabel, inmediatamente al verla.
—¡Claro!
Representa a mi amada soportando el peso de mi “cuatro de ocho” … —los ojos se
le llenaron de lágrimas al pronunciar estas palabras. Abrazó fuertemente a
Lola, quien le besó con inmensa ternura. Todos guardaron profundo silencio,
conmovidos por tan bella escena de amor. La sonrisa afloró en cada rostro, en
especial en los de Don Luis y Doña Ana.
—¡También les
anuncio que a la boda asistirán mis hermanos Gabriel y Alejandro, quienes ya
están en camino, cruzando el Atlántico! —dijo Antonio lleno de entusiasmo, pues
hacía algún tiempo que no los veía y el hecho de que viniesen le llenaba de
alegría. Cuando Antonio mencionó a sus hermanos, Márgara y Ana Isabel
disimuladamente se miraron y taparon sus bocas; unas sonrisas se ocultaron. Don
Luis se paró de inmediato y haló de la mano a su mujer, llevándosela consigo a
la cocina.
—Doña Teresa,
disponga lo necesario… recibiremos en unos días a los hermanos de Don Antonio,
¡celebraremos el compromiso de Lola con una cena! —ordenó de buen agrado Don
Luis, abrazando a Doña Ana, quien también estaba muy feliz.
—¿Qué cree
usted, Don Luis, que nosotras no escuchamos? —dijo Doña Teresa con una amplia
sonrisa, volteando a mirar a Doña María y Doña Blanca, quienes también
sonreían, sosteniendo tazas de café humeante— Antes de que usted lo mandara, ya
nosotras lo habíamos previsto, así que… ¡quédese tranquilo, que todo se hará
como Dios manda!
“Próximo
capítulo: ¿Quién llevará la cuenta de las lágrimas, las risas y los besos?”
El olor ha debido ser de otra cosa.Muy bien escrito ete anuncio de boda. Que romantico el novio. Que romantica la novia.Y la Autora, inspirada!!! Guauuu
ResponderEliminarPienso que el romance es algo perfecto; mantiene el equilibrio y la armonía en la vida, la sostiene permanentemente en un estado de alegría... eso pienso y espero pensar bien! un abrazo.
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