miércoles, 30 de marzo de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (31) LA VISITA







“Cuando la buena noticia entra por la puerta, ¡todos brincan de alegría!”

Don Luis se levantó más tarde de lo acostumbrado, por la resaca… ¡tanto vino y tanta charla! Bajó las escaleras con lentitud; cada paso era una repasada a la memoria, no quería olvidar ningún detalle del día anterior. En la medida en que bajaba, se desconcentraba: las charlas de las mujeres y el parloteo de los niños lo atraían, sacándolo de su dolor.

No había terminado de bajar el último escalón cuando Anita salió corriendo a su encuentro, seguida de sus hermanos y hermanas. Todos se peleaban por abrazarlo, casi lo derriban. Tuvo que sentarse; a todos y cada uno abrazaba, besaba y la bendición les daba.

Los varones estaban en franelillas y pantalones cortos; las niñas con vestidos de algodón estampados, abotonados en la espalda y atados con lazos. Escotes cuadrados, sin mangas, apenas sostenidos por tiras en los hombros, bien ventilados. ¡Todos en sandalias, el calor los mataba!

Doña Ana estaba parada al frente de ellos, sosteniendo en sus brazos a la más pequeña. También vestía un traje de fresco algodón, como el de las niñas: escotado y sin mangas, pero abotonado al frente; blanco con pequeñas flores azules como sus ojos, como los de Lola y los de Anita… ¡cómo amaba esa azul mirada!, intensa como el mar, pero calma como el cielo de verano. Le vino a la mente la imagen de ella cuando se convirtió en una bella damisela. Se quedaron mirándose el uno al otro, mucho se decían, aunque palabras no pronunciaban.

—Abuelo, ayer no pude verte. Te estuve esperando tooooodo el día y toooooda la noche, pero nada que llegaste y me quedé dormida. ¡Te tengo una buena noticia! —le dijo Anita, muy zalamera, mientras le entregaba un sobre de la Oficina de Correos.

Don Luis lo recibió sorprendido, más bien extrañado; miró intrigado a su mujer esperando alguna explicación.

—Ábrelo, amor, realmente es una buena noticia. ¡Te alegrará el corazón! —le dijo cariñosamente Doña Ana, instándolo a que se apresurara de una vez.

Don Luis frunció el ceño, dudoso de todo aquello. Al abrir el sobre, todos los niños guardaron silencio y se quedaron quietos, inmóviles, pendientes del suceso, sin quitar la vista de las manos del abuelo. Don Luis, sin pérdida de tiempo, sacó el papel: un telegrama. Lo leyó en voz baja, para sí.

De pronto su rostro se iluminó y una franca sonrisa apareció en sus labios. Todo el semblante le cambió, ¡le volvió la vida!

—¿Ya sabías de qué trataba, cierto? —le preguntó a su mujer, que asintió con la cabeza y con una sonrisa tan bella como la de él.

—Niños, llega mi hermana, su tía abuela… ¡la tía Isabel! Una buena noticia, la que faltaba —dijo poniéndose de pie y abrazando a Doña Ana, quien compartía su alegría y entusiasmo.

Anita y Juancito brincaron de contento, pues la tía los entretenía con sus raros y divertidos cuentos. Salvador y Santiago —los otros dos niños Gallardo— estaban confundidos, pues, si bien la conocían, de ella no se acordaban: eran muy pequeños cuando la visitaron en Las Islas Canarias.

—Llegará en el Santa María, la arribada será pasado mañana en el Puerto de La Guaira. Todo está dispuesto para irla a buscar y alojarla, así que no te preocupes por nada, solo disfruta de la llegada de tu hermana —le decía Doña Ana a su marido, mientras lo conducía a la cocina, aún abrazada de él, para que tomase café y desayunara como Dios manda.

Todos comieron con calma, pero con mucha algarabía. Solo se hablaba de la inesperada visita de la tía Isabel. No faltaba nadie en la mesa; hasta las empleadas estaban sentadas con ellos. Las mujeres charlaban y reían y todo lo planificaban, bajo la mirada atenta de Don Luis y los niños, que bien lo disfrutaban. Decían que nada debía fallar ni faltar.

Escribían en un papel y borraban; añadían y quitaban… hasta que por fin estuvieron de acuerdo en lo que tenían que hacer y comprar. Se distribuyeron las tareas, echaron un suspiro de alivio y detrás una carcajada: estaban contentas, muy entusiasmadas.

—Esta vez, papá, vamos a prepararnos bien para atenderla como se debe; le conocemos mejor y sabremos cómo agradarla —dijo Lola muerta de la risa, recordando cómo la vez pasada se burlaban de la buena y simpática tía, diciéndole que, al morirse, ¡la lengua —en urna separada— se la enterraban!

“Telegramas que iluminan rostros y desatan brincos: ¡así es la vida en familia!”


NOTA: La foto que ilustra este relato es cortesía de Google. Aparece en manuscrito nombres ilegibles, se presume autor; y unas letras digitales, se presume propietario. A ellos sus méritos y derechos correspondientes.

1 comentario:

  1. Santa Isabel, Patrona de las viudas y de las novias. Que se traerá esta Doña? Solo AMPM lo sabe.

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