“Amor y
caos: ¡ahora con certificado de defunción incluido!”
Don Antonio
permanecía en el suelo, tratando de coger compostura. Se levantó con prisa y,
con prisa, trató de vestirse, cayendo no una, sino cuatro veces más: ¡no tenía
práctica en eso de acicalarse corriendo! Cada caída le provocaba un gran dolor;
las rodillas las tenía peladas y el pene, en cada tropiezo, golpeaba contra el
suelo; lo que le había hecho Lola… eso no se lo perdonaba.
Lola llegó a la
casa, toda despeinada, sudada y con cara de espanto. Juan y Anita, los hijos
mayores, cuando la vieron quedaron paralizados. Dejaron el relajo que tenían y
guardaron orden de inmediato; los niños no olvidaban la amenaza de su madre,
aquella de mandarlos al orfanato o al cementerio con sus padres si no se
portaban bien.
Lola se abrió paso
entre las mujeres que rodeaban a sus hijas llorando. Las abrazó, examinándolas
para ver si estaban lastimadas; pero no, sanas se encontraban. Madre e hijas de
inmediato se calmaron y se abrazaron a ella como polluelos bajo las alas de la
mamá gallina. Se hizo un dulce silencio; la paz volvió a los que allí se
encontraban.
Lola observó la
patética escena a su derredor: vio cómo Don Mario y Don Federico yacían en el
piso, ensangrentados; también vio sillas, manteles, vajilla y restos de comida
esparcidos por todos lados. Dirigió de inmediato su mirada hacia su padre y
luego hacia Doña Matilde —su tía y madrina—, quienes se hicieron los pendejos,
volteando la cara para otro lado. Buscó con la mirada a su madre, quien le hizo
una mueca y, señalando al momento con el índice bien derecho, acusó a su marido
y a su hermana ¡con absoluto desparpajo!
Ya enterada del
asunto, Lola fue directa a donde se encontraban; se les acercó por las espaldas
y les dijo, en voz baja, pero con mucho enfado:
—Después que ponga orden en este desastre que han causado, hablaré con ustedes
muy seriamente; rueguen a Dios que los patiquines se encuentren bien y no nos
pongan una demanda, ni que mi primo Carlos quede con resentimiento… ¿hasta
cuándo van a seguir con esta jodedera? ¡Carajo, a ver si maduran!
Ni caso le
hicieron. Apenas Lola les dio la espalda, le hicieron mofa, riéndose en
silenciosa carcajada. Ellos pensaron que Lola de la vida no sabía nada: ¡fiesta
sin peleas y trastadas no es fiesta ni es nada! Don Luis prendió un habano y se
lo dio a su comadre; luego encendió otro para él; se lo fumaban con una cara de
satisfacción que, juro, ¡nadie les ganaba!
Lola también
arremetió contra el párroco, que sentado estaba junto a los acusados.
—Con usted también es la vaina, Don José, con eso de que existe el acto de
contrición y la absolución… ¡peca, quedándose como si nada!
Sin esperar
respuesta o reacción alguna del cura, se fue directa a la cocina y salió con
todos los empleados, dando órdenes de que recogieran todo lo tirado y sirvieran
de nuevo las mesas, para que comieran y bebieran todos sus invitados como si no
hubiese pasado nada. Los músicos, viendo la furia de doña Lola —la
cumpleañera—, sin esperar orden alguna, comenzaron de inmediato a tocar música
suave para que todos se relajaran.
Cuando, por fin, la
paz y la calma reinaban, hizo aparición Don Antonio, que marchaba detrás de
Lola. Tenía la camisa desabotonada, los pantalones rotos y la ropa, la cara y
el pelo llenos de tierra; ¡hasta las orejas las tenía tapiadas! Estaba pálido y
sudoroso; en su rostro se reflejaba un profundo dolor. Tenía la mano puesta en
el pecho, como si algo le aprisionara… dejó salir un grito desgarrador y al
suelo se desplomó.
Todos los que allí
estaban volvieron a aflojar la mandíbula que ya tenían adiestrada; pensaron,
muy para sus adentros: —¡Ah! De Lola este es el cuarto muerto; ni siquiera tuvo
tiempo de dejarla preñada.
Lola, al ver
aquella trágica escena donde su amado caía muerto… sintió que el mundo se
derrumbaba y, antes de entrar en un ataque de histeria —por lo cual tuvo que
ser sacada del lugar— le reclamó a Dios:
—No es justo, mi
Señor, ¡ni siquiera hubo tiempo de ponerlo adentro!
Las mujeres
socorrieron a Lola y la llevaron a su aposento, entre gritos y llantos. En el
salón, el párroco y Don Francisco, el padrecito, se acercaron a Don Antonio y
determinaron que el muerto… ¡no estaba muerto aún! Así que se dispusieron a
impartirle el sagrado sacramento de la extremaunción, por si acaso.
En eso, Don Antonio
recobró el conocimiento al ver que todos estaban encima de él, que los curas
prácticamente le celebraban el funeral y que, de vaina, ¡casi lo enterraban!
Con cara de susto y mucho enojo —por haberle dado un apresurado certificado de
defunción— agarró a Don José por la sotana y, susurrándole al oído, le dijo:
—Si usted sigue con
esta pendejada y me olvido de que es un cura y que yo tengo la pierna
fracturada, le propinaré una golpiza… ¡que será a usted a quien el cura Don
Francisco una misa de difuntos le oficiará mañana!
Dicho esto, Don
Antonio, del dolor, se volvió a desmayar.
Todos los
invitados, al contentarse de que Don Antonio no había muerto, volvieron a
colocar las mandíbulas en su lugar y la orquesta, con música alegre, comenzó a
tocar.
“Don
Antonio aprendió que levantarse apresurado es deporte extremo.”
Jejeje pobre casi se convierte en el cuarto, y ademas casi se le fractura el asunto con tantas caídas, estamos a la expectativa...
ResponderEliminarbesos muy buenos los relatos cada vez mas intrigantes
ajajaja El que mucho quiere... mucho paga!Besos, gracias!
ResponderEliminarMuy buenos tus relatos,interactuas con el lector "se lo fumaban con una satisfacción,que juro,nadie les ganaba!".
ResponderEliminarAntonio está amenazado,que se cuide. El Cura comoque esta en la lista de espera. Seguimos con la intriga.
ResponderEliminarMe encanta tu pluma, muy fresca y amena.....todas tenemos un Antonio en nuestro pasado !!!
ResponderEliminarGracias a todos por leer mis letras... ustedes le dan sentido a las mismas! De qué sirve una letra si nadie la lee? Abrazos.
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