lunes, 14 de marzo de 2011

LOLA Y SUS ENREDOS: (25) LA CALMA



"El verdadero espanto no fue el diablo… sino las nalgas del abuelo en blanco y negro.”

Eso de brujas, enojos, ansiedades, llantos y gritos con diablos y espantos ya era historia, había quedado atrás. La magia que produce la felicidad tocaba a la familia Díaz Robaina para no abandonarla por mucho tiempo. No me atrevería a decir que nunca, jamás. No, no les diría eso… ¡les mentiría!

En toda la casa, en cada rincón, se podían respirar los aromas que se desprendían de las ollas y sartenes sobre la estufa. Pero los aromas no venían solos: los melodiosos sonidos de los platos y cuchillos, de las charlas, de las risas a carcajadas… ¡los acompañaban!

—Lo juro —le decía Doña Blanca a Doña Matilde, Doña Teresita y a las demás empleadas— que yo no vuelvo a dormir sin las gafas puestas. Si no fuera porque me dijeron que fue una travesura de la niña Ana, yo aún estaría diciendo… ¡que vi al diablo y a un espanto cerca de mi cama! —Cuando hablaba ponía cara de incrédula, como dando lugar a la duda, y se persignaba.

Las demás mujeres estallaban en risas y de ella se mofaban. Doña Matilde necesitó ser auxiliada, de la cocina fue sacada… ¡de la risa no contuvo la meada!

Don Luis, Lola y Márgara se levantaron muy temprano; estaban en el campo con el capataz y el peonaje, dejando todo listo. El regreso a casa ya se acercaba: mañana temprano, con maletas y demás equipaje… ¡todos se marchaban!

Como la más pura y cristalina agua que se filtra por un tinajero, uno a uno fueron bajando los niños. A pesar de tener en sus caritas la huella del trasnocho, el alboroto no dejaban; comentaban del susto, pero también de la pela que la abuela le dio a Ana.

Se sentaron según las mujeres les ordenaban, guardando compostura una vez que a la mesa estaban. En el rostro de todos, la intriga se dibujaba; esperaban que Anita bajara y poder ver la humillación reflejada en su cara.

De repente, todos enmudecieron: Anita por la escalera se asomaba. Ella, que de tonta no tenía nada, captó el momento… ¡a todos tenía en suspenso! Inhaló profundamente y tomó valor. Ignorar a todos era algo que necesitaba y, más aún, disimular que el culo le molestaba.

Le dolía muchísimo por las nalgadas que la abuela le propinara… si ellos se daban cuenta, ¡derrotada estaba! Bajó las escaleras con la barbilla levantada, como si se tratara de una gran dama, con el cabello suelto tapándole casi por completo la cara. Se sentó como pudo, ocultando el dolor que la hinchazón de las nalgas le provocaba.

Logró su objetivo: ¡dejó a todos con las ganas de verla humillada! Empezaron a comer en orden, con los buenos modales que la madre y los abuelos les enseñaran.

Anita, al dejar de ser el centro de atención, se sintió más cómoda, liberando sus pensamientos y emociones. Sola se sonreía al recordar la hermosa imagen de su abuela arreglada y perfumada para conquistar al abuelo; se le parecía tanto a su madre, en aquellas noches de verano, cuando en la terraza de la casa charlaba con su padre… al que ya casi no recordaba.

Esto le produjo nostalgia; alguna que otra lágrima por sus ojos se escapaba. De repente, se le vino a la mente —como una fotografía en blanco y negro— las nalgas blancas y peludas del abuelo… ¡volviendo su rostro a iluminarse con una sonrisa hermosa, de esas que solo ella dibujaba!

Ya de regreso, Márgara entró a la casa, pero Lola y Don Luis se rezagaron:

—Padre —le dijo Lola, tomándolo de la mano— quiero agradecerte por haberme devuelto los sueños y los anhelos. Mi corazón, antes de que tú llegaras, se estaba muriendo. —Los ojos se le llenaron de lágrimas; lo veía con profundo amor y respeto.

—Hija mía, sabes que por tu bien y tu felicidad haría todo lo necesario —le dijo, tomando su rostro entre ambas manos—, pero espero hayas aprendido la lección: si tienes dudas y quieres consejos, no te acerques a extraños, arrímate a los tuyos, a los que siempre te han amado. —Al terminar sus palabras, Don Luis atrajo hacia sí a Lola, abrazándola muy fuerte y diciéndole al oído—: Nunca me apartes de tu vida… no olvides lo mucho que te amo.

Lola correspondió el amoroso abrazo de su padre. No dijo nada, no hacían falta las palabras. Entre ellos había un pacto de amor. No lo sabían… ¡ni la muerte lograría separarlos!

“Moraleja: la dignidad camina erguida… aunque duela sentarse.”


NOTA: La foto que ilustra este relato fue bajado de Imágenes de Google. En ella se encuentran unas letras ilegibles. Se desconoce autor o propietario.

2 comentarios:

  1. Porque se orinan tanto? Tendrán que visitar al especialista. Uff...mejor no te doy ideas porque sería para ir al baño.

    ResponderEliminar
  2. Este capítulo es uno de mis preferidos Néstor, hay mucho sentimiento en él... y también da para reflexionar. Saludos amigo.

    ResponderEliminar