viernes, 25 de febrero de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( 11 ) DON ANTONIO


LOLA Y SUS ENREDOS: (XI) DON ANTONIO

“Cuando Lola y Antonio se encuentran, ¡hasta las escaleras conspiran!”

Don Antonio, el amor de Lola, la esperaba al pie de la gran escalera que daba al piso superior, por donde bajaría ella. Había llegado temprano y, a pesar de que la noche era fresca, sudaba como un condenado. La ansiedad era su enemiga; su temor al rechazo, un mal consejero. No se movía de ahí; sabía que Don Mario Landaeta y Don Federico Aristimuño estaban al acecho de su amada. Por nada del mundo cedería —de nuevo— el lugar que deseaba y creía corresponderle: al lado de ella. Pedía a Dios que Lola pronto apareciera, de lo contrario, el tortícolis lo incapacitaría para el resto de su vida.

De repente, los violines empezaron a tocar y todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo; se voltearon hacia las escaleras y miraron hacia arriba, guardando absoluto silencio. Aparecieron los niños —como en un cortejo— seguidos de Lola y su padre, todos sonriendo.

—¡Oh! —se escuchó la exclamación en todo el salón.

Los niños bajaron primero. Los varones estaban vestidos con frac negro, camisas blancas, fajines y corbatines en azules diferentes; las niñas con tonos pasteles: rosa, azul celeste, salmón y malva… con finas telas bordadas y faldas esponjadas con tules, dando la sensación de que flotaban en el aire como mágicas hadas. Llevaban fajines —al igual que sus hermanos— pero con lazos a la espalda, en fino y brillante satén.

Lola, la cumpleañera, llevaba un vestido largo, muy ceñido a la cintura y a las caderas, ampliándose hacia las piernas. Era de fina seda de la India, azul turqués; bordado el corpiño con hilos de plata y perlas. El escote era atrevido, dejando sus brazos, hombros y pechos lucirse sin mezquindad alguna. Salvo las perlas en lágrimas que pendían de sus orejas y el anillo, también de perlas —formando un corazón— que le regaló Antonio antes de marcharse aquella vez, no usaba ninguna otra prenda. Tenía el cabello peinado con una sola crineja hacia un lado, dejando la espalda descubierta. ¡Estaba radiante como una estrella!

Don Antonio, al verla, quedó hechizado y, sin pensarlo dos veces, subió hacia donde estaba ella. Pero su nerviosismo lo traicionó: peló un escalón y de rodillas cayó.

—¿Ah? ¡Uy! —la gente, nuevamente, exclamó al verlo dar el tropezón.

Lola, preocupada por su amado, quiso ir donde él, enredándose con la falda… ¡cayendo al piso también! Esta vez no hubo exclamación alguna, pero se escuchó un extraño silencio, como si la gente contuviera la respiración, esperando a ver que Lola se levantara.

Ella y Antonio quedaron cerca el uno del otro; se vieron las caras y soltaron la gran carcajada. Estaba destinado que el amor de ellos marchara, de tropiezo en tropiezo. Se levantaron con tranquilidad y elegancia, se tomaron de las manos y se dieron un tierno beso, tan tierno como las miradas que se echaron. Fue entonces cuando los invitados exhalaron el aire que tenían retenido —¡ya estaban casi morados! —, se rieron con ellos y también los aplaudieron.

Don Mario y Don Federico, que al principio se alegraron del incidente, al percatarse de que al final resultó un hecho afortunado para Don Antonio, se echaron unas miradas cómplices como si tramaran algo malo. Esta mala vibración no pasó por alto Don Luis, quien —desde ese momento— no les quitaba la vista de encima.

Los violines, las flores y el jardín con luces y guirnaldas que los padres de Lola idearon con gran esmero, para crear una atmósfera romántica y propiciar entre ellos el encuentro, resultaron en vano. Lola y Don Antonio nada de esto percibían. ¡El amor de ellos renació a primera vista y nada ni nadie —para bien o para mal— lo alteraría! Esto agradó a los padres, pues si el objetivo se había cumplido, ellos podrían relajarse y disfrutar del festejo.

Don Luis, más que nadie, se benefició del asunto; así podría llevar a cabo su plan de joder al comunista infiltrado en complicidad con Doña Matilde, comadre de él y madre de aquél, quien una lección debería aprender. Así empezó esta fiesta; mucho aconteció en el transcurso de ella, tanto, que la gente —mucho tiempo después— aún lo comentaba. ¡Claro, de la vida de Lola se trataba!

“Moraleja: si el destino pone escaleras, ¡sujétate de la mano de quien amas!”


4 comentarios:

  1. Que buen desenlace para un momento tan tenso e importante, con cada capitulo nuevo que leo me convenzo más y mas de que seria una estupenda novela televisada !

    besos

    Rumiana

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  2. Estoy pendiente de Don Mario y Federico. Ese Don Luis es mas metio que una gaveta.

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  3. Así somos los padres, Néstor, todo lo queremos controlar! jeje

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