"El verdadero espanto no fue el diablo… sino las nalgas del abuelo en blanco y negro.”
Eso de brujas,
enojos, ansiedades, llantos y gritos con diablos y espantos ya era historia,
había quedado atrás. La magia que produce la felicidad tocaba a la familia Díaz
Robaina para no abandonarla por mucho tiempo. No me atrevería a decir que
nunca, jamás. No, no les diría eso… ¡les mentiría!
En toda la casa,
en cada rincón, se podían respirar los aromas que se desprendían de las ollas y
sartenes sobre la estufa. Pero los aromas no venían solos: los melodiosos
sonidos de los platos y cuchillos, de las charlas, de las risas a carcajadas…
¡los acompañaban!
—Lo juro —le
decía Doña Blanca a Doña Matilde, Doña Teresita y a las demás empleadas— que yo
no vuelvo a dormir sin las gafas puestas. Si no fuera porque me dijeron que fue
una travesura de la niña Ana, yo aún estaría diciendo… ¡que vi al diablo y a un
espanto cerca de mi cama! —Cuando hablaba ponía cara de incrédula, como dando
lugar a la duda, y se persignaba.
Las demás
mujeres estallaban en risas y de ella se mofaban. Doña Matilde necesitó ser
auxiliada, de la cocina fue sacada… ¡de la risa no contuvo la meada!
Don Luis, Lola y
Márgara se levantaron muy temprano; estaban en el campo con el capataz y el
peonaje, dejando todo listo. El regreso a casa ya se acercaba: mañana temprano,
con maletas y demás equipaje… ¡todos se marchaban!
Como la más pura
y cristalina agua que se filtra por un tinajero, uno a uno fueron bajando los
niños. A pesar de tener en sus caritas la huella del trasnocho, el alboroto no
dejaban; comentaban del susto, pero también de la pela que la abuela le dio a
Ana.
Se sentaron
según las mujeres les ordenaban, guardando compostura una vez que a la mesa
estaban. En el rostro de todos, la intriga se dibujaba; esperaban que Anita
bajara y poder ver la humillación reflejada en su cara.
De repente,
todos enmudecieron: Anita por la escalera se asomaba. Ella, que de tonta no
tenía nada, captó el momento… ¡a todos tenía en suspenso! Inhaló profundamente
y tomó valor. Ignorar a todos era algo que necesitaba y, más aún, disimular que
el culo le molestaba.
Le dolía
muchísimo por las nalgadas que la abuela le propinara… si ellos se daban
cuenta, ¡derrotada estaba! Bajó las escaleras con la barbilla levantada, como
si se tratara de una gran dama, con el cabello suelto tapándole casi por
completo la cara. Se sentó como pudo, ocultando el dolor que la hinchazón de
las nalgas le provocaba.
Logró su
objetivo: ¡dejó a todos con las ganas de verla humillada! Empezaron a comer en
orden, con los buenos modales que la madre y los abuelos les enseñaran.
Anita, al dejar
de ser el centro de atención, se sintió más cómoda, liberando sus pensamientos
y emociones. Sola se sonreía al recordar la hermosa imagen de su abuela
arreglada y perfumada para conquistar al abuelo; se le parecía tanto a su
madre, en aquellas noches de verano, cuando en la terraza de la casa charlaba
con su padre… al que ya casi no recordaba.
Esto le produjo
nostalgia; alguna que otra lágrima por sus ojos se escapaba. De repente, se le
vino a la mente —como una fotografía en blanco y negro— las nalgas blancas y
peludas del abuelo… ¡volviendo su rostro a iluminarse con una sonrisa hermosa,
de esas que solo ella dibujaba!
Ya de regreso,
Márgara entró a la casa, pero Lola y Don Luis se rezagaron:
—Padre —le dijo
Lola, tomándolo de la mano— quiero agradecerte por haberme devuelto los sueños
y los anhelos. Mi corazón, antes de que tú llegaras, se estaba muriendo. —Los
ojos se le llenaron de lágrimas; lo veía con profundo amor y respeto.
—Hija mía, sabes
que por tu bien y tu felicidad haría todo lo necesario —le dijo, tomando su
rostro entre ambas manos—, pero espero hayas aprendido la lección: si tienes
dudas y quieres consejos, no te acerques a extraños, arrímate a los tuyos, a
los que siempre te han amado. —Al terminar sus palabras, Don Luis atrajo hacia
sí a Lola, abrazándola muy fuerte y diciéndole al oído—: Nunca me apartes de tu
vida… no olvides lo mucho que te amo.
Lola
correspondió el amoroso abrazo de su padre. No dijo nada, no hacían falta las
palabras. Entre ellos había un pacto de amor. No lo sabían… ¡ni la muerte
lograría separarlos!
“Moraleja:
la dignidad camina erguida… aunque duela sentarse.”
Porque se orinan tanto? Tendrán que visitar al especialista. Uff...mejor no te doy ideas porque sería para ir al baño.
ResponderEliminarEste capítulo es uno de mis preferidos Néstor, hay mucho sentimiento en él... y también da para reflexionar. Saludos amigo.
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