“Cuando el salón parece
tribunal y el juez es papá.”
—Don Luis montó
en cólera al escuchar el nombre de Doña Rosaura. Les tenía prohibido a sus
hijas salirse de la fe cristiana, ¡nada de brujerías! Siempre las había
alertado de que el mal acecha, esperando encontrar cualquier rendija para
meterse en la mente y robarse el alma.
Era tal la furia
de su padre, que Márgara y Ana Isabel intentaron escapar para que esta no las
alcanzara. Pero fue en vano. Entre bajarse las niñas del regazo y tratar de
zigzaguear entre los niños que estaban en el suelo… ¡no les dio tiempo!
¡Ustedes dos —se dirigió a ellas—
ni se atrevan a sacar un pie de este salón!
Se quedaron
petrificadas; tal era el susto que parecían estatuas de mármol blanco… ¡y por
las palomas cagadas!
—Te juro, padre,
que yo no tuve nada que ver en eso. Solo cuidé a los niños porque Márgara me lo
ordenara… ¡ella fue la de la idea! —Ana Isabel no necesitó tortura alguna para
abrir la boca y delatar a su hermana. Temblaba como una hoja y con el dedo índice
la señalaba.
—¡Cállate, no
digas nada! Ya verás cuando te agarre… ¡ni una sola greña te dejaré en esa
cabeza hueca! —le dijo Márgara, bien enfadada por su falta de solidaridad y
lealtad.
—¡Déjate de
amenazas, Irene Margarita! Aquí el único que refunfuña y castiga… ¡soy yo! En
vez de amedrentarla, debiste haberla protegido en su momento como hermana mayor
que eres, y no embaucarla en tu aventura.
Cuando el padre
dijo esto, Ana Isabel no solo se tranquilizó, sino que se atrevió a hacerle
mofa a Márgara… quien, si la cogía, ¡la mataba!
A todas estas, Doña Ana y Doña
Matilde miraban para todos lados, haciéndose las pendejas, como si la cosa no
fuera con ellas. Pero estaban equivocadas.
Don Luis,
consciente de que alterado no arreglaría nada, se separó de Lola y empezó a
caminar por todo el salón como león enjaulado. Prendió su habano y, poco a
poco, se fue calmando. Solo se oían los gimoteos de Lola y las risitas de
Juancito y Anita, a quienes les encantaban las reuniones de los mayores porque
eran más divertidas que ir a una piñata un sábado o a un circo un domingo.
—Ustedes —se
dirigió, con la mirada, a las empleadas de la casa, a Doña Teresita y también a
las nanas—, vayan a encargarse de los asuntos que les son propios.
Las mujeres
salieron rapidísimas, antes de que se arrepintiera y diera una contraorden.
Cuando estas salían, Doña Ana y Doña Matilde intentaron irse con ellas, pero no
les resultó la jugada.
—¡Epa, epa! ¿A
dónde creen ustedes que van? Quédense ahí sentadas —les dijo con voz de mando.
—Pero, mi amor,
¿qué tengo que ver yo con este enredo que armaron las muchachas? —se justificó
Doña Ana.
—Caramba,
compadre, no se ponga bravo… Yo lo único que quería era asegurarme de que el
almuerzo estuviera listo a su hora. Además, es un asunto de familia… ¡y yo solo
soy una invitada! —se apresuró en decir, muy convenientemente, Doña Matilde.
Don Luis las
miró y, con la mirada, las sentó. De ahí en adelante, todas guardaron el más
estricto silencio y lo dejaron con su monólogo.
—Doña Blanca y
Doña María, hagan el favor de llevarse a los niños y atenderlos como Dios manda
—les insistió Don Luis con voz firme.
Enseguida, y sin
rezongar, las nanas procedieron a lo pertinente. Todos los niños salieron en
perfecta fila india y callados; solo se escuchaban las voces de protesta de
Juancito y Anita, quienes se lamentaban por perderse la mejor parte.
Rezongaban, ¡decían que no era justo!
Una vez que se
quedaron quienes se tenían que quedar, Márgara —por instrucción de su padre—
contó la aventura con la bruja. Don Luis, quien no terminaba de entender todo
aquel asunto, se expresó:
—Quiero que les
quede bien claro que, si estoy hablando con ustedes sobre este tema, es por la
aflicción de Lola, y también la de Antonio. Este asunto debo encararlo por la
salud de todos, pero ni crean que esto se queda así. Una vez resuelva el enigma
de la “profecía” de Doña Rosaura —hizo ademanes con los dedos, como si metiera
la palabra entre comillas—, nos sentaremos a hablar del problema de fondo: la
actitud equivocada de ustedes… y la falta de supervisión y dirección de su
madre.
Dijo esto
reprochando con la mirada a su mujer, que estaba que se meaba del susto. Don
Luis hizo una pausa y prosiguió:
—Ahora bien,
¿cómo saben ustedes que al decir “van tres de siete” se refería Doña Rosaura a
muertos y no a otra vaina?
Esta
interrogante del padre hizo que Lola se estremeciera, como si le quitaran un
pesado velo de la cara. Ella, Márgara y Ana Isabel se miraron: se sintieron
tontas por no haberse formulado esa pregunta antes. ¿Cómo no pensaron en eso?
—No lo aclaró,
padre —le dijo Márgara—, pero eso lo supusimos. Justo en ese momento ya a Lola
se le habían muerto tres: Don Juan, Don Fernando y el viejo Don Clemente.
¡Sería demasiada casualidad!
—¡Ah! Las niñas
lo supusieron… ¡de verdad que ustedes me resultaron bien pendejas! —el padre
estaba molesto y se iba alterando de nuevo—. ¿Desde cuándo las suposiciones son
verdades sobre las cuales se construye la vida? Las suposiciones son malas
consejeras: confunden, crean inseguridades y temores; solo causan enredos e
intrigas.
Don Luis guardó silencio por unos
minutos y concluyó:
—Bien, no se
diga más. Entre hoy y mañana me encargo de resolver unos negocios que aquí
tengo pendientes. Y en un par de días, a lo sumo, nos vamos a ver a Doña
Rosaura, para que nos diga realmente qué vio en esas cartas.
Apenas terminó
de hablar, salió del salón dejando solas a las mujeres. Salió tranquilo,
convencido de que todo se solucionaría, pues de seguro todo aquello se trataba
de simple sugestión provocada por las habladurías de la gente.
En algo estaba
claro Don Luis: ¡ellas —ni de vaina— se salvarían de una sanción después que él
lograse enderezar el entuerto que habían formado con sus tonterías!
“Y
mientras Don Luis regañaba, Juancito y Anita pedían palomitas.”
Uyyyy que pasará ahora donde la bruja....
ResponderEliminarA veces leo los capítulos nuevos desde el móvil y si ando en la calle la gente se me queda mirando pues me río a carcajadas... besos
ajaja cuidado Rumi, el estar pendiente del móvil... es causa de accidentes!ajajaja Besos mi niña, Dios los bendiga.
ResponderEliminarMachismo puro, y después se quejan. ¿Por dónde vendra la bruja, o mejor dicho nuestra Agatha Christie con su ingenio?
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