LOLA Y SUS ENREDOS: (XI) DON ANTONIO
“Cuando Lola y Antonio se encuentran, ¡hasta las escaleras conspiran!”
Don Antonio, el amor de
Lola, la esperaba al pie de la gran escalera que daba al piso superior, por
donde bajaría ella. Había llegado temprano y, a pesar de que la noche era
fresca, sudaba como un condenado. La ansiedad era su enemiga; su temor al
rechazo, un mal consejero. No se movía de ahí; sabía que Don Mario Landaeta y
Don Federico Aristimuño estaban al acecho de su amada. Por nada del mundo
cedería —de nuevo— el lugar que deseaba y creía corresponderle: al lado de
ella. Pedía a Dios que Lola pronto apareciera, de lo contrario, el tortícolis
lo incapacitaría para el resto de su vida.
De repente, los violines
empezaron a tocar y todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo; se
voltearon hacia las escaleras y miraron hacia arriba, guardando absoluto
silencio. Aparecieron los niños —como en un cortejo— seguidos de Lola y su
padre, todos sonriendo.
—¡Oh! —se escuchó la
exclamación en todo el salón.
Los niños bajaron primero.
Los varones estaban vestidos con frac negro, camisas blancas, fajines y
corbatines en azules diferentes; las niñas con tonos pasteles: rosa, azul
celeste, salmón y malva… con finas telas bordadas y faldas esponjadas con
tules, dando la sensación de que flotaban en el aire como mágicas hadas.
Llevaban fajines —al igual que sus hermanos— pero con lazos a la espalda, en
fino y brillante satén.
Lola, la cumpleañera,
llevaba un vestido largo, muy ceñido a la cintura y a las caderas, ampliándose
hacia las piernas. Era de fina seda de la India, azul turqués; bordado el
corpiño con hilos de plata y perlas. El escote era atrevido, dejando sus brazos,
hombros y pechos lucirse sin mezquindad alguna. Salvo las perlas en lágrimas
que pendían de sus orejas y el anillo, también de perlas —formando un corazón—
que le regaló Antonio antes de marcharse aquella vez, no usaba ninguna otra
prenda. Tenía el cabello peinado con una sola crineja hacia un lado, dejando la
espalda descubierta. ¡Estaba radiante como una estrella!
Don Antonio, al verla,
quedó hechizado y, sin pensarlo dos veces, subió hacia donde estaba ella. Pero
su nerviosismo lo traicionó: peló un escalón y de rodillas cayó.
—¿Ah? ¡Uy! —la gente,
nuevamente, exclamó al verlo dar el tropezón.
Lola, preocupada por su
amado, quiso ir donde él, enredándose con la falda… ¡cayendo al piso también!
Esta vez no hubo exclamación alguna, pero se escuchó un extraño silencio, como
si la gente contuviera la respiración, esperando a ver que Lola se levantara.
Ella y Antonio quedaron
cerca el uno del otro; se vieron las caras y soltaron la gran carcajada. Estaba
destinado que el amor de ellos marchara, de tropiezo en tropiezo. Se levantaron
con tranquilidad y elegancia, se tomaron de las manos y se dieron un tierno
beso, tan tierno como las miradas que se echaron. Fue entonces cuando los
invitados exhalaron el aire que tenían retenido —¡ya estaban casi morados! —,
se rieron con ellos y también los aplaudieron.
Don Mario y Don Federico,
que al principio se alegraron del incidente, al percatarse de que al final
resultó un hecho afortunado para Don Antonio, se echaron unas miradas cómplices
como si tramaran algo malo. Esta mala vibración no pasó por alto Don Luis,
quien —desde ese momento— no les quitaba la vista de encima.
Los violines, las flores y
el jardín con luces y guirnaldas que los padres de Lola idearon con gran
esmero, para crear una atmósfera romántica y propiciar entre ellos el
encuentro, resultaron en vano. Lola y Don Antonio nada de esto percibían. ¡El
amor de ellos renació a primera vista y nada ni nadie —para bien o para mal— lo
alteraría! Esto agradó a los padres, pues si el objetivo se había cumplido,
ellos podrían relajarse y disfrutar del festejo.
Don Luis, más que nadie,
se benefició del asunto; así podría llevar a cabo su plan de joder al comunista
infiltrado en complicidad con Doña Matilde, comadre de él y madre de aquél,
quien una lección debería aprender. Así empezó esta fiesta; mucho aconteció en
el transcurso de ella, tanto, que la gente —mucho tiempo después— aún lo
comentaba. ¡Claro, de la vida de Lola se trataba!
“Moraleja: si el
destino pone escaleras, ¡sujétate de la mano de quien amas!”
Que buen desenlace para un momento tan tenso e importante, con cada capitulo nuevo que leo me convenzo más y mas de que seria una estupenda novela televisada !
ResponderEliminarbesos
Rumiana
Gracias Rumi... besos y abrazos!
ResponderEliminarEstoy pendiente de Don Mario y Federico. Ese Don Luis es mas metio que una gaveta.
ResponderEliminarAsí somos los padres, Néstor, todo lo queremos controlar! jeje
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