viernes, 11 de marzo de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: ( 22 ) EL CHISMORREO




"El chisme: patrimonio cultural y arma letal.”

Las mujeres se quedaron solas después de que Don Luis saliera. Se sintieron a sus anchas para hablar como quisieran. Lo primero que notaron, y así lo comentaron, fue el cambio de actitud de Lola después de la intervención de su padre… ¡el alma le había vuelto al cuerpo, comportándose más normal de lo que había hecho en ese último tiempo!

Una vez Doña Ana hubo calmado a Márgara —que correteaba a Ana Isabel por la sala para darle su merecido— se sentó muy juntita a sus hijas para poder hablarles en voz baja:

—Eso que hicieron, hijas mías, estuvo muy mal hecho, porque al recurrir a Doña Rosaura para que les dilucidara sus dudas con respecto a los muertos, denota que no están claras en la fe cristiana, que hacen caso a las habladurías y que en mí no tienen confianza —hablaba al tiempo que echaba miradas de reproche a las muchachas—.

Y prosiguió diciendo:

—Mi Luis es un hombre maravilloso, para nada violento, pero lo que hicieron me costará caro; me dará una buena reprimenda y no lo olvidará en mucho tiempo… —las últimas palabras las dijo como si fuera víctima de una tragedia, con las manos en el corazón y la mirada elevada, suplicando piedad al cielo; exhaló un suspiro como si muriera sin remedio. Doña Matilde se reía con el melodrama de su hermana.

—Deja la payasada, Ana, que no es para tanto la vaina; ¡cuéntales a las chicas la verdad sobre Rosaura!

—¿La verdad? ¿Qué verdad, madre? —preguntaron las tres al unísono, con las caras que pone todo pendejo al caer en la intriga.

—Les voy a contar —decía Doña Ana al tiempo que miraba a su derredor para cerciorarse de que nadie ajeno a ellas la escuchara—, pero lo que aquí se hable… ¡como secreto de confesión deben guardar!

No había terminado de hablar, cuando Doña Matilde la interrumpió:

—¡Habla, mujer, sin tanto misterio! Ese cuento lo conoce todo el pueblo —y soltó su acostumbrada carcajada.

—¡Ah, Matilde, que ordinaria eres! A todo le quitas interés, ¡qué fastidio contigo… déjame echar el cuento como yo lo sé! —le reclamó Doña Ana, quien ya se impacientaba. Las muchachas estaban ansiosas porque el cuento comenzara y le hacían señas a la madre para que de una vez lo iniciara.

—Bueno, como les decía… Doña Rosaura no siempre fue conocida como una bruja. Ella nació en el pueblo y allá mismo se crió. Era hija de un médico que de la capital llegara. De chica, en la escuela, siempre la llamaron la “rara” porque sabía, de antemano, las cosas que le sucederían a todo aquel que se le acercara. Eso sí, solo cosas buenas pronosticaba y, si algo malo se le atravesaba por la cabeza, no lo decía, pero alertaba. Ya más grande, sus padres la retiraron de la escuela y de su educación se encargaban unos tutores que iban a su casa. Cuando se hizo mujer, su belleza era enorme y, sumada a su arrogancia, inspiraba pasión a los hombres… —Doña Ana cortó el relato y guardó silencio. Se puso de pie y observó por la puerta y las ventanas; creyó haber escuchado un ruido extraño, como si alguien oculto las espiara.

Así se lo hizo saber a su hermana y a las hijas, quienes también se cercioraron… pero no encontraron a nadie ni nada. Se miraron entre sí y, con las manos, se sobaban los brazos; estaban todas con la piel erizada. Llegaron a pensar que esos ruidos eran provocados por algo de ultratumba. Pero eso no las detuvo: sentaron a Doña Ana y la exhortaron a continuar la charla.

—Bien, continúo. Como les decía, a los hombres el aliento les sacaba y el sueño se los robaba. ¡Hacía, con sus corazones, lo que le daba la gana!

Justo cuando Doña Ana pronuncia estas palabras, se escucharon —de nuevo— unos ruidos extraños que a todas asustaron, como si alguien por el piso se arrastrara emitiendo gemidos sofocados. Salieron del miedo corriendo, atropellándose unas a otras; tenían todo el cuerpo erizado y las caras desencajadas, pálidas, literalmente meadas del susto. ¡Pensaban que eran cosas de la bruja!

Entre ellas acordaron guardar silencio, como si esa charla jamás se hubiera dado.

“Y así, juraron guardar silencio… como quien promete dieta el 1 de enero.”


2 comentarios:

  1. Muy interesante este parte de tus relatos,haces sentir en los lectores la intriga,es decir,dejas ver la acción que se ejecuta con astucia y ocultamente,para coseguir el fin y la trama de la historia parece cambiar.

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  2. Ahora si se enrreda el cuento, varias mujeres juntas son peligrosas, menos que les salió el bicho o a lo mejor los niñitos, como siempre, escuchando tras las puertas o escondidos, ya veremos la genialidad de la autora adonde nos conduce.

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