“Tres de siete… ¡y el
misterio sigue dando vueltas!”
Estaban todos
quietos —pero muy inquietos—, sentados en un gran banco de madera semicircular
con espaldar finamente tallado, una verdadera obra de arte de algún ebanista
que en ello puso mucho cuidado. Cada uno tenía un pensamiento en mente, al de
los otros ¡completamente diferente!
Lola y Antonio
estaban sentados muy juntitos, de las manos tomadas. Él, tranquilo, sabía que
nada malo pasaba con el amor de ellos. Ella, angustiada, deseosa de que de su
inseguridad la sacaran. Doña Matilde, echándose una gozada, a la expectativa de
ver cómo todo aquello terminaba. Márgara hilaba mentalmente lo que contaría a
Doña Rosaura. Doña Ana, montada en celos, con la mano bien afincada sobre el
muslo de su marido para que no se olvidase de que ella allí estaba. Y Don Luis,
calladito, para no alborotar el avispero en el que se encontraba.
Doña Rosaura
apareció de la nada, silenciosa, y de esa manera se sentó frente a ellos en un
gran sillón de suela repujada y de madera tallada, tan fina como la del banco
donde ellos se encontraban. Prendió un cigarrillo y a todos, uno por uno, fue
mirando. Detuvo la mirada en Márgara, a quien reconoció como la muchacha que
aquel día acompañaba al sodomita al que ella le leyera las cartas: Lola. Luego
se fijó en Doña Ana, examinándola con cuidado para no perder detalle de nada.
—Caramba, Doña
Ana, ¡cuánto tiempo tenía sin verla! La última vez aún era una señorita —le
dijo muy seria y con una intensa mirada.
Pero Doña Ana no
le respondió nada, ni por cortesía; le sostuvo la mirada, ¡a ella nadie la
intimidaba!
Doña Rosaura
continuó recorriendo a todos con la vista hasta llegar a Don Luis, quien
esquivó la mirada haciéndose el pendejo, a ver si no le hablaba… pero no le
resultó.
—Y tú, Luis,
estás igualito de guapo; parece que fue ayer… ¡hasta te has puesto mejor con
los años! —dijo esto a conciencia de que molestaría a su mujer, por lo cual
mostró una sonrisa de complacencia.
Don Luis pegó un
pequeño brinco por las uñas que Doña Ana le enterrara. Doña Matilde, con los
ojos bien abiertos, la rabieta de su prima esperaba… pero no pasó nada; aquella
se comportó como una dama.
—¡Gracias! Todo
bien, aquí con la familia —se apresuró a contestar “Luis” para cortar la charla
de Doña Rosaura, a ver si su mujer le desencajaba las uñas del muslo; pero no,
ahí seguían, bien clavadas.
Todos guardaban
silencio; la intriga no los abandonaba. No entendían la familiaridad con la
cual la bruja lo trataba, salvo Doña Matilde y Doña Ana, que el secreto
guardaban.
—Bien, ustedes
dirán a qué debo el honor… ¿a qué vinieron ustedes aquí? —inquirió ella, a la
vez que soltaba una bocanada, envolviéndose en una nube de humo y perfumando el
recinto a tabaco rubio, el inglés, que olía muy bien.
—Lo que pasa,
Doña Rosaura, es que la vez que vinimos usted dijo algo que nos dejó
confundidas, tanto… que la vida nos ha cambiado. Queríamos saber si nos puede
aclarar el asunto y así, quizás, se resuelva todo —estas palabras las dijo
Márgara, casi atropelladas por el nerviosismo que la embargaba.
—¿Confundidas?
No entiendo. A ti las cartas no te he echado, y la única vez que viniste fue
acompañando a un “él” … entonces, ¿de qué estamos hablando? —Doña Rosaura hizo
la pregunta solo para introducir la charla, pues ya conocía la respuesta. En
verdad, ya sabía a qué venían, pues “Luis” ya le había anticipado el motivo de
la visita.
—Sí, lo sé, era
Lola disfrazada; no quería que la vieran y de ella siguieran hablando. El
asunto estaba mal y no lo queríamos empeorar: la gente diría que los muertos
serían por hechicería, así como usted dijo… que se rompería.
—¿Muertos? ¿De
qué demonios estás hablando? ¡Hazme el favor y aclara, que me tienes tan
confundida ahora como me confundieron esa mañana! —exclamó Doña Rosaura, un
poco en serio y un poco en broma.
—A Don Juan y
Don Fernando, sus difuntos esposos… y a Don Clemente —acotó Márgara.
—Dos maridos
difuntos tienes encima… —dijo Doña Rosaura sin sorprenderse, mirando a Lola—.
¡Ah! Lo de Don Clemente… hasta aquí llegaron las habladurías. ¿Y qué tiene que
ver todo este asunto de los muertos con lo que yo les haya dicho en aquel
momento? —puntualizó Doña Rosaura.
—Que usted dijo
que llevaba “tres de siete”. Lola está asustada, teme que Antonio pueda ser el
cuarto…
Aquello le
resultó hilarante a Doña Rosaura, provocándole una inesperada risa que hizo que
se ahogara con el humo del cigarrillo que, justo en ese momento, aspiraba. Se
puso de pie y mandó a callar a Márgara.
—Ya, ya, ya…
calla. Por tratar de engañarme a mí ese día, ¡salieron ustedes muy apresuradas
y más enredadas de como entraron! Les confieso que, en aquel momento, lograron
llegarme a molestar y confundir: mi visión era sobre una mujer y, en frente, lo
que tenía era a un afeminado. Llegué a pensar que mi don me abandonaba… —Doña
Rosaura hizo una pausa, inhaló profundamente y prosiguió—. Antonio es el
“guerrero” y el hecho de que esté aquí indica que ya venció y empieza a beber
las mieles… Y sí, lo confirmo más segura que antes: llevas tres de siete, y
posiblemente sean cuatro de ocho… ¡quién sabe cuántos de tantos! La incógnita
solo la podrán despejar ustedes dos.
Dijo esto
mirando fijamente tanto a Antonio como a Lola, pero con una dulce sonrisa en
los labios, casi triunfal.
Antonio, quien
era muy hábil con los números y en aquello de resolver enigmas, solo necesitó
segundos para descifrar aquella ecuación, por decirlo de alguna manera. Miró
agradecido a Doña Rosaura por la bondad de sus palabras; luego volteó a mirar a
Lola y apretó aún más la mano de ella, llevándosela a los labios y besándola
suavemente, al tiempo que le decía:
—Cada día te amo
más y más… y no sé cuánto más se pueda llegar a amar a alguien, ¡pero yo lo
abarcaré!
Lola no
comprendía nada, pero la seguridad y el amor de Antonio le eran suficientes
para disipar sus temores y echar a andar sus amores.
“Antonio descifrando ecuaciones amorosas
mientras Lola solo sonríe.”
Pido a mis amig@s lectores disculpas por la demora en la entrega de este capítulo; me afectó un fuerte virosis... que aún me mantiene lerda! jeje Saludos a todos.Gracias.
ResponderEliminarMuy bien...hurra!!! Sin ser un critico especializado, me gusta como desarrollas los personajes y situaciones. Lo de Doña Rosaura y Don Luis esta buenisimo. Te felicito ANA MARGARITA, este capitulo cubrió mis expectativas. Gracias.
ResponderEliminarEspero que se mejore pronto de la virosis...
ResponderEliminarEste capítulo me dejo como a Lola, un poco confundida pero me imagino que en el siguiente capitulo me enteraré. Lo de don Luis y Doña Rosaura le añade aún mas picardía al asunto, jeje me encanta.
Mil besos
Felicitaciones Margarita,los últimos tres capítulos mantienen la intriga de la trama, pues no se ve desenvolmimiento del enredo,creo que vas a tener que escribir unos cuantos relatos mas para ir aclarando esa interesante historía.
ResponderEliminarGracias Néstor, un abrazote amigo.-
ResponderEliminarGracias Rumi, ya estoy bastante mejor, aunque no bien del todo, un besote mi niña linda.-
jejeje Gracias Francisco... estabas perdido! a veces las cosas son tan simples y estan a la vista... que no la percibimos al estar atentos a que suceda algún asunto más complicado; Pero en dos capítulos, más o menos... quedará al descubierto el misterio, que no es tal. Un besote para ti cariño, cuidate.