martes, 8 de marzo de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (XVIII) LA JUGADA





LOLA Y SUS ENREDOS: (XVIII) LA JUGADA





Don Luis, antes de pasar por donde su amigo Don José, para ponerse de acuerdo para jugar cartas, pasó por el hospital a ver a Don Antonio. Éste cuando lo vio llegar, se puso muy contento, y mientras aquél le saludaba y le hablaba, no dejaba de mirar hacia la puerta… esperando que Lola entrara. Su suegro, que pendejo no era, se dio cuenta de la ansiedad del muchacho y poniéndole fin a sus expectativas, le dijo:
- Lo siento Antonio, Lola no entrará por esa puerta, ya debe estar en “ La Laguna Grande”… con sus hijos, madre y hermanas… está arreglando lo de la paga.- no había terminado de hablarle, cuando los ojos de Antonio se llenaron de lágrimas. A Don Luis se le puso el corazón arrugadito, de tristeza por el mozo. Antonio no volvió a articular palabra; así como sus ojos estaban tristes, sus mandíbulas se trancaban de la rabia… se podía oír el chirrido de sus dientes, así de apretadas estaban. Se excusó con Don Luis, dijo dolerle la pierna, se dio media vuelta y le dio la espalda. Don Luis comprendió, a él tampoco le gustaría que lo vieran llorar… y menos por una dama!
Camino a la Iglesia, no dejaba de pensar en el pobre muchacho; quería mucho a su hija y ella le daba este maltrato… qué vaina tan seria con Lola –pensó Don Luis- justo en el momento en que divisó a Don José entrando al zaguán de la casa parroquial, discutiendo con Don Francisco, el padrecito. Se pusieron de acuerdo: las partidas serían en la casa parroquial, después de la última misa del día; solo tomarían vino y con moderación; nada de fumar ni blasfemar y, por supuesto, nada de trampas… para no ofender a Dios!
Don Luis se fue sumamente contento y dispuesto a avisarles a los otros sobre el juego. Sobre las reglas -impuestas por Don José- ni se preocupaba, era éste quien primero estaba dispuesto a romperlas; era él quien más fumaba; además, el vino que tomarían era el mejor, se lo mandaba la Iglesia desde un monasterio en Italia… era un vino digno de consagrar. Por las blasfemias tampoco se mortificaba, si alguna se llegara escapar, el curita Don Francisco siempre estaba atento y dispuesto a perdonar. En cuanto a las trampas… eran palabras mayores; en eso se mantendrían a raya, pues… como estarían en la casa de Dios, nada le costaba a Éste… mandarles un rayo y partirlos en dos!
Ya eran las seis de la tarde y los cinco hombres estaban parados en el zaguán de la casa parroquial. Esperaban a que Don José terminara de dar la Santa Misa, para ponerse a jugar. Entre charla y charla, los hombres miraban a su derredor. La tarde estaba quieta, sin brisa ni piar de aves, no había a la vista ningún animal. El cielo rojo, un crepúsculo inusual… no estaban en Semana Santa. La percepción -del extraño ambiente- fue interrumpida por el padrecito, quien los hizo pasar. Como carajitos, en piñata, todos a sus sillas se fueron a acomodar. Llenaron los vasos de vino, dispusieron los ceniceros y empezaron a barajar las cartas… las manos estaban echadas! Decían chistes y soltaban las carcajadas. Contaban chismes… y el padrecito se persignaba. Subían cartas, apostaban y las bajaban. Don Francisco no jugaba, era un simple observador y -como todo novato- preguntaba y comentaba; todos estaban algo molesto… a punto de darles un sopapo. En un descuido de Don José, el curita Don Francisco se agacha, recoge un par de cartas del piso y dice en voz alta:
- Don José, estas se le han caído de la sotana- y con su mano expone a la vista de todos… dos Ases!- todos observaron, primero en silencio y luego reventaron en ira… el párroco les estaba haciendo trampas en la mismísima casa de Dios. Don Luis, quien ya tenía pendiente la revancha, se puso furibundo y exclamó:
- Debería Dios hacer justicia, abrir un hueco en la tierra y mandarlo al infierno!- apenas Don Luis terminó de vociferar, empezó la tierra a rugir, la mesa y las sillas saltaban como si estuviesen montadas sobre resortes. Los cuadros, libros, Santos y candelabros al piso fueron a dar. Las Arañas -que pendían del altísimo techo de madera- se mecían sin parar. Se oía como las losas y botellas se quebraban, unas tras otras… todos estaban anonadados, todo fue muy rápido, no sabían que pensar. Don Gastón – quien era el ferretero, un hombre chiquito y bonachón- miró con admiración a Don Luis y le dijo:
- Carajo Luis, no sabía que mantenías tan buenas relaciones con Dios!- lo dijo con el más honesto convencimiento de que, aquello que sucedía, era la repuesta del Señor a la petición de su amigo… que mandara al infierno a Don José por tramposo!
- Que pendejo es usted… esto es un temblor!- le contestó Don Luis
- Ah! Qué usted tiene mucho fervor?- preguntó Don Gastón, aún admirado.
- No… que esto es un terremoto, carajo, échese a correr!- no había terminado de pronunciar la última palabra, cuando todos los hombres salieron corriendo- dando tras pies- para la calle, menos Don José… que se quedó halándole las orejas a Don Francisco, por metiche y salvando todas las botellas de vino que le era posible.

Ana Margarita.-
NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajada de Imágenes de Google. Se desconoce autor o propietario.

5 comentarios:

  1. Esta bueno, un capítulo refrescante.

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  2. Siempre hay un vivo en todo, hasta jugando en la iglesia.Antonio debe preparar una venganza contra la Lola, dwbería darle su....merecido.

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  3. saludos, sigan leyendo... ya se acerca el final.

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  4. El final de que??? No puede ser, de verdad es tan corta la historia, o es que viene la segunda entrega???

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  5. ajajajaj Rumi, me haces reir! Mi niña, todo tiene su final... falta poco. :(

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