miércoles, 23 de marzo de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (29) ¡QUÉ CARAJO!





“Lola curiosa, Antonio fascinado… y Don Luis sin filtro.”

Salieron todos en silencio por el largo zaguán, acompañados de Doña Rosaura, quien muy discretamente metió un papelito doblado en el bolsillo de Don Luis… ¡el muy tonto no pudo disimular la emoción y cambió de colores como un camaleón!

—Espero se vayan tranquilos y en sus vidas reine la paz y el bien. No te pierdas, Luis, esta es tu casa… puedes venir a visitarme cuando quieras —le dijo guiñándole un ojo y echándole un beso al aire.

Don Luis pegó otro brinco. Doña Ana, esta vez, no le clavó las uñas, sino que le pegó un gran pellizco y le dijo muy bajo, acercándose al oído:

—Si tú te atreves a venir a la casa de esta mujer… ¡te juro que te lo arranco!

Se refería al pene, claro está. Luego se echó a andar delante del marido, encolerizada; los celos la mataban. Don Luis aprovechó para voltearse y, mirando a Doña Rosaura, dobló los brazos hacia delante con las palmas hacia arriba, como señal de interrogante: ¿Qué pasó, Rosaura, vas a seguir echando leña al fuego? Eso parecía preguntarle con la mirada; pero a Doña Rosaura ese asunto de los celos le causaba mucha gracia, y soltó una franca risotada. Se dio media vuelta y trancó las puertas tras ella, como si nada.

—Ni se te ocurra, mujer. Este viaje de regreso yo no lo hago en desgracia… ¡no permitiré que de nuevo me claves tus garras! —le dijo Don Luis a Doña Ana cuando esta pretendía sentarse junto a él.

La tomó delicada —pero firmemente— del brazo y la sacó del lugar que por “ley” le correspondía. Abrió la portezuela de la parte posterior y allí la sentó.

—Ahí vas muy tranquilita, y si es calladita… ¡mucho mejor! Y tú, Antonio, te vienes adelante conmigo. Deja a Lola con las mujeres… ¡que vayan atrás, para que no jodan con el temita de Doña Rosaura!

Antonio contuvo la risa e hizo caso a su suegro. Acomodó a todas las mujeres en el asiento posterior y luego se colocó en el puesto delantero: iría de copiloto. Estaba de lo más contento y nada le echaría a perder ese momento.

Doña Ana seguía enojada, pero su hermana Matilde le daba codazos para que cambiara la cara. Le hacía señas con los ojos y muecas con la boca, dándole a entender que allí no había pasado nada. Márgara las miraba, y ante cualquier asomo de que intentara pronunciar palabra, las dos se ponían el dedo en la boca en señal de que se mantuviera callada.

—Padre, ¿por qué mi madre está enojada y por qué Doña Rosaura es tan confianzuda contigo? ¿Fue tu novia? —le preguntó Lola con una sonrisa picarona.

Don Luis, que no llevaba ni cuatro minutos en carretera, no contestó nada.

—Papá, ¿no me escuchaste? —insistió ella, mirando a las otras que, con el silencio, le daban su anuencia para que preguntara.

—Lola, ¡mejor te callas! —le contestó muy seco.

—Caramba, padre, ¿no ves que con tu silencio lo que haces es aumentar la intriga y darle al asunto más gravedad de la que en realidad pueda tener? ¡Anda, echa el cuento afuera y así nos entretienes en la carretera! —insistió Lola, echada sobre el espaldar del asiento delantero, rodeando el cuello de Don Luis muy cariñosamente y muerta de la risa.

—¡Qué carajo! ¿Quieren cuento? ¡Cuento tendrán! —dijo Don Luis en un arranque de mal humor.

Antonio tenía una cara de fascinación por todo ese alboroto familiar. Aquello le producía bienestar: denotaba franqueza entre ellos y confianza en él. Su familia era muy conservadora y nada de esas familiaridades se disfrutaba en su hogar. Se sentía bien con ellos, se sentía en familia.

—¡Ay, Don Luis! Cuidado con lo que salga de su boca… después no acepto que se retracte de nada, y nada le perdono —le dijo Doña Ana, aún con su enojo.

—Usted se queda calladita, Doña Ana. ¡Fue usted la que empezó toda esta intriga con su alharaca! —la regañó su marido.

—Escuchen bien, pues el cuento no pienso repetir. Cuando yo contaba con dieciséis años ya era todo un mozo y las mujeres me gustaban. Ana solo era una niña de ocho, y con muñecas jugaba. En cambio, Doña Rosaura tenía veintidós y era extremadamente guapa… y muy dada a hacer favores a aquellos que bien la trataban. Ustedes saben, la consideraban “rara” por eso de la videncia; casi nadie le hablaba. Luego, al crecer tu madre, me enamoré de ella y más nunca volví a ver a Rosau… a Doña Rosaura. ¡Eso es todo, no sé por qué forman tanto drama!

Hizo una pausa, respiró hondo y remató con ironía:

—¡Ah! Y no quiero que se vuelva a hablar del tema, porque si no, me voy a visitar a la dama y así, ¡si hablan, ya no será cuento! —concluyó Don Luis, creyendo —iluso él— que al asunto le había puesto el punto final.

“Don Luis hablando claro… y Doña Ana ajustándole cuentas.”

NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajado de Imágenes de Google. En ella se encuentran unas letras ilegibles. Se desconoce autor o propietario.

2 comentarios:

  1. En tremendo lio se metió Don Luis!!! Tan zamarro y tan ingenuo. Hubiese inventado una mentirilla piadosa o cualquier otra excusa: Que la Bruja todo lo enrreda, la edad, etc, etc. El pez muere por la boca, jajaja

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