“Lola temblando como hoja… ¡y
las cartas riéndose desde la mesa!”
Don Luis no pudo
conciliar el sueño esa noche; estaba ansioso por la entrevista con Doña
Rosaura. Antes de que cantara el gallo, se levantó cuidadosamente de la cama,
sin hacer movimientos que despertaran a su mujer. Se desplazó sigilosamente, a
oscuras, por la habitación hasta el cuarto de aseo. Se duchó y acicaló; ahí
mismo se vistió, pues por nada del mundo deseaba que Doña Ana se despertara. No
quería que lo acompañara. Apagó la luz antes de abrir la puerta y salir hacia
la habitación. Y así, como un ladrón, a hurtadillas se escabulló muy tranquilo,
seguro de que ella seguía dormida… ¡en la cama vio el bulto de su cuerpo bien
arropado!
Siguió bajando
las escaleras con mucha cautela, para no tropezar con algo que los niños, por
descuido, hubieran dejado. Antes de completar la bajada vio cómo de la cocina
la luz se colaba, igual que el café, cuyo olor todo lo perfumaba. Seguro allí
estarían Lola y Márgara, esperándolo para poner todo en marcha. Efectivamente,
allí estaban ellas… ¡y Doña Matilde con Doña Ana, las dos muy compuestas como
si fueran a una cena de gala!
—¡Carajo, lo que
me faltaba! —exclamó inconscientemente Don Luis, quien no podía disimular la
frustración que lo embargaba.
—¿Qué fue lo que
dijiste, querido, que no te escuché bien? —le preguntó sarcásticamente Doña
Ana, que había oído perfectamente, pero se hacía la pendeja para no entrar en
polémica tan temprano en la mañana.
—¡Qué bueno que
ya estén arregladas! —trató de emendar su torpeza, pero sin muchas ganas ni
éxito alguno.
Doña Matilde,
que sabía muy bien lo que allí se ocultaba, no dejaba de sonreír; a la vez
hacía una mueca en su rostro y unos ademanes con sus manos, como queriéndole
decir al compadre: “Yo no quería, fui obligada”.
Lola y Márgara
miraban a uno y después al otro, sin entender nada; pero poco les importaba,
pues en otro asunto estaban ensimismadas. Doña Teresita, que de todos los
enredos gozaba, metió cizaña:
—¡Qué bien huele
Don Luis! Ese perfume tenía tiempo que no lo usaba. ¿Y ese traje? ¿Y esa
corbata?… ¡Qué guapo está, si hasta parece que va para un casorio!
—Doña Teresita,
si le va a echar leña al fuego, asegúrese de que sea directo en su estufa —le
dijo Don Luis, evidentemente molesto—; de lo contrario, ¡va a salir usted
chamuscada!
—¡Ah, caramba!
Yo solo quise ser amable y, vea usted, salgo regañada —le contestó Doña
Teresita, haciéndose la ofendida, cuando en realidad se echaba una gozada.
Nadie más dijo
nada. Desayunaron en silencio, pero de reojo se atisbaban para no perderse
detalle.
Lola fue la
primera en terminar y a todos apuraba; antes de que despuntara el alba quería
estar con él, camino a ver a Doña Rosaura. Recogieron a Don Antonio, quien ya
estaba más repuesto; el amor —correspondido— en su rostro se reflejaba.
Hicieron el recorrido: no tan largo, ni tan corto. Unas veces en silencio,
otras charlando. Pero lo cierto era que, cada uno en su cabeza… ¡tenía su
trompo enrollado!
Al llegar,
bajaron en silencio, guardando la debida compostura. Cuando Don Luis se
disponía a golpear la puerta, esta se abrió de par en par: allí estaba ella.
—¡Creí que nunca
llegarían, llevo rato esperándolos! —dijo Doña Rosaura, sin mostrar emoción
alguna en su rostro.
Márgara, que si
bien no era estúpida a veces sabía hacer muy bien ese papel, le preguntó
sorprendida:
—¿Y cómo nos
esperaba, si nunca le anunciamos nuestra llegada?
Ante estas
palabras, Doña Rosaura arqueó las cejas como en señal de interrogación;
pareciera que se hubiese preguntado: “¿Y es que esta no sabe con quién habla?”
Pero no, la verdadera interrogante de la bruja fue: Caramba, ¿por qué Luis
no le habrá dicho nada a su familia de que yo ya sabía que nos veríamos esta
mañana? Guardó silencio: la prudencia se lo aconsejaba.
—Sigan, sigan,
hasta el fondo, y tomen asiento, que en un momento yo los atiendo —cerró las
puertas tras ellos y desapareció por un largo y angosto pasillo, sin hacer
ningún ruido.
Los dejó solos
en aquel salón extraño… oloroso a sándalo.
Ella aprovechó
para echarle —en ausencia— las cartas a Lola, para recordar qué fue lo que le
había pronosticado… ¡y que tanto alboroto causara! Pues bien, no lo recordaba.
Las mismas cartas salieron y su memoria refrescó: se acordó de aquel día en que
un joven la consultó; ahora estaba clara: ¡era Lola disfrazada! Qué tonta la
muchacha, temblaba como hoja y se fue apurada… ¡ni siquiera le exigió que sus palabras
explicara!
Soltó una ligera
risotada y se dispuso a terminar su desayuno, tranquila, como si nada: han
esperado tanto para venir el asunto aclarar, pues que esperen un poco más… no
les pasará nada, pensó Doña Rosaura.
“Don Luis sigiloso… y la
bruja más lista que nunca.”
Margarita, excelente. Te he estado leyendo y me tienes en un hilo, espero el próximo capitulo.
ResponderEliminarjejeje.... gracias Dulce Marìa... alargarè el suspenso? jajaja Un abrazo!
ResponderEliminarNooooo por favooooor, el próximo capitulo es que he estado esperando todos estos días, no lo prolongue maaas !!!
ResponderEliminaraajajaja mi querida Rumi, no, no lo voy a prolongar... pero no sufras jajaja Solo me he retardado en la entrega porque me he visto muy mal con una virosis terrible... ya me siento algo mejor. Esta semana sale ese capítulo... te lo prometo mi niña. Besos y bendiciones, los amo.
ResponderEliminarY entonces? Te gusta hacernos sufrir. En cada entrega mejoras, combinas suspenso con humor, es fabuloso. Felicitaciones. Te van a contratar también para guiones de TV.
ResponderEliminarNada de eso Néstor, nada de sufrimientos... solo entretenimiento! jeje Saludos. gracias por tu comentario.
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