"Un cumpleaños, siete hijos, padres entrometidos y un viejo amor envuelto en celofán: la fiesta apenas comienza."
Se la veía caminar todos los días acompañando a sus
hijos a la escuela. Todos en orden y perfecta armonía, a no ser —de vez en
cuando— por las paradas que hacían para destornillarse de la risa. Lola y sus
hijos se la llevaban muy bien. Ellos ya habían recobrado su compostura y
disfrutaban constantemente del amor de la madre. Todos, sin excepción, habían
sacado esa tendencia a sonreírle a la vida. Siempre había un motivo para reír y
agradecer a Dios ¡por su buen humor!
Era imposible no voltear o detenerse a verlos; era
agradable toparse con ellos. Cada vez que la madre daba los buenos días a quien
se encontraba en su camino, los hijos —como en eco— repetían el saludo, uno por
uno… ¡y eran siete! O, en su defecto, lo repetían al unísono como si del coro
de la iglesia se tratase. Era una familia muy querida y apreciada, a veces,
envidiada. Era un hecho reconocido por todos los lugareños: la gran belleza y
simpatía de Lola que, sumado a su instrucción y buenos modales, la hacía una
dama admirable. Atrás, en el tiempo, quedaron las suspicacias y murmuraciones.
Lola había recobrado su estatus.
Al dejar a los niños en la escuela, se dirigió
pronta a casa de sus padres. Ellos la habían mandado a llamar, ¡había un asunto
urgente que tratar! Su padre la esperaba con ansias, adoraba a Lola, era su
niña preferida. La veía aproximarse con ese caminar tan suyo: pasos firmes y
seguros, sin dejar de ser femeninos. Don Luis abrió la ventana de su gran
biblioteca, donde se encontraba.
Con las manos le hacía señas para saludarla; pero
tendría que esperar. Lola, por el camino, siempre se entretenía saludando a
todos con gran amabilidad. Además, él bien sabía cuánto disfrutaba de las
caminatas en la mañana: eran frescas y la vigorizaban.
El padre, sin importarle los celos de sus otras
hijas, salió al encuentro de Lola. La abrazaba con efusividad y la besaba por
todo el rostro… ¡la amaba demasiado para poder ocultarlo! Entraron con los
brazos entrelazados: él sobre sus hombros, ella por su cintura. Las hermanas, a
pesar de sus celos, salieron corriendo a abrazarla y empezaron con ella a
cuchichear sobre sus novios; reventaban en risas y solo se oía el siseo de la
madre, que las llamaba al orden, sin evitar regocijarse por la alegría de ellas.
Todos se reunieron en la biblioteca, el lugar
preferido del padre, y este tomó la palabra solemnemente.
—Lola, todos nosotros nos hemos puesto de acuerdo
para celebrar tu cumpleaños en casa, será una gran fiesta —dijo el padre
fumando su habano acostumbrado.
—Padre, les agradezco su buena intención, pero yo
había planeado una comida en casa, con ustedes y mis hijos solamente —replicó
Lola.
—Lo siento, hija —acotó la madre—, en realidad, la
fiesta tiene un doble propósito: celebrar tus treinta y un años, y presentarte,
formalmente…
Las palabras de la madre fueron interrumpidas por el
padre. Este se puso de pie y se colocó tras su hija, posando sus manos sobre
los hombros de ella. Lola sabía perfectamente lo que ese gesto significaba: ¡su
padre había tomado una decisión que no aceptaba discusión!
—Hija, sabes cuán importante eres para esta familia;
tú y tus adorables hijos son nuestra alegría. Pero estamos preocupados: eres
una mujer sola y necesitas compañía. Hemos pensado que debes casarte de nuevo,
tener quien vele por tu seguridad y la de tus hijos, alguien que te represente
—don Luis pronunció estas palabras como lo que era… ¡una sentencia inapelable!
—¿Padre, por qué? Mírame, ¡soy inmensamente feliz
así como estoy! Con mis hijos, con ustedes… ¡nada me falta! ¿Qué necesito yo de
un hombre? —Lola, con tristeza, recriminaba la decisión de sus padres; no le
parecía justo y menos necesario.
—Hija, estás en una etapa en que la crianza de tus
hijos no te deja tener conciencia de la realidad. Eres una mujer joven y
hermosa, y un hombre necesitarás… Tu madre y yo sabemos de lo que hablamos,
sabemos lo que te conviene. ¡No se diga más! —el padre se puso frente a su
hija, inclinándose hacia ella y besándola en el rostro. Dio media vuelta,
desapareciendo de su vista.
—Hija, ¡no te desconsueles! —se apresuró a decirle
la madre, con el ánimo de alentarla—. Si en la presentación no conoces a ningún
caballero que te llame la atención… estará bien, ¡a nada serás obligada! Tu
padre, tus hermanas y yo nos encargaremos de todo. Tú, ese día, solo ponte
bella —la madre, al igual que su marido, se despidió de su hija y abandonó el
recinto.
Las hermanas, Irene Margarita y Ana Isabel, no
perdieron tiempo y se sentaron al lado de su hermana para consolarla, para
sacarla de esa tristeza que le había robado su sonrisa, esa sonrisa que ellas
tanto amaban.
—Quita esa cara de pendeja, Lola, porque vas a
saltar de la alegría cuando te enteres quién es el invitado principal… ¡Antonio
Santamaría! —le dijo sin reparos Ana Isabel.
—Sí, hermana, escuchamos a nuestros padres hablar.
Él será el invitado especial, será tu regalo de cumpleaños… ¡solo falta que te
lo envuelvan en papel celofán! —recalcó Irene Margarita, muerta de la risa.
Lola se quedó sorprendida. No esperaba ver a Antonio
más nunca en su vida, y estaba aquí… ¡y lo vería! Las hermanas sujetaron a Lola
por los brazos y la sacaron de la casa, pues ya era hora de buscar a los
sobrinos a la salida de la escuela. Las tres jóvenes mujeres salieron
conversando y riéndose; estaban felices por el próximo evento: ¡el cumpleaños
de Dolores, la Lola!
Las risas —entre cuchicheos— podían oírse en el piso
superior, donde los padres estaban asomados a la ventana observando ese cuadro
de felicidad. Se miraron y sonrieron. La complicidad con Ana Isabel e Irene
Margarita había funcionado: Lola tenía —de nuevo— la cabeza llena de pajaritos.
¡Acertaron en el clavo!
"Entre risas, planes secretos y el
regreso inesperado de Antonio, la vida de Lola prometía más enredos que
pastel."
Pobre Lola... si esto sigue así ya serán al menos dos más... joder.. y pobre del Santamaria, su final se acerca, pero con gran sonrisa.. conociendo a esta autora.. posiblemente me esté equivocando.. vamos a ver.. voy a por la quinta parte... besos madre...
ResponderEliminaraajajaja... besos hijo!
ResponderEliminarHoy en día esa intromisión es inconveniente. Debería ser por decisión de Ella. Estaremos atentos al desarrollo del relato. Quisiera mas bien conocer a las hermanas de Lola.
ResponderEliminar