El día había
amanecido nublado; comenzarían las lluvias. Lola abrigó bien a los niños y se
cercioró de que todos llevasen botas. Como de costumbre, salieron en fila india
detrás de su madre, por orden de tamaño: los más bajos primero y los más altos
detrás, para que pudieran observarse y cuidarse mutuamente durante la marcha.
Los dos más pequeños caminaban asidos de la mano de su madre.
Hoy era un día
ajetreado. Después de dejar a los niños en la escuela, pasaría por el local de
doña Cándida para indicarle las telas y colores de los trajes de sus hijos y el
de ella; luego visitaría a don Clemente. El día anterior, después de mucho
reírse por el cuento de la modista, se fue a casa pensando en él. Estaba
sorprendida de que, a su edad, estuviese lleno de tanta pasión; eso era digno
de su admiración. Ella despreciaba a la gente apática, sin energía ni
entusiasmo por la vida; le resultaba deprimente y una actitud, definitivamente,
malagradecida con Dios.
Al salir Lola del
salón de modas de doña Cándida, no podía dejar de sonreír. Esta era muy
pintoresca: siempre estaba muy maquillada, con sus labios bulbosos de rojo
encendido, los ojos con grandes pestañas postizas y los cachetes muy colorados…
¡toda ella era una visión carnavalesca! Era muy divertida. Recordaba la
expresión de su rostro al señalarle las telas y los colores: ojos desorbitados
y boca abierta a más no poder, repitiendo sin cesar:
—¿No, no te lo
puedo creer, estas? ¿De este color? ¿En serio? Ay, Lola, ¡me encanta, me
encanta!
Con este
pensamiento en mente —que la divertía— pasó por el puesto de flores y dulces de
doña Sofía para comprarle unas flores y unos chocolates a don Clemente. Al
verla llegar, la florista intentó ponerse de pie para saludarla, pero Lola la
detuvo con un fuerte y cariñoso abrazo; la quería mucho y siempre estaba
pendiente de ella. Al envejecer, doña Sofía desarrolló una artritis deformante
y, sin embargo, ello no le impedía trabajar todos los días para alimentar y
educar a los nietos que quedaron a su cargo después de que su hija muriera.
Esta era la gente, con bondad y templanza, que Lola amaba y admiraba; los
flojos y cobardes no tenían lugar en su vida.
Pero Lola no se
preocupaba por ella; se ocupaba de ella. Cuando fue primera dama, se aseguró de
que doña Sofía se beneficiara de una pensión vitalicia por su incapacidad
física y que sus nietos obtuvieran una beca hasta finalizar sus estudios,
incluyendo la universidad. Eran personas estupendas, ciudadanos de primera…
¡bien se lo merecían!
—Gracias, Lolita,
muchas gracias por toda la comida que ayer me enviaste a mi casa; mis nietos se
pusieron muy contentos. ¿Y la ropa? ¡Todo nos quedó como hecho a la medida!
—¡Ah! ¿Qué pasa,
Sofía? ¡Eso no fue nada! La comida que tú cocinas es sabrosa; cómo quisiera yo
darme un banquete comiendo en tu mesa todos los días —decía Lola sin soltarle
las manos a la anciana, manos llenas de nudos, retorcidas… pero que le
transmitían mucho amor y buena energía.
Se despidió Lola de
su vieja amiga, llevándose bajo su brazo un gran ramo de rosas amarillas y, en
sus manos, una caja de chocolates para don Clemente.
A pocos metros de
la entrada a la funeraria “La Casa Del Señor”, Lola detuvo su paso, inhaló
profundo y exhaló lentamente; quería estar muy serena para no cometer ninguna
imprudencia. Si el cuento de doña Cándida le venía a la mente, sería
imperdonable… ¡no sería decente!
—Buenos días, don
Clemente, ¿cómo está usted? —le saludó Lola al verlo, y acto seguido extendió
en sus manos las flores y los chocolates que había comprado para él.
Don Clemente, al
verla, palideció; su corazón se aceleró descontroladamente y no logró
pronunciar palabra alguna, ¡solo balbuceaba! Lola, entendiendo la emoción del
anciano dado el relato de la modista, se acercó a él, poniendo en sus manos los
obsequios y ofreciéndole un cariñoso abrazo. ¡Ah, la dulce y buena Lola no
sabía en lo que se metía!
El anciano,
sorprendido y emocionado, se abrazó a ella con una fuerza inusitada. De
repente, Lola oyó cómo las flores y los chocolates caían al piso; pero no era
lo único que se desplomaba… Don Clemente, fuertemente asido a ella, se le
resbalaba encima. En su desmoronamiento se aferró a ella, rasgándole la blusa y
dejando sus pechos al descubierto. Lola, de inmediato, se percató de que don
Clemente se desmayaba, pidiéndole a Dios que no fuera un infarto. Empezó a
gritar pidiendo auxilio mientras él seguía deslizándose a lo largo de su
cuerpo, hasta quedar de rodillas —lo que contuvo la caída— y su cara entre las
piernas de ella. Lola seguía gritando por ayuda mientras que el peso del bajo
pero corpulento anciano la derrumbaba. Lola cayó al suelo de espaldas, y él
encima, tal como estaba: de rodillas y con la cara metida entre sus piernas…
¡justo ahí, donde anhelaba morir! Allí inhaló su última bocanada de aire y
exhaló su último aliento: ¡el anciano había muerto contento!
De la gritería
histérica de Lola, para que le quitaran de encima al muerto, se llenó todo el
lugar de curiosos; pero nadie hacía nada por socorrerla, pues pensaban que —en
vez de muerto— don Clemente la estaba abusando, quedando estupefactos ante la
osadía del anciano.
El prefecto hizo
aparición, haciéndose paso entre la gente allí congregada y, al llegar… ¡quedó
perplejo! Don Mario Cáceres, rápidamente y con ayuda de dos agentes de policía,
retiraron —con gran esfuerzo— a don Clemente de encima de la desvalida Lola. Al
quedar él boca arriba, tenía la misma sonrisa que los difuntos maridos de ella,
solo que esta vez no había ningún pene erecto. El prefecto, sin sorpresa
alguna, entendió lo que pasaba y solo pudo expresar en voz alta:
—¡Oh! Doña Lola, ¿otro muerto?
“Entre
risas, gritos y desmayos, Lola sigue siendo la heroína del caos.”
Jejejej Pobre Lola, no pega una, ya tiene 3 muertos encima, pobre Antonio lo que le espera jejeje
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ResponderEliminarJajaj madre.. me sorprendes.. ves!.. pensé que venia una parte y me sacaste otra.. eso me gusta la sorpresa no esperada... pero que vas a hacer con la pobre Lola? un beso, avisame cuando termines la siguiente.. estaré esperando para leerla.. tqm!
ResponderEliminarajajaja no les adelantaré nada... deberán esperar hasta mañana! LOS AMO, gracias por leer mis letras... qué sería mi vida sin ustedes? ajaja
ResponderEliminarBueno,como reciente lector de esta nueva pluma con sus escritos tan libres y placenteros quiero felicitarla y animarla a seguir para que se puedan leer todos los capítulos atraves de una editorial.
ResponderEliminarajajaja Gracias Francisco, sería una especie de gran suerte. Dios te escuche! Un abrazo. Tqm.
ResponderEliminarLa Lola ahora los liquida de la emoción, que bárbara!!! A esto no se llama premeditación y alevosia. La propia mujer malvada. Se quitó a uno de encima.
ResponderEliminarajaja "literalmente" hablando... sí, o mejor dicho... se lo quitaron de encima!!
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