martes, 15 de marzo de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (26) EL REGRESO


“La ciudad no sabe lo que se le viene encima… entre brujas y abrazos.”

Todo estaba preparado para el regreso a la ciudad. La caravana estaba formada; todos y todo en ella estaban. Los empleados los despedían con efusividad y tristeza; ciertamente daban trabajo, pero extrañarían la alegría de los niños y las aventuras de Lola, así como las risas de las mujeres que la casa alborotaban. Don Luis respetaría la tradición familiar: saldrían de la hacienda lentamente para dar oportunidad a todos de despedirse de los empleados y de los peones que en el camino se encontraran; de sus mujeres y niños… y de los perros, las gallinas con sus polluelos… ¡todo, todo lo que se moviese recibía un efusivo “¡hasta pronto!” en voz alta y con las manos agitadas! Ya, en silencio, con las cabezas fuera de las ventanas, memorizaban el paisaje que tanto amaban. Subiendo la colina, dejaban atrás el valle. Veían cómo se achicaban —en la distancia— los árboles frutales; solo quedaban a la vista las manchas coloridas de las flores de los apamates, acacias, flamboyanes y araguaneyes, bordeadas por las coloridas trinitarias que todo lo cercaban por donde el camino apuntaba. Se detuvieron, como siempre, en el panteón familiar.

Dejaron flores frescas —arrancadas del sendero— sobre las tumbas de los abuelos Don Francisco y Doña Margarita; de los bisabuelos Don Juan Luis y Doña Dolores; de los tatarabuelos Don Mario y Doña Isabel… y de Don Juan y Doña Belén. En la medida en que salían de la carretera de tierra, las cruces se perdían de vista y se iban esfumando el piar de las aves, los aromas a tierra negra mojada, de los jazmines y de los azahares. La velocidad aumentaba, y los niños —uno a uno— al sueño se entregaban. Por el camino era mucho lo que se hablaba: planes que se hacían y deshacían con la marcha. Lola callaba; iba absorta en sus pensamientos. Se sentía renacer.

A medida que se acercaban a la ciudad, su corazón latía más rápidamente: Antonio estaba de vuelta, muy metido en su ser. Cuando la caravana aparcó frente a la plaza —en casa de los Díaz Robaina— todos quedaron sorprendidos.

—¿Ese es Antonio? —le preguntó Doña Ana a Don Luis—. Santo Dios… ¡qué flaco está! —exclamó sin dejar de observarlo.

—No hagas ningún comentario, mujer; sé prudente —le aconsejó su marido.

Antonio estaba de pie en la puerta de entrada; erguido, con una sonrisa que parecía pintada por los ángeles y los brazos a la espalda, ocultando un hermoso ramo de margaritas blancas. Lola, cuando lo vio, prácticamente se bajó del carro en marcha, abalanzándose sobre él con tal ímpetu que casi cayeron al piso… y por este las margaritas quedaron desparramadas. Se abrazaban y besaban; por el espacio levitaban. Lola sentía que flotaba en el agua: tranquila, serena, en profunda calma.

A su derredor la familia se conglomeraba; sonreían y se quedaban mirándolos; las cosas empezaban a arreglarse… la normalidad regresaba.

Todos se encargaron de desempacar y ordenar sus cosas mientras los tórtolos conversaban. Con llanto y arrepentimiento, Lola a Antonio perdón le rogaba; sin mucho esfuerzo, claro está, porque ella era lo que él más ansiaba.

Pronto Don Luis los llamó. Se sentaron en la mesa de la terraza y, entre sorbos de café, hablaron de todo lo sucedido y acordaron la visita a Doña Rosaura para el día siguiente, muy temprano en la mañana. Ellos no lo sabían, pero Doña Matilde y Doña Ana, escuchando a escondidas todo lo que allí se hablaba, por ningún motivo permitirían que Don Luis, solito, se acercara a Doña Rosaura; ellas lo acompañarían y le cuidarían la espalda, no fuera que la doñita bruja utilizase sus artimañas… ¡reviviendo el pasado, echándoles buena vaina!

—No se hable más —puntualizó Don Luis, todo entusiasmado, ignorante de que a sus espaldas una conspiración se fraguaba—. Así quedamos: le pediremos a ella que nos explique, muy claramente, qué quiso decir con eso de que “de siete, van tres” … ¡y así matamos, de una vez, esa culebra por la cabeza!

“Preparados, listos… ¡regreso lleno de amor y conspiraciones!”


Nota: Los nombres aquí dados como de los bisabuelos y tatarabuelos, son en realidad los nombres de mis padres y abuelos, como un tributo a ellos... para que no sean olvidados por mis hijos y nietos... y los hijos de estos.

La foto que ilustra este relato fue bajado de Imágenes de Google. Se desconoce autor o propietario.


4 comentarios:

  1. Hola
    muy lindo este capítulo, me encanto, y tengo demasiada curiosidad de lo que va a decir la bruja, la descripción de la salida de la finca , excelente,

    besos

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  2. Gracias Rumi... viste la nota al pie del escrito?

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  3. Muy bueno!!! a veces rimas como un poema. Te felicito. La secuencia está muy interesante.Mucho respeto a tus antepasados. No te olvides que también soy MARTIN y de La Palma, jejeje

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  4. Cómo olvidarlo Néstor... más de treinta años de amistad y relaciones profesionales, el propio guanche! jejejej
    PD/ Gracias por el comentario... estás al día, la demorada soy yo!

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