jueves, 28 de abril de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (L) EL DESENLACE





LOLA Y SUS ENREDOS: (L) EL DESENLACE

Lola se quedó atónita al ver como su padre salió del despacho y la dejó hablando sola. No entendía su conducta. El cura Don José estaba que se desmayaba de la impresión; sabía que su amigo Luis estaría pasando un mal trance, afectando su salud, la cual ya tenía delicada. Tomó por los hombros a Lola y como pudo, le dijo que se aquietara y que lo dejara tranquilo; que tenía graves asuntos que resolver y, lo menos que necesitaba, era que ella también lo inquietara. No espero respuesta alguna de Lola y salió para tratar de alcanzar y calmar a su amigo. En el camino volteaba y le pedía a ella, repetidamente, que llamara urgente a su marido. Eso no fue necesario. Antonio, con su prudencia de siempre, estaba cerca de ellos, en absoluto silencio. Apresuró el paso y atajó a Don José; este le dijo algo al oído… algo que provocó que Antonio se llevara las manos al rostro: una expresión muy típica de él cuando algo lo sorprendía para mal. Ambos hombres salieron corriendo. Lola aún no salía de su asombro, pero de una cosa estaba segura, su padre le ocultaba algo… algo muy grave! Ella también fue tras ellos, pero sin prisa, pues la barriga se lo impedía. Pudo ver, desde la entrada, como Antonio cargaba a su padre y lo colocaba en el asiento de atrás con Don José y como se puso al volante solo para manejar como un loco, iba a tal velocidad que lo perdió de vista en un segundo, en una calle de cuadras de distancia. Lola entró en crisis, era evidente que su padre había sufrido alguna especie de desmayo… quizás un infarto. Giró sobre sus pies y entró a la casa hecha un manojo de nervios. En su mente solo existía un pensamiento: su padre. Se olvidó de su preñez. Corrió por la casa hasta encontrar a su madre y hermanas, informándoles de lo ocurrido y les pidió que se encargasen de sus hijos… ella iría al hospital. Salió por la cocina corriendo y corriendo atravesó los jardines de la casa paterna hasta llegar a la suya. Subió a su habitación y agarró las llaves de su carro. Cuando bajaba por las escaleras, en un descuido pisó mal y rodó por ellas. El peso de Lola la presionó contra el piso, una y otra vez… sobre su vientre. Cuando paró de rodar, el dolor era insoportable, pero aún así, con la visión de su padre en mente, sacó fuerzas y continuó su marcha acelerada: en unos minutos por la puerta de emergencias entraba. Desesperada buscaba a su marido y al cura, hasta que los localizó con la mirada. Fue en pos de ellos y se sentó en una butaca.
- Mi amor, tranquilízate, tu padre ya está siendo atendido… parece que fue un infarto. –le dijo Antonio con tanta pena por su suegro como preocupación por ella. Le pidió a Don José que trajera agua para Lola, estaba pálida y sofocada. Lola estaba sentada con las piernas semiabiertas y sus manos entre ellas, con la cabeza gacha… solo se oía como con dificultad respiraba. Cuando el cura le acercó el vaso con agua, Lola estiró su mano para alcanzarla: mojada y llena de sangre estaba. Antonio, sintió un vértigo que casi lo desmaya. Pensó que era mucho para un día; el quiebre de su suegro, Lola y el bebé… lo pusieron en agonía. Él apartó, lentamente, las manos de Lola, descubriendo su falda toda mojada y ensangrentada. Se detuvo el tiempo. Antonio miraba a aquella delicada mujer, su mujer. No daba crédito a lo que estaba viendo. Unos minutos atrás estaba llena de vida, bailando con alegría con ese traje blanco, estampado con pequeñas mariposas azules sobre rosas amarillas y, ahora, la tenía enfrente... como un retrato de la muerte. Su rostro se apagó por un terrible presentimiento; sus ojos se llenaron de lágrimas y, sin decir ni una palabra, alzó a Lola en brazos y la llevó a la enfermería. En el transcurso del trayecto, ella le contaba lo sucedido y le pedía perdón por su imprudencia; él no le escuchaba, solo rezaba y rezaba…
En menos de una hora ya todos se encontraban allá, incluyendo a Doña Matilde, su marido e hijos, así como la familia de Antonio y, por supuesto, Anita. Todos estaban callados esperando noticias y con miedo de recibirlas. Doña Matilde consolaba a Doña Ana; Antonio y Anita, apartados, hablaban y hablaban.
Después de muchas horas, por un largo pasillo emergió un hombre vestido de azul y bata blanca; su semblante era sombrío. Se paró frente a Antonio y lo miró con piedad.
- Su suegro sigue en terapia intensiva, lo estamos observando, veremos como responde al tratamiento... ya no depende de nosotros. En cuanto a su esposa, ella aún no recobra el conocimiento. El bebé bajó al canal de parto, pero con el cordón al cuello, así que tuvimos que practicarle una cesárea de emergencia; nació vivo, es un niño, pero prematuro…. Están recibiendo todos los cuidados que requieren, pero nada le garantizo –le dijo esto último poniéndole la mano en el hombro y echando un gran suspiro- le sugiero tenga paciencia y rece, rece mucho… por la madre y el niño- tan pronto terminó de hablar, se fue tan presuroso como vino. Lo dejó allí de pie, todo confundido; no sabía si alegrarse por la noticia o llorar por ella. Todos tuvieron el mismo sentimiento, siguieron guardando silencio.
Los ánimos subieron con el despertar de Lola. Fue, entonces, cuando todos se apostaron delante del gran ventanal que los separaba de la guardería de los recién nacidos. Antonio estaba pegado como una mosca, miraba a su hijo agitado e indefenso, lleno de cables y tubos por todo su diminuto cuerpo… parecía un colibrí encerrado en una jaula de cristal. La impotencia, la frustración y el dolor se reflejaban en su rostro, mojado por el llanto. Una enfermera que lo observaba desde lo lejos, se apiadó de él.
- A ver, quien es el padre del hombrecito que está en la incubadora? –preguntó la piadosa, aún conociendo la respuesta.
- Soy yo… algo sucede? –le contestó Antonio, todo alarmado.
- Usted? No puede ser! Si el niño que está allí es hermoso y un luchador, un triunfador… y usted es muy feo y un llorón! –le dijo guiñándole el ojo- Le aseguro que ese niño saldrá de allí sano y salvo, así que cambie esa cara para que no vea que su padre es un cobarde lloricón! Qué vergüenza, el niño más valiente que el padre! –se echó a reír despreocupadamente y todos con ella. Antonio entendió el mensaje de la buena mujer… no debe perder la fe, debe aferrarse a ella, tanto como Anita lo estaba a su pierna
!


Ana Margarita.-

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google; se desconoce autor y propietario.

3 comentarios:

  1. Precioso.... me hizo llorar, muchos sentimientos se entremezclan en sus relatos
    Bello !

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  2. En estos capitulos hay que estar preparado para todo!!!Sorpresas. Oye, no se como Antonio aguanta...jejeje

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  3. Gracias RUMI, un beso!
    Así es Néstor. Antonio es un hombre a todo dar... el sueño de toda mujer! jejeje

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