“Lola curiosa, Antonio
fascinado… y Don Luis sin filtro.”
Salieron todos
en silencio por el largo zaguán, acompañados de Doña Rosaura, quien muy
discretamente metió un papelito doblado en el bolsillo de Don Luis… ¡el muy
tonto no pudo disimular la emoción y cambió de colores como un camaleón!
—Espero se vayan
tranquilos y en sus vidas reine la paz y el bien. No te pierdas, Luis, esta es
tu casa… puedes venir a visitarme cuando quieras —le dijo guiñándole un ojo y
echándole un beso al aire.
Don Luis pegó
otro brinco. Doña Ana, esta vez, no le clavó las uñas, sino que le pegó un gran
pellizco y le dijo muy bajo, acercándose al oído:
—Si tú te
atreves a venir a la casa de esta mujer… ¡te juro que te lo arranco!
Se refería al
pene, claro está. Luego se echó a andar delante del marido, encolerizada; los
celos la mataban. Don Luis aprovechó para voltearse y, mirando a Doña Rosaura,
dobló los brazos hacia delante con las palmas hacia arriba, como señal de
interrogante: ¿Qué pasó, Rosaura, vas a seguir echando leña al fuego?
Eso parecía preguntarle con la mirada; pero a Doña Rosaura ese asunto de los
celos le causaba mucha gracia, y soltó una franca risotada. Se dio media vuelta
y trancó las puertas tras ella, como si nada.
—Ni se te
ocurra, mujer. Este viaje de regreso yo no lo hago en desgracia… ¡no permitiré
que de nuevo me claves tus garras! —le dijo Don Luis a Doña Ana cuando esta
pretendía sentarse junto a él.
La tomó delicada
—pero firmemente— del brazo y la sacó del lugar que por “ley” le correspondía.
Abrió la portezuela de la parte posterior y allí la sentó.
—Ahí vas muy
tranquilita, y si es calladita… ¡mucho mejor! Y tú, Antonio, te vienes adelante
conmigo. Deja a Lola con las mujeres… ¡que vayan atrás, para que no jodan con
el temita de Doña Rosaura!
Antonio contuvo
la risa e hizo caso a su suegro. Acomodó a todas las mujeres en el asiento
posterior y luego se colocó en el puesto delantero: iría de copiloto. Estaba de
lo más contento y nada le echaría a perder ese momento.
Doña Ana seguía
enojada, pero su hermana Matilde le daba codazos para que cambiara la cara. Le
hacía señas con los ojos y muecas con la boca, dándole a entender que allí no
había pasado nada. Márgara las miraba, y ante cualquier asomo de que intentara
pronunciar palabra, las dos se ponían el dedo en la boca en señal de que se
mantuviera callada.
—Padre, ¿por qué
mi madre está enojada y por qué Doña Rosaura es tan confianzuda contigo? ¿Fue
tu novia? —le preguntó Lola con una sonrisa picarona.
Don Luis, que no
llevaba ni cuatro minutos en carretera, no contestó nada.
—Papá, ¿no me
escuchaste? —insistió ella, mirando a las otras que, con el silencio, le daban
su anuencia para que preguntara.
—Lola, ¡mejor te
callas! —le contestó muy seco.
—Caramba, padre,
¿no ves que con tu silencio lo que haces es aumentar la intriga y darle al
asunto más gravedad de la que en realidad pueda tener? ¡Anda, echa el cuento
afuera y así nos entretienes en la carretera! —insistió Lola, echada sobre el
espaldar del asiento delantero, rodeando el cuello de Don Luis muy
cariñosamente y muerta de la risa.
—¡Qué carajo!
¿Quieren cuento? ¡Cuento tendrán! —dijo Don Luis en un arranque de mal humor.
Antonio tenía
una cara de fascinación por todo ese alboroto familiar. Aquello le producía
bienestar: denotaba franqueza entre ellos y confianza en él. Su familia era muy
conservadora y nada de esas familiaridades se disfrutaba en su hogar. Se sentía
bien con ellos, se sentía en familia.
—¡Ay, Don Luis!
Cuidado con lo que salga de su boca… después no acepto que se retracte de nada,
y nada le perdono —le dijo Doña Ana, aún con su enojo.
—Usted se queda
calladita, Doña Ana. ¡Fue usted la que empezó toda esta intriga con su
alharaca! —la regañó su marido.
—Escuchen bien,
pues el cuento no pienso repetir. Cuando yo contaba con dieciséis años ya era
todo un mozo y las mujeres me gustaban. Ana solo era una niña de ocho, y con
muñecas jugaba. En cambio, Doña Rosaura tenía veintidós y era extremadamente
guapa… y muy dada a hacer favores a aquellos que bien la trataban. Ustedes
saben, la consideraban “rara” por eso de la videncia; casi nadie le hablaba.
Luego, al crecer tu madre, me enamoré de ella y más nunca volví a ver a Rosau…
a Doña Rosaura. ¡Eso es todo, no sé por qué forman tanto drama!
Hizo una pausa,
respiró hondo y remató con ironía:
—¡Ah! Y no
quiero que se vuelva a hablar del tema, porque si no, me voy a visitar a la
dama y así, ¡si hablan, ya no será cuento! —concluyó Don Luis, creyendo —iluso
él— que al asunto le había puesto el punto final.
“Don Luis
hablando claro… y Doña Ana ajustándole cuentas.”
En tremendo lio se metió Don Luis!!! Tan zamarro y tan ingenuo. Hubiese inventado una mentirilla piadosa o cualquier otra excusa: Que la Bruja todo lo enrreda, la edad, etc, etc. El pez muere por la boca, jajaja
ResponderEliminaraaajajaja... què te puedo decir? jeje Un abrazo!
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